Martes, 26 de Noviembre 2024
Jalisco | La ciudad y los días por Juan Palomar Verea

Coches: la olvidada virtud de no estorbar

No hay registro preciso del grado de saturación de una calle determinada

Por: EL INFORMADOR

Como es una cosa gradual y constante, poco se piensa en ella. No hay registro preciso del grado de saturación de una calle determinada. Y, sin embargo, a cada día que pasa los cerca de cuatrocientos coches que se incorporan al llamado parque vehicular de la ciudad van congestionando inmisericordemente las venas de la urbe.

Esta congestión es un impuesto cotidiano, injusto y carísimo sobre todo mundo. Impuesto en tiempo, en dinero, en contaminación, en desgaste físico y mental, en calidad de vida.ÊCausado además, en buena proporción, innecesariamente. De los más de tres millones de viajes diarios en automóvil, habría una parte significativa que se podría ahorrar tomando algunas medidas sencillas. Dejemos por un momento en (esperanzado) compás de espera la resolución gradual y urgente del transporte público. Centrémonos en los coches, que en este momento se reproducen como conejos.

Antes de cada viaje, y con el muy noble y universalmente reconocido propósito de no estorbar, cada usuario se puede preguntar varias cosas: ¿puedo hacerlo a pie? ¿en camión (con todas las salvedades)? ¿en bicicleta? ¿compartiendo coche con otro u otros pasajeros a la misma dirección? Y una importante: ¿qué tal si no voy? La gente tiene una natural inclinación a salir con múltiples pretextos, algunos perfectamente válidos, algunos de sobra. Ya Michel de Montaigne aconsejaba quedarse quieto en su casa. Que muchas veces es mucho más interesante, productivo, útil.

Pero, ya que se hace el viaje en auto, se puede observar que en Guadalajara los automovilistas tienen una noción entre ceja y ceja: poner la defensa de su coche a un máximo de metro y medio de la fachada del lugar a donde se va. Así, el juego perverso del mínimo esfuerzo lleva a producir toda clase de estorbos. No importa que se deje el coche sobre la banqueta, en doble fila, tapando cocheras, en lugar prohibido, etcétera.

Pagar por estacionarse en los lugares y edificios destinados para ello está lejos de los hábitos de los automovilistas. Esto ha ayudado a proliferar a los operarios del trapito, el balde abollado y el machuelo apartado: los viene-viene. Con ello, el espacio público se ha venido privatizando en beneficio de unos cuantos. Y a su vez, ha aumentado el congestionamiento de nuestras calles.

Cada dueño u operario de coche debería tener muy claro que en cada desplazamiento y maniobra que haga puede ahorrarle a la comunidad costos que, multiplicados por más de millón y medio, son astronómicos. Las autoridades, sin embargo, parecen no poner mayor énfasis en el asunto. Ante la inundación automovilística, por lo pronto se ha recurrido a un lamentable sálvese quien pueda. Y a la ley del más gandalla.

En lo que los coches ven su inevitable eclipse y merma, dictados por las irreversibles tendencias globales, en lo que logramos una movilidad más sustentable, es muy importante preguntarse diariamente: ¿cómo estorbar menos?

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