Lunes, 25 de Noviembre 2024
Jalisco | Entre veras y bromas por Jaime García Elías

— Borrachera

Ayer por la tarde, en Guadalajara, todos los caminos llevaban a La Minerva...

Por: EL INFORMADOR

Ayer por la tarde, en Guadalajara, todos los caminos llevaban a La Minerva...

Era lógico: había —excepcionalmente— algo que celebrar. La victoria de México sobre Francia, a contrapelo de la historia, en el Mundial de Sudáfrica, justificaba las expansiones y ameritaba los festejos. El desfile de legiones de émulos de Juan Escutia (el “niño héroe” que, según la tradición, se envolvió en la enseña patria y se lanzó al vacío, en el Castillo de Chapultepec) por las calles de la ciudad, el estrépito e incluso los desórdenes, mientras no se rebasaran ciertos límites, tenían, esta vez, un buen motivo.

—II—


Mucho más familiarizados con las frustraciones que con las alegrías, los aficionados al futbol —es decir, la inmensa mayoría de los mexicanos— vivieron ayer un día de fiesta nacional. El triunfo sobre una potencia del futbol mundial —venida a menos y todo lo que se quiera—, y la posibilidad de que ese resultado se traduzca en la clasificación para la ronda de Octavos de Final, prácticamente garantiza que México terminará, en esta edición de la Copa del Mundo, entre los 16 mejores del certamen. Que se haga realidad el sueño de llegar al quinto partido, correspondiente a los Cuartos de Final, representaría algo inenarrable: ganar plaza, por derecho propio, como uno de los ocho mejores del mundo.

Para un pueblo sistemáticamente pisoteado por sus gobernantes, engañado y traicionado por sus líderes, explotado por los oligarcas que ven a la patria como un botín, es justo recibir de la vida, a manera de mínima compensación —de premio de consolación, se diría—, el regalo de una jornada como la de ayer, que seguramente se prolongará unos días: presumiblemente, hasta que el deporte, que de ordinario es rehén de su propia lógica, le recuerde, dolorosamente, que “hay castas”.

—III—

Por lo pronto, considerando que una de las mil definiciones —buenas y malas— que del futbol se han acuñado lo califica (con las debidas licencias de Carlos Marx) como “el opio del pueblo”, convengamos en que, hoy por hoy, “se vale” —como dicen los jóvenes modernos— salir a la calle y sumarse a las turbas de quienes celebran que las  armas nacionales se cubrieran nuevamente de gloria, esta vez en una cancha de futbol, rumiando los versos de Benedetti musicalizados por Celeste Carballo: “Te quiero en mi paraíso, / es decir que en mi país / la gente viva feliz... / aunque no tenga permiso”.

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