Miércoles, 27 de Noviembre 2024
Jalisco | Por Juan Palomar Verea

¿Cuánto nos cuesta el cochinero?

LA CIUDAD Y LOS DÍAS

Por: EL INFORMADOR

Carísimo. Mucho más de lo que sospechamos. Desde en los términos más amplios: la llamada huella ecológica que la especie humana imprime sobre el planeta cada vez es más pesada. Y una buena parte de ella es simple cochinero. Hasta lo más chico: no limpiar a tiempo los simples aparatos eléctricos de una casa los puede echar a perder. No barrer la azotea puede hacer que se caiga el techo. (O no lavarse los dientes...) Y todo lo intermedio.

En las ciudades, se ha dicho hasta el cansancio, la contaminación ambiental es una carga económica y de merma de la calidad de vida que es gravosísima. Sobre todo con los que menos tienen. Y dentro de este amplio campo la contaminación visual resulta sumamente deletérea. Alevosa y engañosa. Representa un costo en algo de lo más valioso que la ciudad tiene: su decoro, su dignidad. Una ciudad sin dignidad no puede aspirar a lo más elemental: al cariño de sus habitantes, a la identificación de sus ciudadanos con ella, a la cohesión social que es indispensable para que las cosas caminen bien. Así de fácil, así de claro.

“Por los ojos el bien y el mal nos llegan, ojos que nada ven, almas que nada esperan”. Estos versos son del enorme poeta Carlos Pellicer. Son la neta. Cuando todo a nuestro alrededor se vuelve un cochinero visual, cerramos automáticamente los canales en pura defensa propia. Así, ya nos da lo mismo lo que se encuentre en nuestro campo de visión. Hacemos nuestros traslados en automático, sin ya poner mayor atención sobre el paisaje urbano que el estrictamente necesario. Nada vemos. Nada esperamos. Nada proponemos.

La publicidad exterior es uno de los factores que más han influido en este renglón. La salvaje y despiadada expansión de este negocio de unos cuantos en perjuicio de la mayoría inmensa de la gente ha sido una causa fundamental para que la ciudad le importe poco a muchísimos. A nadie, salvo a los perversos, le gusta lo feo. Una cierta moda muy dizque posmoderna dice que los espectaculares son la onda. La realidad es que estas estramancias, cuando están mal colocadas, atentan de raíz contra la escala, la proporción, el orden y la dignidad de los entornos urbanos y naturales. No es ningún juego. Ninguna institución seria, ninguna universidad o instancia de gobierno, ningún político razonable, debería, por simple congruencia con el bien común y ética elemental, anunciarse de esta manera en entornos a los que se afecte negativamente. La perspectiva del Parque de las Estrellas, en Jardines del Bosque, obra de Luis Barragán, está echada a perder viniendo en coche desde el oriente, por entre otras cosas, un espectacular de una cadena de librerías que pone letreros haciéndose la chistosa.

Da vergüenza ver lo que se ha hecho con el nodo del aeropuerto, con toda la carretera a Chapala, con todas las entradas carreteras. Lo de menos es lo que puedan haber pensado de nosotros los mandatarios de Canadá y Estados Unidos y sus comitivas. (Que de seguro todavía han de estar acordándose del desorden y la anarquía que esa contaminación revela sobre nuestro país, sobre nuestra ciudad). Lo que importa más es la percepción de los que vivimos aquí. Si unos cuantos negociantes pueden poner del asco la entrada de la casa común ¿qué esperar de todo lo demás? ¿Para qué respetar lo que queda sano? Urgen orden y cordura. No se trata de acabar con los negocios de este tipo: se trata de que prive el respeto por la ciudad y por sus habitantes. Se pueden encontrar soluciones que concilien intereses. Pero primero hay que aprender a ver el gravísimo cochinero en que nos obligan a vivir.

jpalomar@informador.com.mx

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