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Internacional | Ese día había entre cinco mil y siete mil personas en cada una de las torres gemelas

El día en que Estados Unidos cambió: 11 de septiembre de 2001

Ese día había entre cinco mil y siete mil personas en cada una de las torres gemelas

Por: SUN

Entre acero retorcido, los restos de las Torres Gemelas, bomberos realizan labores de rescate y búsqueda de cuerpos. AP  /

Entre acero retorcido, los restos de las Torres Gemelas, bomberos realizan labores de rescate y búsqueda de cuerpos. AP /

CIUDAD DE MÉXICO (01/SEP/2011).- A las 8:46 horas del martes 11 de septiembre de 2001 se desató el infierno en Estados Unidos. Durante los siguientes 102 minutos, todo fue caos, confusión, horror y muerte. Bajo los escombros de las Torres Gemelas del World Trade Center (WTC) y del Pentágono a medio destruir, quedó enterrada la era de la inocencia. Estados Unidos cambió, y también el mundo.

Diecinueve terroristas, bajo las órdenes de Osama bin Laden, convirtieron cuatro aviones comerciales en misiles que se estrellaron contra el corazón financiero y militar de EU.

Era la hora pico. Se calcula que en esos momentos había entre cinco mil y siete mil personas en cada una de las torres gemelas.

Justo a las 8:46 horas, el vuelo 11 de American Airlines, que salió de Boston con destino a Los Ángeles, con 81 pasajeros a bordo (incluyendo a los cinco secuestradores), se impactó entre los pisos 93 y 98 de la Torre Norte. Comenzaron a sonar las alarmas y se dio la orden de evacuación. Nadie sabía qué había sucedido. Los noticiarios hablaban de un posible accidente.

Diecisiete minutos después, el vuelo 175 de United Airlines, también proveniente de Boston y con destino a Los Ángeles, con 37 pasajeros (incluyendo a los cinco secuestradores), se impactó entre los pisos 78 y 84 de la Torre Sur. No quedó duda. Estados Unidos estaba bajo ataque.

Los secuestradores habían recibido entrenamiento de pilotos y tuvieron mucho tiempo para afinar detalles. Sabían que una bomba sería fácilmente detectada; con los aviones, en cambio, escogieron un día donde las aerolíneas no llevan tanto pasaje, lo que facilitaba mantener a la gente bajo control; y para causar el mayor daño, eligieron las horas pico y aviones destinados a hacer viajes largos, para garantizar un abasto de combustible suficiente para causar mayor daño.

Gritos, llanto, desesperación. Los bomberos acudieron de inmediato para rescatar a la gente que se quedó atrapada. La Policía intentaba cercar la zona.

Cuando el primer avión se estrelló, George W. Bush, quien había asumido en enero de ese año, y cuya popularidad oscilaba alrededor de 50% en esos momentos, se encontraba en la escuela Emma E. Brooker, en Sarasota, Florida. Igual que muchos, pensó, según dijo después: “Fue un accidente”. Y se dedicó a escuchar a los niños de la clase, hasta que el secretario de Presidencia, Andy Card, entró al salón y le susurró del segundo avionazo.

El rostro del presidente se tensó. Pero esperó a que terminara la clase. 35 minutos después, dio el primero de tres mensajes en día. “Son momentos difíciles para los Estados Unidos de América”, dijo. “Cazaremos a quienes cometieron este acto”.

Sólo querían escapar

Comenzó la cacería. Pero en las Torres Gemelas nadie pensaba en eso. Lo único que deseaban era escapar con vida. Algunos corrieron a las escaleras, porque los elevadores habían quedado inservibles; fueron éstos, en su mayoría, los que sobrevivieron. Quienes quedaron atrapados en los pisos superiores intentaron llegar al techo, pensando que podrían ser rescatados por helicópteros, pero las puertas de emergencia quedaron bloqueadas, y el polvo y el humo eran tan densos que ningún helicóptero pudo rescatarlos.

Entre los empleados del WTC testigos de otro ataque, con un camión-bomba en 1993, contra el edificio cinco del complejo. Recordando aquello, fueron de los primeros en salir. Otros perdieron minutos invaluables en medio de la confusión.

Afuera, curiosos, familiares y rescatistas se reunían… Todos viendo incrédulos las dos torres ardiendo. “Pedazos” caían de ambos edificios. Pero después, alguien vio mejor: eran personas aventándose al vacío. “No podía entender por qué saltaban. Supongo que perdieron toda esperanza”, recordó tiempo después Gilbert Richard Ramírez, quien trabajaba en el piso 20 de la Torre Norte.

Bush, entretanto, viajaba ya en el Air Force One, desde donde se coordinaba con la CIA, el Pentágono, el secretario de Defensa… Había que encontrar a los culpables. Los dedos apuntaron al régimen iraní, al iraquí de Saddam Hussein. Pero la probabilidad de que tuvieran la capacidad de perpetrar un atentado así era escasa. Entonces, un nombre comenzó a repetirse, cada vez con más fuerza: Osama bin Laden, el líder de la red terrorista Al Qaeda.

Eran las 9:37 horas. Entonces, el avión que iba hacia la Casa Blanca viró. Su objetivo, el símbolo del poderío militar: el Pentágono. Era el vuelo 77 de American Airlines, con 58 pasajeros a bordo (incluyendo cinco secuestradores) y con destino a Los Ángeles. Se estrelló en el lado Oeste del Pentágono.

La Policía, para esos momentos, estaba sobrepasada. Además de cercar la “zona cero”, en Nueva York y Washington, atendía llamadas de quienes buscaban a sus familiares o informaban que parientes suyos, que iban en los vuelos 11, 175 o 77, avisaron que sus aviones habían sido secuestrados.

Cuando Bush, aún a bordo del Air Force One, fue informado del ataque al Pentágono, dio la orden: cerrar el cielo de EU a todos los aviones, y bajar cualquier avión a tierra, por las buenas… o derribándolo.

En Chicago, los empleados de la Torre Sears, la más alta de Estados Unidos, se asomaban por la ventana, temiendo lo peor. El edificio fue desalojado poco después, igual que todas aquellas construcciones, en todo el país, que por su simbolismo, altura o accesibilidad, pudieran ser un blanco. Ningún lugar parecía seguro.

En Nueva York, el alcalde Rudy Giuliani se esforzaba por mantener las cosas bajo control, en medio del caos total.

Había pasado poco más de una hora desde que comenzó la pesadilla. Pero a las 9:59 horas, la Torre Sur, la segunda en ser impactada, se desplomó. Nueva York se llenó de polvo, de sangre y de muertos —nacionales, extranjeros, rescatistas— cuerpos sin nombre que tardarían meses en ser recuperados.

Mientras, las alarmas se encendieron de nuevo. Las autoridades aéreas reportaron otro avión desaparecido. El vuelo 93 de United Airlines, con 37 pasajeros a bordo (incluyendo cuatro secuestradores), con destino a San Francisco, California. El Capitolio y la Casa Blanca, posibles blancos, habían sido evacuados.

A las 10:03 horas, la nave se estrellaba en un descampado cerca de Shanksville, Pennsylvania. Llamadas realizadas desde el avión revelarían más tarde que los pasajeros, enterados por sus familiares de lo ocurrido con los otros aviones secuestrados, decidieron frustrar las intenciones de los secuestradores, hasta que los obligaron a estrellar la nave ahí, en medio de la nada.

La Comisión del S-11 llegó a la conclusión, con base en los testimonios de terroristas implicados en la organización de los ataques, de que el blanco era el Capitolio.

Los servicios secretos trabajaban a todo lo que daba. Pronto descubrieron el equipaje de Mohammed Atta, que por error no fue subido en el vuelo. Y en el interior, un verdadero tesoro: nombres y datos de los terroristas, junto con sus relaciones con Al Qaeda y detalles del macabro plan para vengarse de los “infieles”.

Nada podía ser peor. Pero lo fue. A las 10:20 horas, la Torre Norte no resistió más y se vino abajo. Donde hasta hacía unas horas había dos edificios monumentales, sólo quedaban ruinas, un cementerio masivo. Habían pasado 102 minutos de terror.

El Air Force One aterrizaba en en Louisiana y por segunda vez, Bush se dirigió a la nación. Eran las 12:36. “La libertad fue atacada esta mañana por cobardes sin rostro”, dijo.

El país olía a luto. A las 17:21, otro edificio se vino abajo. Era la Torre Siete del WTC, fatalmente dañada con los escombros que le cayeron de la Torre Norte. En el WTC sólo quedaba un gran vacío.Días después, se sabría que fueron dos mil 996 víctimas, incluyendo a los terroristas.

Pero aquel 11 de septiembre de 2011, lo único que se sabía de cierto en EU y el mundo, era que con el desplome de las torres terminaba una era. Empezaba otra, mucho más sombría, con un enemigo sin rostro, o de muchos rostros, que podía atacar en cualquier momento, en cualquier lugar.

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