Martes, 26 de Noviembre 2024
Jalisco | Al revés volteado por Norberto Álvarez Romo

Ciudad atirantada

A Guadalajara le llegó la urgencia por modernizarse

Por: EL INFORMADOR

El domingo pasado, más de 10 mil personas recorrieron célebre y alegremente el nuevo puente atirantado al incorporársele la Vía RecreActiva tras los suntuosos festejos inaugurales del sábado por la noche.

Celebrar es propiamente humano. Es nuestra manera de mantener viva la llama de aquello que no queremos perder. Cada fiesta pública pretende reconstruir el tejido que nos une. En la política mexicana la forma ha llegado expresamente a ser también asunto de fondo. Hace rato que nuestros rituales ceremoniosos ya no sirven para el nuevo orden que estamos buscando los mexicanos. Aquello que nos hizo modernos ya deja paso a lo que sigue. Las formas de lo público están desgastadas porque los fondos carecen del sentido que tenían antes para entender nuestro pasado, sostener el presente y marcar el futuro.

Desde su fundación, nuestra ciudad ha poseído el estigma de una ciudad partida. Dice la frase popular: “De la Calzada para allá y de la Calzada para acá”. Por generaciones se ha promulgado la idea de que hay, por lo menos, dos Guadalajaras.

El inicialmente “Río Guadalajara” se renombró “San Juan de Dios” porque Nuño Beltrán de Guzmán le encomendó al colonizador Juan de Oñate que fundara una villa que llevara el nombre de su pueblo natal: Guadalajara (España). Lo hizo después de tres intentos fallidos. Finalmente, en 1542, Doña Beatriz Hernández (cansada por una década errante de batallas y enfados que colmaron a los cansados pobladores) decidió no dar un paso más anunciando a su gente. “Aquí nos quedamos... a las buenas o a las malas”. La fundación tuvo lugar en el sitio hoy ocupado por el Teatro Degollado, al Oriente del río que sirvió para cumplir con el requisito de las leyes de indias que ordenaban que los asentamientos españoles deberían estar aislados de donde vivían los indígenas, asentados ya del otro lado; donde se inundaba menos y se vivía mejor.
El río que separaba, también unía. Hacia él corrían todos los drenajes de ambos flancos. Fue tapado para controlar los malos olores y el paseo creado sobre el espacio entubado se convirtió en la Calzada de la Independencia, borrando así el cauce que nos dio origen, nombre y desfigura. El Macrobús lo recalcó todavía más.

Habiendo sido una de las mejores ciudades provinciales del mundo hacia mediados del siglo pasado, a Guadalajara le llegó la urgencia por modernizarse. Quiso mostrar una nueva cara de moda tirando hacia el Poniente de la ciudad su evolución urbana. Luego siguió la ampliación de las calles para dar lugar a los envidiables automotores. Fue entonces que los autos fijaron el rumbo del desarrollo. Empezaron los estorbos y las contaminaciones del aire. Buscando ser más rápidos, a la larga nos volvimos más lentos. El nuevo puente atirantado es el símbolo máximo de esta manía.

Sin embargo, la deuda con el Oriente de la ciudad aún persiste. A lo largo del tiempo se ha privilegiado el desarrollo urbano, tirando hacia un solo lado de la ciudad. Es hora de plantear algún nuevo proyecto emblemático hacia el Oriente que empiece a enmendar aquel vicio torcido que cargamos desde nuestro origen.

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