Jueves, 26 de Diciembre 2024

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La otra cara de la guerra

Por: Raymundo Riva Palacio

La otra cara de la guerra

La otra cara de la guerra

Un choque entre pandilleros en el Penal de Ciudad Juárez esta semana causó estupor en México y el mundo. Diecisiete internos murieron y cuatro más resultaron heridos en un enfrentamiento el martes por la noche cuando varios miembros de la banda de “Los Aztecas”, brazo armado del cártel de Juárez, fueron recibidos con fuego al ingresar al penal por miembros de la banda de “Los Mexicles”, que están al servicio del cártel del Pacífico. Como suele interpretarse cuando se dan este tipo de incidentes, la explicación es que peleaban por el control del penal, aunque el fondo es más complejo y escribe un capítulo de la crónica diaria de la guerra contra las drogas.
Lo que sucedió en Ciudad Juárez ha sido un patrón consistente en los últimos cinco años en todo el país, donde el sistema penitenciario mexicano se ha convertido en una extensión del campo de batalla de los cárteles, que suelen escenificar enfrentamientos y realizar matanzas tras las rejas. Otro patrón han sido las fugas de reos, la mayoría de ellos presos por delitos contra la salud, que ha subrayado la porosidad de las prisiones mexicanas, empapadas en la corrupción institucional. El fenómeno distrae por el número de muertos en cada enfrentamiento o la espectacularidad de las fugas, y esconden una variable de la guerra contra el narcotráfico que se vive en México que debería aportar elementos de análisis sobre lo que sucede en las calles. No es casual que los incidentes más notorios se registren en prisiones donde los territorios están en disputa, como en Chihuahua o la Comarca Lagunera, o que prisiones como las de Nuevo León registren en lo que va del sexenio más de 500 personas fugadas. Lo que están haciendo los cárteles de las drogas en las cárceles se explica en dos rutas. La primera razón es para rescatar a sicarios con experiencia para que les ayuden en la lucha contra otros cárteles y las fuerzas federales. Y la segunda es que para evitar que eso se logre, eliminan al mayor número de enemigos posible, en las prisiones. La actividad criminal dentro de las cárceles está directamente relacionada con la merma que están sufriendo en los combates en las ciudades mexicanas y el cambio de incentivos para sus sicarios. Los cárteles han perdido calidad en sus recursos humanos, principalmente en los dos últimos años, por el cambio en los incentivos que había para el reclutamiento. En el pasado, jóvenes con ambiciones y aspiraciones pero sin posibilidades reales en los mercados regulados, ingresaban al narcotráfico con la idea de tener un horizonte de vida de aproximadamente cinco años, con niveles de bienestar que habrían sido imposibles de alcanzar de otra manera. Su lógica era que podrían vivir todo ese lustro y, con un poco de fortuna, ampliar su expectativa de vida e inclusive, sobrevivir. Los incentivos se modificaron en la medida que los comandos de las Fuerzas Armadas aumentaron su participación pro activa en el combate contra las drogas. En primer lugar, su armamento y capacidad letal se incrementó, con lo cual comenzaron a utilizar fusiles como los Barrett, con lo que empataron la calidad de fuego de los cárteles, y empezó a haber cada vez menos detenidos y más muertos en los enfrentamientos. Es decir, la expectativa de sobrevivir se redujo de manera significativa, y la carrera para definir si las fuerzas federales tenían mayor capacidad para eliminar o neutralizar a los ejércitos del narco versus la de los cárteles para reclutar a sus soldados —la lógica policial-militar de la estrategia seguida por el Presidente Felipe Calderón—, se ha ido inclinando a favor del Gobierno federal. Al reducirse el horizonte de vida de los sicarios y el cambio en la dinámica de los nuevos reclutamientos —que explicaría por otra parte la reducción de la edad cada vez más notoria entre los sicarios—, la consecuencia inmediata de la inexperiencia es un menor temple, no sólo para combatir, sino también en el momento en que caen prisioneros, donde el temor a morir o a pasar su vida en la cárcel los convierte en la parte más volátil y vulnerable en la cadena humana criminalística, al convertirse rápidamente en informantes voluntarios de los cuerpos de seguridad. Un caso que ilustra perfectamente este punto es la forma como se descubrió el cadáver de Mario González, hermano de la ex procuradora de Chihuahua, que fue secuestrado por sicarios del cártel del Pacífico en mayo. La pista surgió al arrestar la Policía Federal a Luis Miguel Ibarra, de 22 años, en un operativo de la Policía Federal contra pandillas en Chihuahua ajeno al secuestro. Ibarra pidió ser testigo protegido, y ofreció a cambio llevarlos al sitio donde habían enterrado a González. Su información sirvió para eliminar esa célula del cártel del Pacífico en el Estado. Sicarios sin las habilidades en el manejo de armas de alto poder y con nervios a flor de piel, por la falta de experiencia y fogueo en la vida criminal, no le sirve a los cárteles en su lucha cotidiana con sus rivales por subsistir y quedarse con el negocio. La guerra es tan abierta y cruda que requieren de cuadros confiables en su actitud y eficientes en las tareas criminales. Gradualmente están dejando de encontrarlos en los mercados laborales de la ilegalidad, por lo que se han visto forzados a ir por ellos a las cárceles. Rescate de matones con oficio y sangre fría, o muerte dentro de los penales para neutralizar la recomposición de sus ejércitos de sicarios, es el dilema en el que se encuentran actualmente los cárteles, donde la matanza de Juárez es una de las externalidades que ha producido la guerra contra las drogas en México. twitter: @rivapa

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