Miércoles, 27 de Noviembre 2024
Jalisco | En tres patadas por Diego Petersen Farah

De cotos y coteríos

Los cotos nacieron en América Latina como una respuesta al miedo. Lo que venden los cotos es seguridad

Por: EL INFORMADOR

Guadalajara es la ciudad del coterío. Y nada tiene que ver esta afirmación con la fama con la que creció esta ciudad, de ser el gallinero de la República o de ciudad gay (en Guadalajara, por cierto, nunca ha habido ni más ni menos homosexuales que en el resto del mundo; lo que hubo y hay es un machismo exacerbado que hace que aquí sea más evidente la homofobia). El coterío tiene que ver la proliferación de fraccionamientos cerrados que han crecido como plaga en algunas zonas de la ciudad y que han roto con la lógica del espacio público y han privatizado para unos cuantos lo que es de todos: calles, parques, banquetas que aparecen como donaciones al municipio pero a las que sólo tienen derecho unos cuantos, los de dentro.

Los cotos nacieron en América Latina como una respuesta al miedo. Lo que venden los cotos es seguridad. Cuanto más alto es el muro más “seguro” se ve al coto. Sin embargo, hoy sabemos que los cotos poco aportan a la seguridad de los que están dentro, pero sobre todo, sabemos que generan mucha inseguridad a sus alrededores. Pero los que están “dentro” se sienten seguros y sobre todo, se sienten distintos. Si la seguridad es un bien escaso, tenerla los hace diferentes al resto, la seguridad se convierte mercadológicamente en exclusividad, pues crea una barrera entre los de “dentro” y de  “fuera”, separa al mundo en nosotros y los otros. Lo que comenzó como una tema de clases altas temerosas pasó a ser un tema aspiracional. Hoy pluma, caseta, barda perimetral y calle cerrada son los argumentos de venta para los nuevos fraccionamientos de todos los niveles.

El coterío tiene efectos sumamente nocivos para una ciudad porque representa en sí mismo la negación del espacio púbico. El coto privatiza el espacio público, se lo agandaya y crea una relación desigual entre ciudadanos. El de “adentro” puede usar todas las calles de “afuera”, pero el de “afuera” no puede usar las clles de “adentro”. Al mismo tiempo que el coto privatiza el espacio público lo niega, le da la espalda. No hay banquetas más áridas, desoladas e inseguras que las que rodean a los cotos, y muchas veces ni las hay. Pero quizá el efecto más perverso del coterío es que transforma la noción de ciudadano. Al romper el concepto de lo público como el espacio en que todos somos iguales (el mismo derecho tiene al parque y a la banqueta el pobre que el rico, el del abolengo que el recién llegado, el gordo que el flaco, el católico que el protestante) los cotos hacen ciudadanos desiguales, crean la noción de enfrentamiento entre un nosotros ficticio y los otros amenazantes.

El coterío convierte al otro en amenaza y genera lo que dice combatir: miedo.

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