Viernes, 22 de Noviembre 2024
Jalisco | Entre veras y bromas por Jaime García Elías

— “Museos”

La inversión de fondos públicos en locales destinados a almacenar piezas arqueológicas, no avala la excelencia de la “política cultural” de un Gobierno

Por: EL INFORMADOR

A partir de un glorioso axioma de la política mexicana, el que establece que “el huevo es lo de menos: el cacareo es lo que cuenta”, el precandidato a la Presidencia que aún entretiene sus ocios como gobernador del Estado, aprovechó la presentación —que no inauguración, aún— del Palacio de Gobierno en su nueva faceta de museo, para colgarse, él solito, como Cantinfla
s en “Su Excelencia”, una medalla más —la enésima, para ser exactos— en la solapa...

“Demostramos que vamos bien”, dijo en la parte medular de su alocución. Se refería a que la “política cultural” de su Gobierno “tiene que ver también con rescatar edificios” públicos (o convertidos en públicos al ser adquiridos mediante la irresponsable “inversión” de dinero del pueblo en ellos) para permitirles —se supone— seguirse ganando dignamente la vida.

—II—

Faltaría decir, sin embargo, que lo deseable sería que fuera el pueblo, mediante el silencioso plebiscito de la aceptación, el encargado de decir si los gobernantes, en efecto, van bien... y de colgarles, si procede, las medallas por las que se desviven; después de todo, sigue siendo cierto, en general, que “alabanza en boca propia es vituperio”.

Faltaría decir, también, que no cualquier casa vieja en que se apilan tiliches —por más esmero que se ponga en ese ejercicio— pasa a ser, ipso facto, un museo. Faltaría decir, por tanto, que la inversión de fondos públicos en locales destinados a almacenar algunas piezas arqueológicas, verbigracia, no avala, por sí misma, la excelencia de la “política cultural” de un Gobierno que ha dado, por lo demás, abundantes muestras de su afición por lo vulgar y de su predilección por lo zafio.

—III—

La política cultural —sin comillas— de un Gobierno se mide por los resultados a largo plazo. En el caso, cuando se pase del conocimiento de la ciudad —su origen, su historia, su cultura, sus personajes, sus artistas (en el mejor de los sentidos)...— al cariño por la misma, al evidente respeto de sus habitantes por la gran casa común, se estarán viendo los frutos de la semilla que ahora se siembra.

Para decirlo en román paladino: cuando no haya tantas ni tan groseras muestras de vandalismo —el grafitti, una de las más características— desparramadas por doquier, podremos vanagloriarnos de que “vamos bien”. Mientras eso no suceda —diría un creyente— aplica, al pie de la letra, el adagio del evangelio: “El que se ensalza...”, etc.

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