Miércoles, 27 de Noviembre 2024
Jalisco | En tres patadas por Diego Petersen Farah

Cosas odiosas de la Navidad: 3) Las golosinas

Hay una invasión cada vez mayor de la cocina gringa, que es mala, dulce y cursi

Por: EL INFORMADOR

Diego Petersen Farah.  /

Diego Petersen Farah. /

Lo mejor de la Navidad es sin duda la cocina. Aunque de los años sesenta a la fecha hay una invasión cada vez mayor de la cocina gringa, que es mala, dulce y cursi, las recetas de origen español y mexicano que se comen en Navidad son extraordinarias: el bacalao, los romeritos, el guajolote (el pavo es el que comen los gringos), el robalo al vino blanco, etcétera, son el mejor incentivo para llegar a Fin de Año.  Pero entre todas esas delicias se han colado las golosinas de Navidad, dos de ellas particularmente desagradables: las colaciones y los malvaviscos.

La colación es una mezcla dura llena de picos, echa de clara de huevo con azúcar, rellena de una semilla de anís y pintada de colores chillantes con la más corriente pintura vegetal. Hoy no hay duda que la colación fue un invento de un dentista sin chamba de algún pueblo del altiplano mexicano, muy probablemente antepasado de Fox, porque es el verdadero inventor del autoempleo. A los 30 segundos de tener una colación en la boca, los dientes son del color de la golosina: morados, rojos, verdes. Como nadie aguanta la sensación de traer esa piedra dando vueltas por la boca, todos caen en la tentación de morderla y es ahí donde vienen las sorpresas y la felicidad del dentista: junto con el pedazo de colación vuela el pedazo de diente y aparece, de la nada, el sabor astringente de la semilla. Si Herodes hubiera conocido esta golosina se habría evitado una matanza: dos o tres colaciones por niño hubieran sido suficiente tortura.

El que inventó el malvavisco era un loco. El que decidió que eso se comía era un cerdo. El malvavisco es una golosina de textura viscosa, imposible de deglutir, se pega en los dientes y en el paladar, dura horas en la boca mientras se desbarata y tiene un desagradable sabor a nada con azúcar. Es lo más parecido a las vísceras de un pez, pero de colores cursis.

No contentos con haberlo inventado, decidieron incluirlo en la dieta navideña. Así tenemos por ejemplo ensalada de malvavisco con jugo de mandarina, un insulto a la mandarina y un reto para el comensal que debe comer eso sin regresar nada. Otro invento es el puré de camote con malvaviscos al horno. Si la apariencia de un bomboncito horneado es desagradable, como el de una medusa en la playa, la textura es peor: unas hebras anulan el sabor del camote y de todo lo que venga atrás. Pero lo peor son los malvaviscos asados en la fogata. Se ensartan de tres a cuatro bombones en una vara y se ponen a asar a la llama vil. Tras unos segundos, aquello arde y tenemos una golosina con apariencia de pierna humana quemada, digna de la peor escena de CSI. A comer.

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