Martes, 22 de Octubre 2024
Jalisco | Entre veras y bromas por Jaime García Elías

— Jueves Santo

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Por: EL INFORMADOR

“O tempora, o mores” (oh, tiempos; oh, costumbres), expresó Cicerón en su célebre catilinaria, para reprochar a Catilina, quien había intentado asesinarlo, tanto su perfidia como la degradación moral de sus contemporáneos. La expresión, transformada en cita clásica, sin perjuicio de que muchas veces se utilice en tono jocoso, se ha convertido en una especie de telón de fondo frente al que pasa incesantemente, a paso cada vez más vertiginoso, la Humanidad en pleno...

—II—
Arrastrado por los corceles del progreso, en efecto, el género humano celebra, por una parte, los avances incesantes de la tecnología... y deplora, por la otra, el envilecimiento de las costumbres.
Los botones de muestra, por demás abundantes, caen por su propio peso: entre los signos de los tiempos por los que el “homo sapiens” puede felicitarse, estarían los avances en materia de comunicaciones; la posibilidad de dialogar, cara a cara, con alguien que físicamente se encuentra en las antípodas; la posibilidad de enterarse, en tiempo real, de las cosas importantes —e incluso de muchísimas vaciedades— que ocurren. Entre las muestras de que también el progreso tiene “su otra cara”, la violencia creciente, vinculada con el deplorable fenómeno social de la delincuencia organizada. Señales, una y otra, de que el talento humano se aplica lo mismo a la dignificación que a la degradación sistemática del semejante.

—III—
Pocas ocasiones hay, tan propicias para constatar esa modificación de las costumbres, como estos a los que se sigue llamando, para pasmo de las generaciones presentes, “Días Santos”. La denominación se limita a ser una reminiscencia de los tiempos (no tan distantes como cualquiera, a simple vista, supondría) en que la religión era la nota dominante en materia de costumbres. Del ambiente penitencial de la Cuaresma y de la también llamada “Semana Mayor”, quedan, si acaso —cada vez más tenues, como un eco que se diluye o como una visión fantasmagórica que se desvanece a medida que aumenta la luz del día—, los recuerdos.

De las costumbres propiamente dichas, arraigadas en el inconsciente colectivo, es posible —ya emitirán su dictamen al respecto los sociólogos...— que ciertos atavismos profanos, como el consumo compulsivo de empanadas o “la visita a las siete casas”, mucho menos imbuida de genuino sentimiento religioso de lo que a simple vista parece, hayan desplazado a los sentimientos de piedad genuina —o simplemente de religiosidad popular, un tanto infantil— con que lo vivían nuestros antepasados.

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