Por César de Anda Molina En días pasados tuve el privilegio de sostener una entrevista con el ex presidente de Sudáfrica Frederik de Klerk. Hombre maduro de 77 años, agradable, curtido por el tiempo, y con huellas de tragos muy amargos. Político experimentado, ministro de Comunicaciones, también de Bienestar Social y Pensiones. En otro periodo lo fue de Minas, Energía y Planeación Ambiental, después de Asuntos Interiores y luego la gran responsabilidad del Ministerio de Educación. Cuando asumió la Presidencia en 1989, conocía perfectamente los graves problemas del gigante africano. Su decisión más conocida fue declarar el fin del apartheid y liberar a los presos políticos que por años habían dividido a Sudáfrica. Obviamente, entre ellos a Nelson Mandela. Sudáfrica, inicia la plática, “es muy similar a México en sus evidentes contrastes sociales. Comparten ambos una gran riqueza natural y sus ubicaciones geográficas los colocan como naciones estratégicas en el concierto mundial”. ¿Es entonces, Sudáfrica, ya primer mundo? “Indiscutiblemente que sí”, me respondió sin dudar. “No obstante, hay mucho por hacer para que todo el país goce de los mismos privilegios, porque aún tenemos partes del subdesarrollo viviendo aquí”. Ciudad del Cabo es una típica ciudad europea y fiel muestra del brinco definitivo al desarrollo. Es una verdadera joya, sólo comparable con Sidney o Vancouver. Pero eso no es el común denominador del país. ¿Cuál fue entonces el punto de partida que permitió a Sudáfrica dar ese gran paso al primer mundo, cuando menos en algunas de sus ciudades o regiones? La respuesta fue tajante: “Infraestructura. Toda la infraestructura de carreteras, puertos, aeropuertos, fuentes de energía, etcétera, que pudimos hacer, era con la visión de transformar al país”, respondía entusiasmado. “La inversión en educación fue también vital para que la disparidad de nuestro pueblo empezara a ser menor”. Infraestructura y educación. Las dos grandes reformas que el presidente sostuvo para así crear una verdadera plataforma de crecimiento. El haber propuesto el fin de la política de segregación racial y haber hecho una mancuerna de decisiones con Nelson Mandela le valió a De Klerk el reconocimiento internacional y alguna animadversión local. Sin embargo, la suma fue siempre positiva. Él sabía que Sudáfrica era único en el mundo al contar con un líder de la fuerza y el carisma de Mandela. Así que no hizo más que dejarlo actuar, y así se convierte Mandela en su sucesor y ambos fueron merecedores al Premio Nobel de la Paz. ¿Qué sugiere a nuestro país? “México debe dirimir sus diferencias; en Sudáfrica lo hemos hecho, y eso se lo debemos a Mandela”. Su presencia impacta, y como carismático estadista otorga el éxito a los demás. Sin embargo, ante Mandela, todo mundo se rinde. En ninguna otra parte del mundo me había tocado ver y sentir la unanimidad de respeto y admiración por una persona. Nelson Mandela se la ha ganado a pulso y es un verdadero ícono. Es sin duda uno de los grandes hombres de nuestro tiempo.