Domingo, 24 de Noviembre 2024
Jalisco | Entre veras y bromas por Jaime García Elías

—Ausencias

Dos más anunciaron su ausencia, por esta vez, debido a “causas de fuerza mayor”: Mario Vargas Llosa, Premio Nobel de Literatura 2010, y Carlos Fuentes

Por: EL INFORMADOR

Habrá quien sostenga que en la edición de la Feria Internacional del Libro (FIL) que se puso en marcha el sábado, pesarán más las ausencias que las presencias. No le faltará razón a quien tal diga. Entre los ausentes se cuentan cuatro “pesos completos” de las letras, habituales animadores, cuando presentes, de la llamada “fiesta anual de los libros”. Dos de ellos conmocionaron al mundo de la literatura, en su momento, este mismo año, a raíz de su fallecimiento, con un día de diferencia: José Saramago el 18 de junio, y Carlos Monsiváis, el 19. Dos más anunciaron su ausencia, por esta vez, debido a “causas de fuerza mayor”: Mario Vargas Llosa, Premio Nobel de Literatura 2010, y Carlos Fuentes.

—II—

Puestos en la balanza, en efecto, es posible que los cuatro grandes ausentes tengan un peso específico significativamente mayor que los muchos que participarán en los foros que con motivo de la FIL y con el concurso de escritores de renombre, se realizan habitualmente. No precisamente por malinchismo, pero es obvio que Saramago ejercía y Vargas Llosa ejercen aún una fascinación irresistible entre los públicos, más aficionados, quizá, a escucharlos que a leerlos. Paradoja químicamente pura, dicho sea de paso, porque se supone que la magia de la palabra de los escritores —de los novelistas; de los creadores de literatura en la más rica acepción de la palabra— se da, primordialmente, merced a la lectura; a la recreación, al darse la complicidad con el lector, de los peculiares mundos y de los singulares personajes surgidos de su imaginación. Lo cual, por supuesto, no obsta para añorar la ironía —rayana en la mordacidad— de “Monsi”, y el tono doctoral —por no decir pontifical— de Fuentes en sus disertaciones.

—III—

En todo caso, más allá de las ausencias (irremediables y definitivas unas, accidentales y ocasionales otras, quizá), ahí están los libros, destinados, en teoría, a perpetuar los mensajes de sus autores... y, de paso, a demostrar que, a despecho de profecías y pronósticos que auguran su lenta y dolorosa agonía —o, al menos, su decadencia ante la irrupción avasalladora del mundo virtual—, aún están en condiciones de plantarse, retadores, ante quienes dicen contar las horas que faltan para que se conviertan, en el mejor de los casos, en piezas de museo, y de hacer suya la frase clásica (libresca, obviamente) falsamente atribuida a Zorilla:  “Los muertos que vos matáis, gozan de cabal salud...”.

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