Viernes, 22 de Noviembre 2024
Jalisco | Personajes urbanos

¡Aguaaa!, aullido nocturno en Residencial Guadalupe

El “Güero” carga por noche 1.4 toneladas de agua en 70 garrafones

Por: EL INFORMADOR

GUADALAJARA, JALISCO.- El silencio de la Zona Metropolitana de Guadalajara en la noche puede ser espectral. Los susurros del viento silbando sobre las hojas de los eucaliptos pareciera que pronuncian miedo. La espesa quietud en la colonia Residencial Guadalupe, por ejemplo, la rompe una especie de aullido urbano nocturno: ¡Aguaaaa…! No se trata de un fantasma. Es el repartidor de agua purificada.

“Cuando yo entré trabajaba de día como todos, pero poco a poquito, por las situaciones, la venta y los clientes, que la mayoría está en sus casas por la noche, me acostumbré a ser nocturno. Y ahora soy nocturno, ¡pero nocturno!”.

José de Jesús Vallejo Castellanos vende agua purificada desde hace más de 13 años. De un decenio a la fecha, reparte garrafones los siete días de la semana, de medio día a media noche.

“Al principio es difícil, pero uno se acostumbra. Es un buen trabajo, la gente te acepta. A veces sí acabo cansado de subir tanto garrafón, pero se adquiere condición. Creo que es importante, porque la gente siempre va a necesitar agua, pero yo no soy indispensable; si me enfermo mandan a alguien más y ya, pero dudo que haya otro vendedor que se anime a meterse de noche, porque es difícil adaptarse”.

En mangas de camisa, con el emblema de la empresa bordado en el pecho, pantalones anchos, gorra que le esculpe la cabellera pegada al cuero, y cangurera que parece protuberancia en su cuerpo, José Vallejo desmonta su motocicleta, toma un garrafón del compartimiento, lo carga en su calludo hombro derecho, ya negruzco por el polvo de los botellones, y camina haciendo equilibrio con el brazo libre. Escalón tras escalón, con la respiración forzada, y por 20 pesos la pieza, lleva el agua que las personas beben diariamente.

José, conocido entre los vecinos como el “Güero”, llegó a Guadalajara a los 13 años de edad, proveniente del Distrito Federal. Desde entonces, por “chanza, tiempo o dinero”, jamás ha regresado. El chilango ya cuenta 40 velitas en su pastel.
“Me gustaría regresar, pero no he podido. Creo que ya no reconocería las calles. Tengo familia allá, pero ya no los conozco, tal vez reconocería a mis tías, pero ya deben estar muy viejecitas, ya hasta han de tener nietos, bisnietos”.

La gente ha aceptado José, o por lo menos eso piensa. “Hay gente a la que le he repartido agua desde hace 10 años”. Y no es cualquier cosa, porque además de cargar 1.4 toneladas de agua en 70 garrafones diarios, de 20 litros cada uno, y llevarlos escaleras arriba hasta el departamento de quien lo pide, tiene que aguantar las imprudencias o agresiones de algunas personas. “Me han aventado huevos, una vez me cayeron en la gorra, nomás vi cómo se escurrían la clara y la yema por la visera. En otra ocasión me aventaron limones, yo pienso que con resortera porque nomás los oía zumbar cuando me pasaban rozando”.

Él sabe que su labor puede ser molesta para algunas personas, por eso trata de ser prudente y respetuoso al realizar su trabajo. “Sobre todo con el grito, algunos vecinos a esta hora (11:30 de la noche) ya están dormidos y llego a molestarlos”. Recuerda que alguna vez le han pedido que baje el volumen de sus gritos. “Me acuerdo muy bien porque estaba lloviendo mucho, yo iba en mi impermeable, gritando por la calle, ya era noche.

De un edificio bajó un señor que quería hablar conmigo, me dijo: ‘Oiga, yo sé que usted trabaja, todos tenemos necesidad. Pero mire, yo tengo a mí hija chiquita y batallo muchísimo para dormirla, y luego viene usted y me la despierta y ya no la puedo dormir. Me tardo dos, tres horas. Y yo trabajo por la mañana, no me deja descansar. Le voy a pedir que pase un poquito más temprano, por la niña, o que no grite tan fuerte’. Y yo lo comprendo, porque a mi tampoco me gustaría. Además, el señor bajó sin camisa cuando estaba lloviendo y se mojó todo”.

Su ruta, la más pequeña de todas —dice—, abarca varias manzanas de la colonia Residencial Guadalupe, zona de edificios multifamiliares. Diariamente, a la hora que más pega el sol, se monta en su motocicleta, que ancla un remolque cúbico acondicionado para transportar 56 garrafones (12 a la izquierda, 12 a la derecha, 12 al centro y 24 por encima), sale en espera de que los vecinos salgan y compren.

En la empresa trabaja por comisión, se hace cargo de un vehículo que le pertenece y necesita mantenimiento. Se cerciora de que no le falte nada: refacciones, gasolina, aceite, afinación; tiene que estar al cien. Sin embargo, con la reciente y creciente crisis sí ha tenido dificultades. “Ahora en 2009 he visto que las refacciones subieron, todo está muy caro. Sí sale, pero con las refacciones está un poquito más difícil”, expresa con cara sonriente, como quien evita el pesimismo.

Algo que el “Güero” ve como una ligera ventaja es que no tiene familia. “Me iba a casar, pero todavía no, ando en eso con la muchacha. Por eso no la siento muy pesada, si no, imagínate. Ahora sí, familia, esposa e hijos —comenta a risotadas—. Ya si después se hace la boda, pues ojalá. Por lo pronto no se hizo, y exactamente por cuestiones económicas”.

El negocio, aunque difícil por la competencia, es rentable. Nadie puede dejar de tomar agua. “Yo creo que es casi imposible que quiebre el negocio. A menos que la gente, en lugar de comprar garrafones, comenzara a tomar agua de la llave (que sí hay quien lo hace). Pero la veo difícil, porque se encontraría con que no es un agua muy limpia.

“Aquí el agua, desde que viene de Chapala (creo que viene de Chapala) está sucia, hay que limpiarla, y le meten mucho cloro. Para lavar trastes o la ropa, para bañarte, está bien, pero no para beber. Si tomas agua de la llave luego se siente el sabor a cloro.
“A menos que el agua viniera de una presa limpia, el negocio del agua purificada se vendría abajo, por mejor servicio que dé el vendedor no se compara con abrir la llave y tener el agua ahí”.
Jesús seguirá sus rondas, ofreciendo agua purificada, del sol zenital a la luna zenital, hasta que el cuerpo cobre la factura, la gente deje de comprar, cambie de empleo, o manden a alguien más a cubrir su puesto.

EL INFORMADOR/ITESO/Diego Armando Mejía Picón


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