Fue fundado, dicen las crónicas, en 1903. Este año alcanzó a cumplir sus 111 años de existencia. En estos días está siendo completamente demolido. Se ubica –lo que queda- en la media manzana que limitan las calles de López Cotilla, Atenas y Prisciliano Sánchez. Fue una de las primeras construcciones edificadas en la entonces flamante Colonia Americana, en sus lindes con la Colonia Reforma. Al principio ocupó la manzana completa: sucesivas mordidas la redujeron a lo que hoy queda. Durante generaciones, el Casino Francés (luego llamado también Círculo Francés) constituyó toda una institución con la que se identificaron los tapatíos. Allí, dicen, bailó María Félix, en la década del treinta, con su galán de entonces. Allí se celebró el famoso primer baile de la Escuela de Arquitectura de la Universidad de Guadalajara hacia 1950, con decorados y escenografía de Mathias Goeritz. Allí pintó Alejandro Rangel Hidalgo su mural –que decoraba el bar- de “Las cinco Francias”, allí pintó otro mural, en el salón principal, Pedro Medina. Políticos y notabilidades diversas hicieron por decenios costumbre el comer ahí ya que la cocina –generalmente- era muy buena (por supuesto, insuperable la sopa de cebolla). Algunos grupos se reunían a jugar Paco Grande o Canasta durante años. Bodas, banquetes, tertulias, y celebraciones cada 14 de julio… Hubo canchas de tenis, en donde después se construyó la Alianza Francesa. Hubo una bonita cancha de petanca. Y hubo una arquitectura muy digna y apropiada que ahora llega a su fin. Queda una frondosa arboleda a punto de sucumbir. La construcción original, aunque no se sabe de cierto, pudo haberse debido quizás al arquitecto Choistry o a Guillermo de Alba... Correspondía fielmente a una tipología acostumbrada entonces para las construcciones tropicales, adecuándose muy bien al clima y al talante local. Derrengados sus grandes tejabanes, el Casino fue completamente reconstruido hacia 1945 por el ingeniero Juan Palomar y Arias. Es entonces cuando éste le encarga el mural, ahora totalmente vandalizado y en proceso de ardua restauración, a Alejandro Rangel. La destrucción del Casino Francés no es lo que ahora se puede constatar. Su causa y origen proviene más bien de una patología netamente tapatía: la imposibilidad (¿irresponsabilidad?) de los grupos dirigentes para entender sus propias herencias, su compromiso ante la sociedad para mantener y alimentar las tradiciones que le dan identidad y carácter a Guadalajara. Cuando el Casino fue fundado existía un vigoroso grupo de tapatíos-franceses y de tapatíos-francófilos que le dieron vida. Cuatro generaciones después, vigor y conciencia han desaparecido. (Ya se quisiera ver al añorado Charles Vachez aceptando todo esto…) Cierto, las circunstancias han cambiado. Pero como también han cambiado en Londres, París o Milán, en donde centenarias instituciones similares son cuidadas y mantenidas con esmero. (Y, otra vez, no hay que salir con los consabidos complejos de inferioridad y decir que aquí no se puede, que es distinto, etc.) Así es que el Casino Francés, después de una más que desafortunada gestión se encontró en un callejón sin aparente (sic) salida. Abandonado por su concesionario, el edificio fue canibalizado por los empleados dejados al más injusto garete. Después los vándalos hicieron –sin ninguna restricción ni cuidado por parte de los dueños- lo que quisieron. Al final: un cadáver que no encontró ni la energía ni la creatividad ni el cariño para ser revivido.