Viernes, 29 de Noviembre 2024
Jalisco | La institución brinda apoyo a pacientes del Hospital Civil

Albergue Fray Antonio Alcalde, el cobijo de los desamparados

Trabajadoras sociales ofrecen servicios de alimentación, agua caliente, sábanas y cobijas, medicina alternativa, atención psicológica y cuidados médicos a personas de escasos recursos

Por: EL INFORMADOR

GUADALAJARA, JALISCO (30/MAY/2010).- En el Albergue Fray Antonio Alcalde, último rastro de las 576 casas que conformaban “Las cuadritas”, se reciben más de 170 pacientes del Nuevo Hospital Civil “Juan I. Menchaca”, así como familiares o allegados de éstos que llegan desde la tarde del domingo o la mañana del lunes para ser acogidos por las trabajadoras sociales con servicios de desayuno, comida y cena, agua caliente, sábanas y cobijas, medicina alternativa, atención psicológica y cuidados médicos.

Gloria Marisol Martínez Rubalcaba, quien apoya en las labores y cuidado de los hospedados, comenta que cinco de los siete días de la semana tiene que acomodar colchones y catres (que suman 30 entre ambos) en el patio, en la capilla, en los lavaderos e incluso en las regaderas para darse abasto, pues el cupo que tiene es para menos de la mitad de las personas que reciben. Si al estar lleno el lugar, dice, llegan más huéspedes antes de las ocho, se envían a la Casa del Buen Samaritano, que se encuentra cerca, pero si llegan después de esa hora es muy difícil que encuentren dónde pasar la noche.

“Diariamente se tiene que dejar fuera a más de 30 personas que no podemos meter en ningún lado”.  

Los días en que más gente llega son los domingos por la tarde o los lunes. Por día se cobran tan sólo 15 pesos diarios para solventar los gastos de manutención. No obstante, Martínez Rubalcaba asegura que llega gente que no puede pagar ni esa cantidad.

“Las personas que vienen aquí están en una situación totalmente vulnerable. Hay personas que viven en condiciones paupérrimas”.

Cuenta el caso de un señor que no puede trabajar, ya que su hijo se encuentra internado en condición grave y busca ayuda para pagar los estudios médicos porque no le dan esperanzas de vida tras un accidente que tuvo. “Lleva tres meses así y se encuentra muy deprimido”.

Que muchas personas tengan que dormir fuera del hospital se debe, entre otras, a dos razones: la falta de información por parte de algunas trabajadoras sociales, quienes en muchas ocasiones no encausan a la gente porque no ubican los albergues, y la falta de iniciativa por parte de los pacientes y sus familiares para informarse bien.

El albergue está conformado por tres áreas:

General, donde se recibe a pacientes en tratamiento ambulatorio con sus familiares. Ésta comprende el patio central empedrado, en cuyas paredes se distinguen sus ventanas circulares a lo alto y se distribuyen los cuartos que tienen de seis a ocho camas, la capilla, los baños generales bajo la escalera, y la cocina.

La Casa Galilea, con cupo para 42 personas, en la cual se aloja a enfermos con trasplante o necesidad de cuidados especiales, quienes se reciben con sus familiares.

La Casa Hogar Nazareth, para 32 niños, en donde se cuida a niños con enfermedad terminal. Tiene su entrada a un costado, en la Avenida Alcalde 572, en el Centro Histórico de Guadalajara, y cuenta con cuartos y un patio acondicionados para juegos. Próximamente se espera abrir un área para enfermos terminales.  

Que los albergados tengan que compartir los baños, imposibilita que se pueda recibir a personas infectocontagiosas, quienes son enviadas al hospital para que pasen ahí la noche.

En la finca 576 de la Avenida Alcalde no se elige el tipo de casos para atender, pues se ha dado cuidado a personas en todas circunstancias. Martínez Rubalcaba cuenta que una de las personas que más tiempo se ha quedado es una mujer, quien sufría las consecuencias de un implante mal logrado. Su hijo, quien contaba con ocho años de edad, acompañó a su madre con el personal del lugar los tres años de su lucha antes de que ella muriera.

“Los pacientes que duran más de un año por lo general son aquellos que están en estado terminal”.

Un recorrido por el lugar


Al terminar de caminar por el pasillo, entre dos hileras de macetas de barro a lo largo de los muros y por el que los pacientes son recibidos con sus familiares, se abre un patio en el que se encuentran algunos de los albergados pasando el momento, sentados en las bancas, de frente hacia el fresno que se levanta al centro.

Respirando el frescor de los guamúchiles, helechos y demás plantas que crecen en la vecindad, Alejandra Chávez Guisar, de Michoacán, lleva ahí cuatro días  y se encuentra en espera de su próxima cita dentro de cinco días, y Luz María Prada Pimentel, residente de Sayula, vino a la ciudad para ser revisada por un oculista debido a un desprendimiento de retina. La primera vino a recibir su tratamiento, pues le fueron extraídos dos tumores del cuello y ha estado viajando desde marzo del año pasado, cada dos o tres semanas, quedándose ahí hasta 15 días continuos.

Cuenta que viene sola y los gastos tanto de su tratamiento como de sus pasajes los obtiene con trabajos de costura y vendiendo bisutería, pues en un principio sus hijos, quienes viven en Estados Unidos, le enviaban 300 dólares mensuales, pero ya no.

A la conversación se incorpora una conocida de su rancho, en La Ruana, que acompaña a su hijo cada mes para que reciba tratamiento luego de una cirugía en la cabeza. Tiene la mirada fija hacia las escaleras paralelas a él y a su vez escucha la plática de las mujeres, cuyas voces se mezclan con el chiflido de los pájaros, el bullicio del tráfico y las campanadas del templo de San Felipe.

“Me siento bien sola”, le comenta Alejandra a quien le pregunta por su madre  y por su hija.
Luz María lleva dos meses ahí. Comenta que se tuvo que quedar porque tenía que conseguir el dinero para que la operaran cuanto antes, ya que en el hospital no servía el aparato. Narra que a pesar de no poder salir a la calle, pues aún no puede ver bien, en el albergue encuentra toda la tranquilidad que necesita.

Al fondo, en la esquina del lado izquierdo, se encuentra un cuarto, de unos cuatro por cuatro metros, destinado a alojar pequeños con alguna enfermedad que requiera de cuidados especiales. De no ser ocupada, se acondiciona para recibir a más gente.

A un lado se encuentra un cuarto abierto en el que otras dos mujeres, de Tepic y San Miguel El Alto, respectivamente, se encuentran reposando en las literas. “No podemos ir a un hotel y no tenemos familia, no hay billete para ir y venir, y si nos citan cada tres días, tenemos que quedarnos aquí”, menciona una de ellas, Ofelia González Sánchez, quien viene acompañada de su hermana, mientras se limpia su herida tras una operación en la que le fue implantada una banda gástrica.

Al fondo, en un cuarto en el que apenas entra la luz, se encuentra una pareja de jóvenes esposos que proceden de Mezcala. Él, Juan Manuel Algaba Moreno, contesta que su esposa está convaleciente y no pueden regresar; mientras voltea a ver su rostro lleno de desasosiego agrega:

“Ella se queda y yo me regreso. Nadie más de mi familia pudo venir; espero que mañana la den de alta”.

Casa Galilea

Los trasplantados y enfermos convalecientes que necesitan quedarse más tiempo y recibir cuidados especiales, duermen en la Casa Galilea, cuyo nombre se debe a la Asociación Galilea 2000. Ésta debe su funcionamiento al incansable trabajo de su fundadora María Eugenia Casillas de Pérez, aunado a los donativos tanto en efectivo como de pañales, medicamentos empezados y no caducos, entre otros, y el servicio social. Todo esto llega gracias a la labor de su Patronato.

En este espacio los cuartos se asemejan más a los de un hospital, pues los enfermos yacen en su cama reclinable junto a sus familiares o pareja, quienes se mantienen alerta de lo que necesiten.

Incluso, la Central de Enfermería se aprovecha como recámara, pues sólo se cuenta con dos enfermeras. “Pedimos becarios de la Escuela de Medicina, pero no nos han enviado a nadie. Sólo en una ocasión, hace como dos años, nos enviaron unas becarias”, indica la trabajadora social.

En el pequeño patio, donde el sonido de las ambulancias se escucha más fuerte que en el área principal, se encuentran tres mujeres tejiendo bolsas, pues es su manera de obtener algo de dinero para los tratamientos de sus maridos, ambos rondando los 30 años de edad.

Olivia Villa Parra viene de Tepic y lleva ocho meses en el albergue, acompañando a su marido, quien cada tres semanas recibe quimioterapia y requiere de su ayuda, pues le fue amputada una pierna.

Érika Padilla Ramírez vive en Irapuato y ha estado alojada en la casa durante un mes continuo, sin separarse de su esposo.

Cuando su esposo fue operado en el hospital civil, Olivia durmió un mes en el suelo antes de que fuera dado de alta. Después, indica que tenían que venir y regresarse cada tercer día, pues no sabían del albergue, hasta que su cuñada les informó, luego de que se acercara a una trabajadora social del hospital a pedir datos. A pesar de que consiguieron que se les donaran 12 mil pesos para la primera quimioterapia, en ese tiempo tuvo que empeñar gran parte de sus pertenencias, coser fundas, organizar rifas para pagar los pasajes y medicinas y estancia en el hospital, la cual diariamente tiene un coso de 350 pesos.

A pesar de extrañar a sus hijos de ocho, 15 y 18 años, dentro del albergue la inquilina se entretiene tomando los talleres de manualidades que les imparten, platicando con otros alojados, a quienes ya ubica, que salen a sus entidades los fines de semana. Sábado y domingo, comenta, saca a dar una vuelta a su marido.

Por su parte Erika, de 23 años, cuenta que debió recibir, en su mayoría, ayuda económica de la familia de su esposo, pues ninguno de los dos están adscritos al Seguro Social, y debido a la duración del trámite en comparación con la urgencia que tenía su esposo de ser operado, no podían esperar. Tiene también la ayuda de su hermano, quien le dio dos mil 300 pesos para  el pasaje.

“Gastamos mucho dinero, pedimos préstamos para que lo operaran. Estuvo internado una semana en un hospital particular en Irapuato, fueron 15 mil pesos diarios, estuvo cuatro días.
Cuando llegamos tuvimos que volver a pagar estudios que ya le habían hecho”.

La primera experiencia que vivió al llegar al Hospital con su esposo y su familia fue difícil, pues  llegaron a las 12 de la noche en una camioneta que se descompuso. Un miembro del personal les dijo que no lo podían internar y no tenían dónde dormir. “Tuvimos que dormir afuera, a él lo dejamos en el carro. A las seis nos fuimos a pedir la consulta y hasta las dos de la tarde lo internaron, mientras tanto lo tuvimos que acostar en una jardinera”.

Mientras estuvo internado, durmió, al igual que Olivia, en el suelo, durante dos semanas, mientras que su cuñada y su esposo se tenían que salir a buscar dónde dormir. “Al principio no nos dijeron de los albergues hasta que una trabajadora social nos dio el dato de aquí”.

Datos históricos

Este recinto es el último que se conservó de lo que llegaron a ser las 158 viviendas que Fray Antonio Alcalde ordenó construir en el barrio del Santuario, a lo largo de 16 manzanas conocidas como “Las cuadritas”.

Desde su inicio, que se remonta a 1781, se concentró una población de poco menos de 600 personas. Eran familias de escasos recursos que venían a acompañar a los enfermos del Viejo Hospital Civil y pagaban nobles rentas por su hospedaje.

La construcción de la vecindad comenzó en 1787 y terminó en 1790. El Patronato de Reconstrucción del Centro Histórico de Guadalajara y El Instituto Nacional de Antropología e Historia contribuyeron en la restauración del lugar, al decidirse instaurar como albergue en 2000.

Más de dos siglos después de su inauguración, continúan acumulándose en el lugar las historias
de enfermedades, sufrimientos y penurias de los enfermos más pobres de Jalisco y el Occidente del país.

FRASE

Las personas que vienen aquí están en una situación totalmente vulnerable. Hay personas que viven en condiciones paupérrimas
Gloria Marisol Martínez Rubalcaba, trabajadora social.


ITESO/ Viviana Padilla Gómez

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