Sábado, 27 de Julio 2024

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Más sobre las nuevas torres (y elogio de la Torre Américas)

Por: Juan Palomar

Más sobre las nuevas torres (y elogio de la Torre Américas)

Más sobre las nuevas torres (y elogio de la Torre Américas)

Las torres pueden ser una de las más nobles expresiones de la arquitectura. Pero nunca debemos olvidar que fue la torre de Babel el primer arquetipo. Porque con una torre se pueden decir muchas cosas: el afán de llegar más alto, de ver más lejos, de marcar un territorio, de establecer una nombradía. Al final, se sabe, la torre manifiesta la potencia, la victoria sobre la gravedad.

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La historia de las torres y los edificios altos en tierras tapatías no es muy extensa. Es obvio decir que comenzó con las torres de las iglesias: San Francisco, Catedral, San Felipe…hasta llegar al Expiatorio y a la muy graciosa de las cariátides de Pedro Castellanos, en El Sagrado Corazón, de López Mateos y Colomos.

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Las torres comerciales, los edificios altos, son otra vertiente muy distinta. Cada uno de ellos podría tener en su cima un pináculo con el signo de pesos como enseña. Se dice que fueron el Edificio Mosler (de Manuel de la Mora) y el Hotel Fénix—echado a perder— (de Guillermo de Alba) los primeros edificios en altura del centro de Guadalajara. Se habla de un edificio redondeado, chaparrón y hoy también echado a perder en la esquina surponiente de Juárez y 8 de Julio como el primer intento de “rascacielos” local y novedoso. Luego vendrían muchos más, destacándose, en la modernidad sesentera, el Condominio Guadalajara de Julio de la Peña y el Hotel Hilton de Federico González Gortázar, ambos razonables. De entonces para acá, ha habido un más o menos lamentable tropel.

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Desde 1990, irregularmente, se ha dado una especie de eclosión de construcciones altas. Por el lado zapopano han proliferado una serie de torres, en su mayoría mediocres. Lo más patético es que el tejido urbano sobre el que se fincan carece de las más elementales previsiones para semejantes densidades. Banquetas ridículas, conectividades peatonales y ciclistas inexistentes, casi total ausencia de espacios públicos; y embotellamientos automovilísticos continuos. Sobre esta base gesticulan, intentando llamar la atención, algunas decenas de estramancias verticales que flotan en medio de una nube de espectaculares que terminan de devaluarlas. De este mazacote quizá se pueda salvar un edificio chaparrito y extraño: la torre Cube Uno de Carme Pinòs, con todo y sus averiadas tablitas.

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Por otros rumbos las cosas no han sido mucho mejores. Por Lafayette destaca, por su sobriedad cincuentera, el viejo edificio del ingeniero Brockman en la esquina suroriente con Libertad. De ahí en más, el Litro de Leche en la esquina con Hidalgo, y el gigantón tardomoderno de enfrente. Y las cuatro muy lamentables, gordas y torpetonas torres de lo que llaman “Horizontes Chapultepec”. Luego la denominada “zona financiera” de Las Américas: solamente dos maltratados edificios de Andrés Casillas destacan entre la banalidad circundante. Habría que mencionar dos apreciables edificios medianos de los tempranos sesenta: las Torre Minerva, obra de Coufal, Villa Chávez y Aldaco; y las Suites Moralva, por Vallarta, de Max Henonin. ¿Pero algo icónico? Ninguno.

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Tal vez lo que más se acerque a una torre sobria, limpia y bien emplazada del punto de vista urbano sea la Torre Américas, frente a la glorieta Colón. Es proyecto de Federico González Gortázar y los hermanos José Manuel y Jaime Gómez Vázquez Aldana. Es una especie de obelisco, bien proporcionado, de limpia y económica planta, que por mucho tiempo logró constituirse como un verdadero hito que remata tres perspectivas: Las Américas, López Mateos y Circunvalación. A pesar de su pésimo mantenimiento, la Torre Américas es ya un patrimonio urbano del siglo XX. Bueno sería, que además de restaurar el edificio correctamente, sus dueños volvieran a poner en su lugar, dando a la glorieta, una muy buena escultura de Fernando González Gortázar, que en su momento fue una generosa aportación a la ciudad, y que se cayó casi nueva. Es hora de regresar el regalo, que más que nunca urge para dignificar las desastradas calles citadinas.

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Claro que ya llegó el tropel de la mediocridad, encabezado por un edificio de volúmenes desacomodados y con rayas chuecas recientemente completado –otra creación “pretemblada” como decía Gonzalo Villa Chávez-, para hacer un triste telón de fondo a la única torre agraciada, y fastidiar las perspectivas mencionadas. Así que cada vez que alguien quiera levantar otro edificio alto en Guadalajara, debería estudiar y tomar muy en serio las lecciones de la Torre Américas. Y esmerarse a fondo, antes de seguir ensuciando el horizonte. Porque es posible levantar torres que valgan la pena, en beneficio de todos los que, irremediablemente, las tendremos que ver.

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