- Pesimismo

Tiempos vendrán --y poco habrá de vivir quien no alcance a ser testigo-- en que esa bizarra mezcla de historiador con guía de turistas que son los conductores de “calandrias”, al pasar frente a la noble construcción, actualmente en proceso de reconversión, cuyo pórtico majestuoso da hacia la Plaza de Armas, ilustre a los paseantes:

-- En este edificio, antiguo Palacio de Gobierno, hoy museo, alguna vez se gobernó...
(Los más viejos --en el mejor sentido del vocablo--, advertirán la sobrecarga de significados implícitos en esos elocuentes puntos suspensivos...).

-II-

Lo de menos sería acrecentar algunas anécdotas relacionadas con el edificio desde el que Hidalgo, en 1810, emitió el Decreto de Abolición de la Esclavitud, y en el que Juárez, en 1858, estuvo a punto de ser asesinado, y en el que el revolucionario Jesús Medina se ganó un lugar en la historia por el balazo --del que aún queda la huella-- en la carátula del reloj: desde la referencia culta que consigna que del fragmento (“qui cus”) del salmo que corona la fachada (“Nisi dominus custoderit civitatem, frustra vigilat qui custodit eam”: Si el Señor no cuida a la ciudad, en vano vela quien la custodia), procede el mexicanismo “cuicos” con que aquí se designa a los policías, hasta las manifestaciones de los barzonistas que lo convirtieron en accesoria de establo... pasando por la suprema naquez de haberle colocado un efímero (aunque costoso) “techomóvil” para una cena ofrecida a los jefes de Estado participantes en la I Cumbre Iberoamericana.

-III-

Lo más triste ha de ser, empero, el simbolismo implícito en su reconversión en museo: al cabo de un año de crisis --eufemismo por “desgobierno”--, con un catálogo creciente de asignaturas pendientes y muchos más aspectos en el “debe” (los casi cotidianos colapsos viales; los conflictos que debieron sortearse para construir la Villa y el Estadio de Atletismo para los Juegos Panamericanos del 2011; la indigna guerra verbal entre el Gobierno del Estado y la Universidad de Guadalajara...) que en el haber, la convicción de que el que agoniza ha sido un año en que los actores políticos se han limitado a tratar de posicionarse mezquinamente en función de sus intereses personales y de grupo, en detrimento de los dizque supremos intereses del pueblo.

Y lo peor: la sospecha de que no hay esperanzas de que vengan, a la vuelta de la esquina (o, mejor dicho, del calendario), tiempos mejores.