Jueves, 28 de Noviembre 2024
Jalisco | Los trastornos se alimentan con las relaciones familiares, la moda y la genética

Anorexia y bulimia, la desnutrición del alma

Los trastornos se alimentan con las relaciones familiares, la moda, la autoestima herida y la herencia genética, entre otras causas

Por: EL INFORMADOR

Las niñas no están encaprichadas al no querer comer, están enfermas, conceden varios especialistas. A. GARCÍA  /

Las niñas no están encaprichadas al no querer comer, están enfermas, conceden varios especialistas. A. GARCÍA /

Anorexia y bulimia afectan a la niñez

GUADALAJARA, JALISCO (12/ABR/2011).-
No es un capricho, es bulimia. Así describe Sandra el “estado” que la ha acompañado durante 26 años. “¿Quién está más gorda, tu mamá o tu tía?”, le preguntó su papá una tarde.

“Mi tía”, respondió Sandra, que recién había cumplido cinco de edad, pero entendió el sarcasmo. “Tu madre es más gorda”, sentenció el padre, plañidero... Estefanía vive con anorexia. En la primaria era gorda y su mejor amiga flaca: “Ahí viene el 10”, se burlaban los compañeros…. A Daniela la llamaban verija gorda. Sandra, Estefanía y Daniela no se conocen, pero se parecen. Cuando tenían 12 años sus heridas se abrieron. A Sandra le dio por vomitar. A Estefanía y Daniela por matarse de hambre.

No están encaprichadas, están enfermas, conceden varios especialistas.

Las tres viven con una afección mental que las tiene o las ha puesto en riesgo. Un riesgo compartido algunas veces. Durante sus embarazos, Sandra se arrodilló frente al retrete para echar lo que había comido.

Las niñas mexicanas mordieron el anzuelo: un coctel tóxico de relaciones familiares difíciles, autoestima herida, herencia genética, alteraciones biológicas e influencias estéticas. El anzuelo fue reconocido y bautizado en 1982 por la Organización Mundial de la Salud (OMS). Se llama Trastornos de la Conducta Alimentaria (TCA).

Igual que Britney Spears y Linsey Lohan, todavía estrellas de la barra de la programación infantil, miles de mexicanas están a la moda. Las cifras más conservadoras hablan de entre 0.5 y 4.2% de las adolescentes. Hay cálculos más elevados. En 2005, los Servicios Educativos en el Distrito Federal indicaban que alrededor de 15% de esta población vive con anorexia, bulimia o come por compulsión, o vive con las tres cosas y además con vigorexia —la obsesión por ejercitarse—. La moda no es una figura corporal. Es un problema de salud. Uno muy grave.

Desnutrición del alma

Los TCA son de esos males traicioneros y ponzoñosos. Atacan cuando la víctima tiene un estado emocional vulnerable. Poseen un veneno de largo plazo. Puede ser mortal. Hay quienes afirman que es progresivo e incurable. “Son la desnutrición del alma”, añade Claudia Hunot, fundadora del área de trastornos de la Conducta Alimentaria de la clínica Oceánica y de la carrera de Nutrición de la Universidad de Guadalajara. “Cuando no puedes digerir la vida le retiras los alimentos”, añaden Patricia Domínguez y Gustavo Cuéllar, la psicóloga y el psiquiatra de la Clínica de Ansiedad, Depresión y Estrés (CADE).

¿Cómo fue que el aguijón se enterró en la infancia mexicana? No existe una, sino varias condiciones que pueden predisponer, sobre todo al sexo femenino —uno de 11 casos afecta a un hombre, según el Instituto Jalisciense de Salud Mental—.

Causas genéticas: los parientes en primer grado de alguien con un TCA tienen ocho veces más riesgo de trastornarse también. Causas químicas: en varios casos, alteraciones en la serotonina, un neurotransmisor que regula los estados de ánimo, el apetito y la sexualidad. Causas psicológicas: las víctimas son personas con autoestima baja. Familiares: padres que le exigen a sus hijos que sean como no son. Gremiales: las bailarinas, modelos y gimnastas son más propensas que, por ejemplo, los taqueros. Causas globales: las sociedades occidentalizadas tienen personas con anorexia y bulimia; los burundi y los huicholes están casi fuera de peligro. Causas sociales: se considera que una persona delgada es bella estética y moralmente. Dietas: son la primera causa, afirman los especialistas del CADE: “Todas las pacientes siguieron un régimen. Muchas tuvieron problemas de sobrepeso. Otras ni siquiera. Sencillamente son de complexión media o gruesa”.

Estefanía

Vive en una ciudad media de Jalisco. Tiene compulsión por la comida. Tiene anorexia. Tiene miedo a enfrentarse con un plato de pozole. Ha estado internada dos veces. Su madre es rubia y despampanante.

“Mi mamá trabajaba mucho. De regreso me traía chocolates. Cuando cumplí 10 vio que se le pasó la mano. Me empezó a presionar: ponte a dieta. Yo era gorda y Tania, mi mejor amiga, era flaca. En el colegio se reían: ‘ahí viene el 10’. Un día fui a la casa de Tania. Ella tenía kilos de ropa y a mí no me quedaba la mía. Por esos días mi mamá  me llevó con una nutrióloga. Mi mamá dice todo el día que quiere adelgazar. Se molesta si un día no puede hacer ejercicio. Con la dieta de la nutrióloga adelgacé. Luego diseñé mi propia dieta. Llegué a pesar 32 kilos.

“Ponía el despertador a las 8:00 horas, pero si por algo despertaba a las 8:01, me ponía fatal. Comía unas cucharadas de cereal antes de ir al colegio. Regresaba a las dos. Comía unas rebanadas de verdura. Hacía una tarea. Puro 10. A las cuatro de la tarde comenzaba con el ejercicio. Prendía la tele para no aburrirme. Acababa con el ejercicio a las nueve de la noche. Si alguien me interrumpía le gritaba”.

Claudia Hunot explica el problema con lucidez: “A los 10 o 12 años de edad se ponen a dieta ¿Qué crees? A esa edad sí bajan. Mucho. Sí funciona. Entonces sienten que todo lo pueden y orientan su personalidad al logro. La capacidad de lograr la meta las retroalimenta. Siguen dieta… un círculo vicioso”.

El círculo vicioso envuelve a cuatro millones de mexicanas que padecen bulimia, anorexia, derivados y combinaciones. Círculo voraz. Cada año se alimenta con 20 mil casos nuevos, afirma el Instituto Ellen West, un centro de investigación con internado para la atención de los TCA, que trabaja en la Ciudad de México.

Las muertas que nadie cuenta

De la mortalidad por bulimia y anorexia no existen ni cifras aproximadas. En los registros de la Secretaría de Salud Jalisco aparecen 15 muertes anuales por insuficiencia calórica y por anemia. Pero no hay que irse con la finta; la mortalidad es muy elevada por los problemas que desencadenan la falta de alimentos y el vómito compulsivo; habría que sumar algunos infartos, casos de deshidratación y alteraciones endocrinológicas, afirma Oswaldo Briceño, de la Clínica de Trastornos de Alimentación, que funciona hace un decenio en el Instituto Jalisciense de Salud Mental.

Coincide con otros en que la obsesión por la delgadez bajó los peldaños de las pasarelas y se escapó de los barrios residenciales. Las muchachas que no pueden costear el internamiento en una clínica privada acuden al Instituto Jalisciense de Salud Mental y al Hospital Civil de Guadalajara.

En su consultorio del Hospital Civil, al que se llega por un pasillo con móviles y tapices de lunas, de niños felices y nubes, la doctora Adriana Ascencio, especialista en medicina para adolescentes, escudriña una libreta cocida de pastas azules. “Lunes: TCA, TCA. Dos casos. Martes: TCA, TCA, TCA. Tres. Miércoles. TCA, TCA…”. Mientras cuenta, opina: “Creo que son enfermedades de moda. De lo que antes era moda entre los ricos, porque antes los ricos eran gordos y los pobres flacos. Ahora todos quieren tener cuerpo de pobre”. Cuando Adriana Ascencio llega a la última página de su libreta ha contado 40. Cuarenta casos de trastornos de la conducta alimentaria durante 2010, en el “llamado hospital de los pobres”. La víctima más joven tiene ocho años.

Lo más paradógico, concluye Adriana Ascencio, es que estas muchachas están anémicas de donde las veas. “Vienen de familias poco nutricias”.

Sin novedades: en estas familias, las aspiraciones, actitudes y hasta frustraciones de la madre jugaron un papel importante para que los trastornos se desarrollaran, afirma la psicóloga del área infantil del “hospital de los pobres”, María de Lourdes de la Mora.

Sin preguntarle a Sandra, Daniela y Estefanía si provienen de familias poco nutricias, es curioso que todas hayan dedicado un rato para hablar de sus madres. Ejemplo: cuando Sandra le confesó a la suya que vive “en estado de bulimia”, la mamá suspiró y la animó: “Yo quisiera ser como tú”. Daniela repite unas cinco veces, así como no queriendo, que después del divorcio de sus padres, su progenitora encontró una pareja nueva y la dejó al cuidado de la abuela. Estefanía compone un estribillo similar, con la historia de que su madre le gusta llamar la atención con su belleza.

“Desde que nacemos, la madre nos enseña el significado del alimento, cuando nos da el pecho y, más tarde, cuando nos desteta y nos pone, así, uno de los primeros límites. Del otro lado, a las mujeres nos enseñan que nuestros hijos van a crecer sanos si los alimentamos bien. Hay familias en las que el alimento es un símbolo compensatorio o castigador”, explica De la Mora.

El psicoanalista Ulises Valdez coincide con su colega. En su consultorio privado, desde donde ha sido testigo de un boom de casos de TCA desde 2004, relata que incluso los niños pequeños tienen episodios anoréxicos, por llamarlos de alguna manera. Desde muy temprano, entre la madre y el niño se establece una lógica. Ella dice:
“cómete esto, que es por tu bien” y cada rechazo del infante es un momento de independencia: “No me puedo comer esto porque me invades, me abrumas”.

Miembro del Círculo Psicoanalítico Mexicano, Ulises Valdez dice que durante la adolescencia, al deseo de independencia se le suma el cambio del cuerpo. “Estas niñas viven los cambios físicos de la adolescencia como una especie de invasión a su cuerpo. De ahí viene que no se reconocen en el espejo: ‘esa que está ahí no soy yo porque esa está gorda’. Estas chicas se niegan a transformarse en adultas”.

Sin haber leído a Freud, Estefanía coincide con Ulises Valdez. Las fotografías de su vida también. A los 12 de edad y 32 de peso su rostro era el de una niña esquelética de labios carnosos y ojos atribulados. La recuperación le ha dado 23 kilogramos y forma femenina. Cree que tendrá que luchar toda la vida contra el trastorno y admite que en su casa esa lucha no va bien con los otros: “Mi mamá está obsesiva por verse joven y delgada. Justo ayer empezó otra dieta”.

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