Por Marisa Lazo Por qué si hoy tenemos más que nunca somos menos felices y plenos? Muchos de los indicadores de bienestar social han ido en aumento en los últimos 20 años: Ingreso per capita, longevidad, tamaño de casa, viajes realizados, grados académicos obtenidos y acceso a incontables comodidades. Pero no sólo eso, las estadísticas registran alza en temas trascendentales como libertad personal, liberación femenina, libertad de prensa, reducción en la discriminación, acceso a los servicios de salud. Sin embargo la línea de felicidad en las estadísticas es negativa y hoy en día son menos las personas que se consideran muy felices, al grado que en las naciones occidentales se experimentan sentimientos negativos y depresiones diez veces más que hace 50 años. Parece ser que los ciudadanos de hoy tenemos más de todo... excepto felicidad. A pesar de disfrutar de incontables avances tecnológicos que simplifican la vida, de ser más saludables y de poseer una mejor formación profesional, somos una generación que carecemos de otros elementos básicos para la felicidad, como el sostener relaciones estables, el sentido de comunidad, la empatía, la práctica de la compasión o el poner al otro primero. En su libro sobre la generación Next, Andrés Roemer enfatiza que nos hemos convertido en seres que tienen más pero nos sentimos peor. La tecnología y las cosas materiales nos facilitan la vida aunque no necesariamente nos hacen más felices, por el contrario, extrañamos los vínculos emocionales del pasado cuando entramos en un mundo confuso que nos presenta demasiadas opciones y, quizá por ello, nos deprimimos a edades cada vez más tempranas -la tasa de depresión es diez veces más alta que a principios del siglo pasado- y en los últimos 20 años se ha triplicado la cantidad de niños que toma medicamentos, para mejorar su estado de ánimo. En pocas palabras, como acertadamente nos señala Gilles Lipovestskyn, el disfrute de los jóvenes se inscribe en el mundo del mercantilismo -salir = consumir-, no en balde las generaciones más jóvenes son las que experimentan mayor ansiedad y estrés, lo que resulta paradójico tomando en cuenta que las personas nacidas entre 1970 y 1990 han tenido una vida libre de sucesos traumáticos. Un posible antecedente de esta generación podemos encontrarlo en los clichés del ‘68: “Obtener todo en este preciso momento” o “disfrutar sin obstáculos”, y lo más llamativo es que es precisamente en estas ideas donde se encuentran o coinciden las utopías de izquierda y el utilitarismo burgués. El filósofo Pascal Bruckner escribió en el 2000 “La euforia perpetua”, donde aborda el tema del culto a la felicidad y de cómo éste se volvió un imperativo colectivo, que al final de cuentas es un imperativo sin contenido, ya que nadie sabe en qué consiste realmente. Menciona que el 80% de nuestra vida está hecha de momentos neutros (banales y aburridos) y que el miedo a que los demás sean más felices que nosotros, termina siendo la base de las dos grandes pasiones democráticas: La envidia y los celos. Si observamos a nuestro alrededor comprobaremos que tenemos más que suficiente para ser felices; sintamos satisfacción por ello y dejemos la envidia y la comparación afuera.