— Hoy... y mañana

Sólo en las películas (y no en todas...) se sigue dando el consabido “final feliz” que se condensa en la frase con que terminaban casi todos los cuentos antes de que la televisión extinguiera para siempre, sin misericordia, a la especie de lo que aún llamamos “las abuelas de antes”: “Y se casaron y fueron muy felices”...

Cualquiera, con dos dedos de frente, sabe perfectamente que no será el caso del conflicto entre la Universidad de Guadalajara (que practica, desde cierta perspectiva, “el vicio de pedir”) y el Gobierno del Estado (que replica, desde la misma óptica, con “la virtud de no dar”).

—II—

La “megamarcha” convocada para hoy, como presunta culminación de la serie de manifestaciones menores realizadas en las últimas semanas por diversos contingentes universitarios, algunas frente a Palacio de Gobierno, otras frente a Casa Jalisco, muy probablemente cumplirá y aun rebasará las metas, en cuanto a concurrencia, de los organizadores; difícilmente dará, en cambio, en cuanto a sus objetivos específicos, los resultados apetecidos.

Sería ilusorio suponer que, anonadado por la multitud —expresión del poder de convocatoria de los dirigentes universitarios—, convencido por sus consignas o persuadido por sus consejeros, el dueño absoluto de la última palabra —el gobernador del Estado— dé un giro de 180 grados en su posición y convierta en “sí” lo que hasta ahora ha sido “no” rotundo. Más ilusorio aún sería suponer que el desenlace de la crisis que hoy alcanzará uno de sus puntos culminantes, fuera, a partir de mañana, una reconciliación (con intercambio de chocolates y estampitas de “Amor es...”) y el inicio de una nueva relación: armónica, tersa, amable... Como de final de telenovela cursi —perdón por el pleonasmo—, pues.

—III—

Alcáncese o no la concurrencia programada, lo más probable es que hoy todo se resuelva en una serie de tópicos: la numeralia del evento (asistentes, camiones, duración, monto estimado de horas-hombre perdidas...), la virulencia de las arengas, la picardía de las consignas, la elocuencia de los discursos, los eventuales incidentes que pudiera arrojar el previsible conflicto entre el derecho de los menos a ejercitar sus potestades de reunión y petición consagradas en la Constitución, y el de los más a sentirse atropellados por aquéllos. Y al final de la historia, como un milagro —imprevisible por definición— no suceda, el desenlace de la viejísima fabulilla de “El parto de los montes”: “Después de tanto ruido..., sólo viento”.