Jueves, 28 de Noviembre 2024
Jalisco | “Preocupante”, vínculo entre pandillas y narcomenudeo

Colonias aisladas sufren vacío de autoridad

Asentamientos en la ciudad sufren de condiciones urbanas que propician el incremento de la violencia

Por: EL INFORMADOR

La mayoría de las áreas marginales se encuentran situadas en la periferia de la Zona Metropolitana. A. CAMACHO  /

La mayoría de las áreas marginales se encuentran situadas en la periferia de la Zona Metropolitana. A. CAMACHO /

GUADALAJARA, JALISCO (24/ENE/2011).- El crecimiento de la violencia en la metrópoli está relacionada con distintos factores; uno de ellos es la expansión desordenada de la ciudad y el vacío de poder, de acuerdo al Diagnóstico sobre la realidad social, económica y cultural de los entornos locales para el diseño de intervenciones en materia de prevención y erradicación de la violencia en la Región Centro: el caso de la Zona Metropolitana de Guadalajara, que realizó el urbanista Luis Felipe Siqueiros Falomir en 2009.

 “En la medida en que deja de haber una presencia institucional, un cuidado del entorno y una presencia de personas en las calles, comienzan a generarse vacíos que son llenados por grupos, en zonas donde no existe orden ni respeto a la infraestructura”, resalta el investigador.

Este vacío es generalmente ocupado por pandillas (en Guadalajara, Tlaquepaque, Zapopan y Tonalá hay identificadas 650) , que poco a poco se han ido vinculando al crimen organizado en la ZMG, asegura el sociólogo Rogelio Marcial, de El Colegio de Jalisco.

Para Siqueiros Falomir, tanto en colonias con asentamientos irregulares u otras con una infraestructura más completa, la constante para la generación de violencia es el abandono por parte de las autoridades en todos los ámbitos (desde educación, salud, cultura, programas preventivos, hasta alumbrado público y presencia policiaca).

“En la medida en que el equipamiento en la infraestructura es más variado y completo empieza a generar menos vacíos y abandono del espacio público”.

Los delitos de alto impacto aumentaron 52% en la Zona Metropolitana de Guadalajara, de 2009 a 2010, de acuerdo con el Diagnóstico Estadístico de Seguridad Pública del Estado, realizado por la Secretaría de Seguridad Pública.

En 2009 se cometieron 2.23 delitos de alto impacto por cada mil habitantes, mientras que en 2010 fueron 3.41.

Los delitos de alto impacto son aquellos que atentan gravemente contra la integridad física, emocional y/o patrimonial de la víctima, como homicidio, privación ilegal de la libertad, robo en todas sus modalidades y violación.

De los municipios metropolitanos, Guadalajara y Tlajomulco de Zúñiga registran un alto índice en este tipo de violaciones: alcanzaron 4.63 y 3.97 delitos por cada mil habitantes, respectivamente. En la capital jalisciense el aumento de 2009 a 2010 fue de 54 por ciento.Los índices delictivos en Jalisco, con base al total de averiguaciones previas por cada mil habitantes, se dispararon el año pasado y específicamente en la capital del Estado, donde el incremento fue de 13.74%, en comparación con 2009, de acuerdo al Diagnóstico Estadístico de Seguridad Pública del Estado, generado por la Secretaría de Seguridad Pública.

El doctor en Planificación y Urbanismo por la Universidad de París IV Sorbonne puntualiza que cuando una zona tiene una “ventana rota”, es necesario que participe la comunidad, “porque cuando llega una espiral importante, es imposible que los liderazgos sociales puedan enfrentarla y entonces requerirán de organismos más complejos”.

La debilidad institucional ante la violencia empieza desde los municipios, que no tienen políticas claras que se mantengan a lo largo de los años por los cortos periodos de cada administración, además de la falta de coordinación entre los ayuntamientos que conforman zonas metropolitanas.

En el diagnóstico que realizó en 2009 Siqueiros Falomir de los entornos locales para diseñar intervenciones que aerradiquen la violencia en la ZMG, señala que el crecimiento desordenado, expansivo  y disperso de la urbe ha sido uno de los detonantes de la violencia.

“La dispersión urbana ha generado grandes extensiones de tierra con ausencia policiaca. En la medida en que una ciudad es más compacta permite mayor atención en los servicios públicos, en la cobertura de infraestructura. Tenemos una gran dificultad en atender este amplio territorio”, resalta el arquitecto.

En el mismo tenor, el urbanista chileno Rodrigo Díaz comentó durante su visita a Guadalajara hace poco más de una semana, que las grandes obras viales a nivel de suelo, como carreteras, el tren, el metro o avenidas de alta velocidad, “causan heridas a la ciudad”. Son vías que parten el espacio público y que generan “espaldas” urbanas “nefastas y difíciles de hacer zonas vivibles. Se generan comunidades de poca vigilancia”.

En la ciudad de Medellín, Colombia, a partir de 2004, y en tan sólo cuatro años, el matemático y ex alcalde Sergio Fajardo implementó una política que logró reducir el índice de homicidios (de 381 por cada 100 mil habitantes a solo 28) en la que se consideraba una de las ciudades más violentas de aquella nación: “lo más bello para los más humildes”.

En su opinión, es fundamental reivindicar el espacio público como punto de encuentro entre gobernantes y gobernados, para evitar “la fatalidad” de que la gente tenga que buscar sus propias soluciones.

El espacio público anónimo

Debido a la inseguridad hay zonas en las que la gente ha decidido no salir al parque o a otros espacios públicos por miedo: la calle ha dejado de ser un punto de encuentro.

“Una ciudad, mientras más esté integrada y permita la interacción entre los ciudadanos, será más segura. Y si cada vez hay más espacios anónimos y calles carentes de vida, la violencia crecerá”, dice Luis Felipe Siqueiros.

El abandono de los espacios públicos también se genera por la falta de cuidado y atención a éstos; y los territorios que han sido tomados por pandillas generan que las familias, los niños o las mujeres eviten pasar por el lugar.

Para mitigar la inseguridad, uno de los pasos fundamentales es la recuperación de los espacios públicos. “En primer lugar, necesitamos que sea accesible a todos los niveles sociales”.

El académico señala que en Guadalajara hay ejemplos de colonias que tienen una identidad y una cohesión social, donde la gente vive relativamente tranquila y eso tiene que ver con que hay organización ciudadana, integración con la ciudad, presencia de personas en las calles y espacios donde se pueda caminar con facilidad.

Algunos de estos puntos están en las zonas centrales de Guadalajara, donde hay comités de vecinos activos, quienes contribuyen a que exista mayor cohesión y protección del espacio público, “entendido desde los medios de comunicación hasta el espacio de la calle”.

La lucha por las esquinas


En la década de los ochenta se tenían identificadas 80 pandillas en la ciudad de Guadalajara y los municipios circunvecinos. Hoy, con el crecimiento de la ciudad, la cifra es ocho veces mayor: hay alrededor de 650 de estos grupos en la Zona Metropolitana.

El fenómeno comienza a ser “preocupante”, debido a que han comenzado a tomar el modelo de las pandillas de Los Ángeles, que están vinculadas con el crimen organizado.

“Antes se les relacionaba con delitos menores, como asaltos o robo de autopartes. Hoy, hay una pelea por el territorio y ésta tiene qué ver con el narco”, asegura Rogelio Marcial de El Colegio de Jalisco, especialista en culturas juveniles urbanas.

Zapopan

Sin posibilidad de fuga


Carretera a Saltillo

El Arroyo Hondo es de vez en cuando un cementerio de “ejecutados” que flotan en aguas pestilentes. Se ha convertido en un “lugar común” para aventar cuerpos desde la carretera a Saltillo. Es también un punto de referencia: “de ahí en adelante –recomiendan-, ni se metan a ninguna colonia”.

Junto al afluente crecen telarañas de pestilencia y mala hierba —de baldío—, que son escondite para cualquiera. Vivir frente a este arroyo genera conocimientos varios, suficientes para hacer un manual de los distintos tipos de asesinatos que existen. “Es que, aquí uno ve de todo. Cabezas mochas, torturados, destazados… Cada semana andan rescatando cuerpecitos”, dice Juan, rodeado de sus sobrinos que diseccionan con bisturí la violencia que generan las pandillas que se juntan en la esquina siguiente, y en la siguiente y en todas las que le siguen hacia la Barranca de Huentitán, en la colonia La Higuera, “a donde nadie se acerca ni por error”.

Atrás de ellos hay una barda con un grafiti de la banda Barrio Nueva España (los BNE). Pero aquí los territorios se pelean, se defienden de otras bandas, algunas ligadas con el narcomenudeo.

“Acá hay muchos tonchándose y los que tienen lana ya se meten cristal, me da vergüenza, pero acá los chiquillos se drogan desde los ocho años. Los papás trabajan y los dejan que se envicien. Pueden golpearte hasta para robarte 10 pesos, porque con eso les alcanza pa mojar un trapo que les dure unas tres horas”.

Al despedirse advierten que continuar por la calle principal hacia la barranca de Huentitán es impensable; sugieren esperar en la carretera a una patrulla que guíe el recorrido.

El camino de tierra avanza entre las fincas comunes de la periferia, unificadas por el color ladrillo, enmarcadas en la profundidad de la barranca y que generan la sensación de que nada está acabado. Todos los vecinos temen. Todos creen que abajo de donde viven es más peligroso porque, si “algo” les sucede, no hay escapatoria: están atrapados entre un arroyo pestilente, la geografía de la sierra y calles sin vigilancia que “pertenecen” a alguna pandilla. Una señora recomienda no continuar, “pero si se animan, sólo platiquen con mujeres –reflexiona, calla algunos segundos y continúa-, aunque capaz que les toca hablar con uno de los delincuentes de la colonia”.

Aparece una patrulla de Zapopan y dos chamacos en caballo le gritan cuanta ofensa se les atraviesa por la lengua. Los policías se detienen y explican que esta zona se visita todos los días, al igual que la Villa de Guadalupe, la Indígena de Mezquitán y todas las colonias de Las Mesas, ubicadas del otro lado de la carretera a Saltillo. Su sentido común es el mismo de la gente que ha decidido no salir a las calles por miedo: “Las zonas de difícil acceso siempre son más peligrosas, porque no hay manera de fugarse, no hay modo de controlarlas”.

Y para la mayoría de los jóvenes de estas colonias tampoco hay posibilidad de fuga: no pueden continuar sus estudios y sin estudios no consiguen trabajo. Les quedan las esquinas por donde sólo pasan drogas baratas y, de vez en cuando, una patrulla.

Ausencia de vigilancia

Colonia Indígena y San Juan de Ocotán

La colonia Indígena ya no es la misma de hace cinco años, dicen sus vecinos. Hay más violencia y menos seguridad policiaca.

En la calle Hidalgo, cerca del cruce Periférico y la calle Francisco I. Madero,  Rosario Mayorga está sentada en la puerta de su casa mientras su hija juega en la tierra. Dice que vivir cerca de las vía del Ferrocarril vuelve más insegura a la zona, pues dice que algunos “trampas” que viajan en el techo de los vagones de los trenes, se bajan a hacer destrozos y a conseguir drogas. “Andan vagando por ahí. Corremos el riesgo de que nos quieran robar o se quieran meter a las casas. El ferrocarril provoca que sea una zona más insegura”.

 A pesar de que hay peleas entre pandillas, Lizet Hernández considera que es una problemática que es responsabilidad de los padres, “porque dejan a sus hijos desde chicos. Ahorita ya hay mucho chavito que anda en las pandillas, con tatuajes, drogándose”.

Para Lizet, los migrantes no son un riesgo. “En el pueblo (San Juan de Ocotán) es donde hay más pandillerismo porque andan drogándose”.

Delfino Godoy es uno de los fundadores de la colonia Indígena, hace más de 35 años, y considera que los niveles de inseguridad han sido progresivos. “Éramos unas 20 familias las que llegamos a este sitio. El principal problema lo teníamos con los vecinos de San Juan de Ocotán. Se puede decir que aquí era tranquilo.  Con el paso del tiempo creció la drogadicción y se volvió más problemático el lugar”.

Asegura que en la colonia Indígena y al rededores hay narcomenudeo, del cual no se atreve a dar más detalles por seguridad propia y de su familia, “dicen que calladito te ves más bonito. Si los policías pusieran la mayor parte y el resto uno, yo creo que no desaparecería pero sí disminuiría la delincuencia y los lugares donde venden drogas y alcohol de manera clandestina. Si existen es porque las autoridades lo permiten”.

Lamenta que los policías sean corruptos y no hagan bien su labor de vigilancia para combatir el pandillerismo y otros delitos. “Seguido en San Juan de Ocotán amanecen ejecutados, navajeados, golpeados”.

De la colonia Indígena se llega en carro a San Juan de Ocotán en menos de cinco minutos. Ahí Elena vive desde 10 años. Platica que procura ya no salir en las noches y cuidarse más durante el día porque tiene miedo de que algo le pase. Para ella el caso podría solucionarse con mayor presencia de policías, aunque éstos “tienen miedo de entrar para acá, igual que las ambulancias, se echan para atrás”.

Señala que las cuadras están divididas por pandillas que disputan su territorio. “Si unos quieren entrar a una calle que no es la suya, se pelean, hasta se matan”. Cree que estas problemáticas no se solucionan porque los padres cubren a sus hijos cuando cometen algún delito.

 En la plaza principal  algunos algunas personas comen tranquilamente fruta, nieve y toman  tejuino. A lo lejos se escucha un hombre gritar. Conforme se va acercando se tiene más claridad de lo que dice. Trae consigo un bonche de periódicos: “Conocido taxista aquí del barrio ya lo agarraron. Aquí viene retratado su vecino que fue detenido, conocido taxista mire”.

El dato

El Ayuntamiento de Zapopan considera que las colonias más conflictivas son: Santa Margarita, Mesa Colorada, Arenales Tapatíos, Lomas de Tabachines, El Briseño, Villas de Guadalupe y San Juan de Ocotán.

Guadalajara

Vías de inseguridad


El Ferrocarril

En Casitas del Campamento no hay calles, son callejones sin forma, no son rectos, ni tienen una anchura definida. Son como raíces de un árbol que crecieron hacia donde pudieron.

Gabriel es una de las dos mil 714 personas que habitan la colonia Ferrocarril, en Guadalajara. Barre la entrada de su casa a medio día. Entre su hogar y las vías del tren hay una barda blanca en la que se enrosca un alambre de púas. Los migrantes están del otro lado, él conoce a algunos.

Los vecinos coinciden que es una zona tranquila; sólo recuerdan algunos robos a finales del año pasado en una tiendita, y con el dedo apuntan hacia el otro extremo de la colonia, “allá –dicen– está lo más feo, lo más peligroso. Hay mucho vándalo, muchos niños que se dedican a robar y asaltar, ya no anda uno tranquilo, como antes”.

La fachada de la casa de Gabriel es de madera, la puerta cruje al abrirse para dar paso a un patio con piso de tierra.

En la colonia, 25% de las viviendas tienen paredes de madera y 59% tienen techo de lámina, de acuerdo con la Secretaría de Promoción Social de Guadalajara.

Si bien pobreza no es sinónimo de violencia, Casitas del Campamento podría ser una trampa abierta. En la zona las patrullas no circulan, “han dicho que iban a arreglar la calle para que entraran aquí en las noches”, dice José mientras contempla que por el ancho de la calle un coche no puede pasar por el lugar.

La percepción de los vecinos es que los jóvenes roban por necesidad o por su vicio. La mayoría de la población de la colonia no gana más de cuatro mil 500 pesos por mes, pero en promedio gastan cuatro mil 605 pesos mensuales.

En la colonia Ferrocarril, 39.4% de la población en edad de trabajar lo hace, la principal ocupación de las mujeres está en las fábricas y luego en luego en el lavado y planchado de ropa. Las fábricas también es la principal ocupación de los hombres y le sigue laborar como choferes y en el comercio informal.

“Aquí no hay vandalismo.  Aquí, no. Donde hay mucho es allá para las vías. Pero aquí es bien tranquilo”, dice  Angélica, quien despacha en una tienda de abarrotes. Ella se da cuenta de lo que pasa del “otro lado” por las noticias, “pero yo casi no transito para allá, por seguridad. Los proveedores dicen que uno necesita entrar con alguien que lo conozca bien, porque si entran solos, los roban”.

Allá, del otro lado de la colonia Ferrocarril, en la zona conocida como “Las Vías” no cambia mucho el panorama de Casitas del Campamento, sólo cambian las personas. Los vecinos advierten que al cruzar las vías, cualquiera tiene 75% de probabilidades de que lo asalten, porque es una zona de venta de droga e, incluso, de prostitución.  25% de probabilidades de que no lo asalten, dicen venden de todo tipo de drogas.

La frontera entre “aquel” lugar inseguro y este, con un poco más de tranquilidad, son las vías.

Tonalá

“Enciérrese y que el mundo ruede”


La Jalisco

Caminar del lado equivocado significa una declaración de guerra entre pandillas. En la colonia Jalisco, en Tonalá, en casi en cada esquina está “pintada” una bandera con grafiti, el territorio se defiende hasta con la vida.

Los vecinos se encuartelan antes de que la luz del día se extinga y comience la batalla. “Si usted no tiene ningún negocio, ni salga. Métase a su casa, enciérrese y que el mundo ruede”, dice Francisco.

“Los policías, principalmente los que andan en moto ¡ah qué corruptos!, son rateros para mí”, expresa Francisco.

María Guadalupe sí ubica a algunas pandillas de la colonia, “de acá, arriba, son ‘Crisantos CIE’ y ‘Teporochos’, entre ellos se pelean, a los demás no nos tocan”.

El parque de San Gerónimo, localizado frente una escuela, ha sido “tomado” por jóvenes involucrados en la delincuencia. Desde temprano están ahí, cuidando su territorio.

“Pase ahí en la tarde para que vea. Salen desde temprano”, dice Toño. “Uno va a la plaza a ver una bola de mal vivientes, que roban y asaltan y le dicen muchas cosas a las muchachas. ¿Y la policía? ¡Bien, gracias!”.

Los choques han llegado al territorio cibernético. En YouTube, “Crisantos” se ensalza de su poderío, “los Crisantos CIE controlamos la Jalisco”,  apuntan en un video, en el que retan a otras pandillas a enfrentarlos: “…Ya saben mis chavos / que por la de Ciudad Guzmán nos pueden encontrar / para cuando quieran guerra / ahí estamos la CIE para controlar la colonia Jalisco”.

Al ritmo de hip-hop se dicen los más malditos de la Jalisco y los cazadores de Chapala. “Crecidos como bandidos, que al cabo me da igual cargar con otro muertito… 11, 4, 3, ya sabrán si quieren guerra”.

En las imágenes se puede ver principalmente a hombres jóvenes, vestidos holgadamente, rapados y a algunos portando armas.

El video se subió a internet el 9 de mayo de 2010, por el usuario smoke323719, y hasta la fecha tiene cinco mil 189 reproducciones.

Son las dos de la tarde en la Colonia Jalisco y tres jóvenes de la “Crisantos” ya están en su esquina. Reconocen que la colonia es violenta, dicen que es por territorio, aunque a veces “los otros se ponen locos y desde allá nos tiran de balazos”. Otro compañero replica: “Igual que nosotros”.

Se ríen, dicen que son un “buen” y la policía no se acerca porque no se atreve; además llegan tarde, cuando ya hay uno o dos muertos. Su risa es de prepotencia.

Son jóvenes de menos de 20 años y presumen que uno de ellos es quien canta en las “rolas” de YouTube.

Tlaquepaque

“Aquí han pasado cosas muy feas”


La Duraznera y El Órgano

Algunas calles están empedradas, en otras el suelo es sólo tierra y basura que ha permanecido ahí tirada por meses. La mayoría de las casas de la colonia La Duraznera, muy cerca del cruce del Periférico y la carretera a Chapala, están en obra negra. El ladrillo anaranjado es el elemento común de las fachadas. Pocas fincas están pintadas y las bardas de los lotes baldíos están llenas de grafiti.

Apenas se alcanza escuchar el ladrido de los perros y el sonido de pocos automóviles. La Duraznera es tranquila en el día; pero en la noche, sólo se escucha a los chavos que salen en “bola con sus pandillas”.

Tres amas de casa coinciden en que viven en un contexto de inseguridad: “La semana pasada mataron a un matrimonio y a sus dos hijos. Les taparon la boca, los amarraron y los encerraron. Eso es señal de que no hay patrullas”.

Una de las vecinas se queja de que enfrente de sus casas hay un predio abandonado que está invadido “de ratas, víboras, chivas, alacranes y nunca nos han resulto ese problema. Queremos un parque y no un zoológico, así los muchachos podrían entretenerse en otra cosa”. Pero esto es una historia vieja. “Yo vivía en la esquina, tenía 15 años ahí. Querían asaltarme y me quemaron mi tienda de ropa”.

Al preguntarles si consideraban la venta de droga como uno de los grandes problemas de la zona, las tres mujeres se voltean a ver, guardan silencio y responden a la par: “Bastantísimo, estamos rodeados”. “Por eso mismo dicen que mataron a esa familia”. “Hay venta a lo descarado, enfrente de ti, ya no tienen ni vergüenza”.

Al cruzar las vías del tren comienza la colonia El Órgano. Ahí un señor de unos 40 años, con un lonche en la mano y la botella de un refresco, explica que muchos jóvenes de la zona son adictos a las drogas. Acto seguido, saca una botella del bolsillo de su pantalón con 200 mililitros de thinner y comienza a inhalar.

Martín señala al pandillerismo y la drogadicción como problemas que afectan a la población. Para solucionarlo propone más vigilancia de policías en la zona.

Laura se queja de que las lámparas del alumbrado público a veces prenden y eso hace que las zonas oscuras sean inseguras, sumado a las casas abandonadas y lotes baldíos.

Yadira cree que los problemas de la colonia, en parte se deben al rezago educativo y a la falta de solidaridad “para juntos salir adelante. Si ven que están vendiendo droga, en lugar de denunciarlos, callan. Aquí han pasado cosas muy feas, han vivido secuestradores entre nosotros”. Comenta que los vecinos ni siquiera participan cuando se les pide ayuda para pintar las paredes que tienen grafiti y que el analfabetismo es una barrera para el progreso, “hay muchos jóvenes que desertan de  la escuela porque ven que los papás tampoco están preparados”.

El Salto

Cada esquina es un “diablero”


Colonia Santa Rosa

Últimamente, las gasas y las bebidas de taparrosca se venden como “pan caliente”. Lo curioso, dice la mujer, es que las compran “chamaquitos” de 13 años en adelante: “Siempre tiran el refresco, nunca se lo toman”. Lo que ella ignoraba es que su tiendita está en un punto propicio para la delincuencia y el consumo de drogas: junto a un canal de aguas negras que divide a las colonias La Huizachera y Santa Rosa, que corre en paralelo a la calle Lázaro Cárdenas del Río, de donde salen huyendo hasta los policías municipales de El Salto.

Con el tiempo, la dueña de la tienda descubrió que los jóvenes de este paraíso de polvo han cambiado el refresco por el resistol y que todo lo que necesitan para “el viaje” se puede comprar en los negocios del barrio. “Cuando supe que el envase lo querían para la famosa mona, me dio mucha tristeza, porque cada vez vienen más niñas, que luego andan perdidas por ahí con todos los vagos de aquél lado”.

Aquél lado se llama colonia Santa Rosa del Valle (delegación de Las Pintas, El Salto, Jalisco) y los que viven en los alrededores procuran no “entrar”, algunos porque ya tienen historias violentas de pandillas qué contar y otros porque prefieren no arriesgarse.

El canal de La Huizachera está alfombrado con botellas y bolsas de comida chatarra. Por la margen derecha hay una línea de casas precarias, obras negras y una finca con un altar a la Santa Muerte. Es hora de ir a la escuela y las calles están repletas de jóvenes y niños. En la polvorosa calle Lázaro Cárdenas del Río caminan adolescentes con sus hijos en brazos, en las azoteas hay perros de pelea y cada esquina está “endiablada”: los postes de luz son una telaraña de diablitos para robarse la energía eléctrica. Un joven robusto, rapado, que viste camisa sin mangas, pantalón holgado y con algunos tatuajes en el cuerpo, ve que ingresa un carro “ajeno” y se le planta enfrente: mira fijo, apretado; sus ojos son una navaja empuñada en forma de advertencia: aquí no entran los extraños.

Los policías asignados a Las Pintas, quienes tienen detectados los cruces de las calles más “violentas” (donde se juntan pandillas), relatan que Santa Rosa —a donde se llega por la carretera a Chapala— destaca por la frecuencia de riñas, asesinatos, violaciones y robos.

Carmen, vecina de La Huizachera, cuenta que “acá uno amanece con que ya mataron a fulanito o a zutanito. O que ya asaltaron a no sé quién… aquí hay mucha ignorancia, los jóvenes no van a estudiar y prefieren andar tonchos por las calles. A mí me da mucho miedo”.

En esta tierra de nadie, tan propagada por todos los alrededores de la Zona Metropolitana de Guadalajara, la noche es nulificada, la noche es para guardarse en casa y sentirse seguro. Y la calle, cada vez más, es de los jóvenes que ahora pertenecen a pandillas que comienzan a vincularse al narcomenudeo y que se juntan en las esquinas de su barrio, a donde no alcanzan a llegar oportunidades de estudio o de trabajo para formar “la generación del futuro”.

Temas

Lee También

Recibe las últimas noticias en tu e-mail

Todo lo que necesitas saber para comenzar tu día

Registrarse implica aceptar los Términos y Condiciones