Lo que el 911 se llevó

CIUDAD DE MÉXICO (02/SEP/2011).- Los ataques del 11 de septiembre redefinieron las relaciones de Estados Unidos con la comunidad de naciones y modificaron de manera radical las premisas de convivencia en ese país. La incertidumbre y vulnerabilidad justificaron mecanismos extremos de preservación. La sociedad abierta, defensora de las garantías individuales, aceptó medidas draconianas para recuperar la seguridad ciudadana. Nadie imaginó el precio que estaba dispuesta a pagar la población, cuando se aprobó la Ley Patriota, coartando derechos elementales.

Osama bin Laden no logró aniquilar la cultura occidental, aunque dejó un mundo más inseguro que no recupera su estabilidad. Paradójicamente, en el décimo aniversario de las Torres Gemelas, el Medio Oriente debate su mutación a los valores y métodos de la democracia, repudiando la teología del odio postulado por los islamistas radicales. Es prematuro darlos por liquidados cuando se defienden con masacres como en Siria, Libia o Yemen. Es válido estar alertas a acciones de revancha, en especial, expresiones heroico-suicidas.

La afrenta del 9/11 despertó en Occidente instintos de venganza unilateral, debilitando avances logrados después de la caída del muro de Berlín, cuando se recuperaron espacios para el consenso. El Consejo de Seguridad y el derecho internacional, fueron sometidos por Bush y Blair al capricho del “multilateralismo a la carta”, utilizando medidas arbitrarias que violentaron la Carta de ONU. Las crisis económicas han generado ensimismamientos que amenazan los avances de cooperación que se habían construido. En Europa y Estados Unidos ha irrumpido una derecha incapaz de rescatar las tesis solidarias post 9/11. Han escatimado ayudas humanitarias como forma de presión. Afganistán, Somalia, la primavera árabe o América Central son ejemplos de ese desdén. El resurgimiento talibán, la hermandad musulmana o los avances del crimen organizado no merecen atención, concentrada en los rescates financieros.

Esta realidad impactó también la relación bilateral, dañada por decisiones del presidente Fox como la denuncia del TIAR, los 32 días que tardó en expresar condolencias por el ataque y la actuación torpe en el Consejo de Seguridad. Estos episodios generaron una tensión no vista desde los 80. Es interesante subrayar que el comportamiento descuidado de México post 9/11, aún es tema de reproche de quienes siguen de cerca la cotidianidad binacional. Se reconoce un esfuerzo especial del gobierno de Obama, interrumpido por la rudeza innecesaria que se usó para exigir el retiro de su embajador. América Latina y el Caribe han vivido un decenio de alejamiento de EU. Los intentos de cooptación de Brasil se frustraron, por la posición independiente de su política exterior, que ha logrado estatus de potencia emergente, exigiendo una vocería reconocida por muchos gobiernos dentro y fuera de la región.

En estos 10 años sería simplista aseverar que ha declinado el poder estadounidense. Lo que ha ocurrido es el surgimiento de nuevos centros de poder económico, transformando la correlación de fuerzas en esa materia. Esta consolidación se ha logrado, sin demérito de la fuerza política, económica y militar de EU. Los países que ocupan estos espacios no reclaman posiciones con responsabilidades que no están en posibilidades de asumir. Este ascenso se puede reafirmar con los tropiezos europeos que dañaran la zona euro.

Los pronósticos de recuperación de la economía mundial son aún muy pesimistas, sin que los analistas aseveren con evidencias creíbles un colapso final de Wall Street. Los datos fundamentales de las corporaciones son sólidos, reconociéndose que los avances tecnológicos son responsables de la pérdida de muchos empleos. Las autoridades deben crear fuentes de trabajo para los menos calificados. Ésta deberá ser la tarea central de Obama si quiere retener la Casa Blanca.

*Ex representante de México ante las Naciones Unidas