Jueves, 26 de Diciembre 2024

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Electricidad

Por: Carlos María Enrigue

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Si está esperando que este artículo sea una oda a la canción homónima de Lucerito, Usted está muy equivocado, este espacio es cosa seria y bajo ningún concepto se prestaría a tales nacadas – con todo y que Lucerito, ya sin su melena de otomí, es súper nice por haber salido en la portada del ¿Quién? Fíjese que me enteré que una de las personas más humanitarias y sensibles del mundo – sí, me estoy refiriendo a Monsieur Maximilien de Robespierre – por azares del destino fue abogado de una causa de la ciencia, de una causa de la ilustración y del progreso, de una causa progresista y moderna. Si usted es mal pensado luego, luego ha de creer que me refiero a la guillotina, pero no, a estas alturas del baile (principios de mil setecientos ochentas) el Comité de Salvación Pública todavía no empezaba su fiestecita. Al asunto al que me refiero fue a la defensa en un caso de brujería en que se vio envuelto un tal señor De Vissery. Ese señor debía ser una persona culta y además debía tener lana, porque las personas únicamente cultas a lo más pueden platicar de muchas cosas, pero de hacer… de eso poco, por aquello del principio jurídico latino non habemus pecuniae. El señor De Vissery tenía tanto el conocimiento como la marmaja suficiente para instalar un vistoso y extraño pararrayos en el pueblo francés de Saint – Omer en la Francia pre revolucionaria. Pues como todo en la vida, cuando instalaba el curioso artefacto en el tejado de su casa, se juntó una bola de metiches a ver qué fregados estaba haciendo el ricachón del pueblo. Cuando éste les explicó de qué se trataba pues nada más metió la pata. El grupo en coro fue al Ayuntamiento a quejarse de las brujerías del señor De Vissery, y con toda la razón del mundo, porque ¿quién en su sano juicio querría atraer los rayos si es que no estaba aliado con el chamuco? Pues bien, tras la defensa a cargo de Robespierre, el señor De Vissery fue absuelto de todos los cargos en el nombre de la ciencia, y es que en la corte de Luis XVI tampoco eran muy propensos a castigar la brujería. Sin embargo, este antecedente me hizo pensar en la relación que tiene la electricidad en la vida diaria. Don Felipe era un ingeniero ocupado. Y aquel día, justo aquel día, tenía mucha prisa. Como si fuera una broma macabra nada más no podía encontrar las llaves de su auto. Le extrañaba esto porque, como buen ingeniero metódico, siempre las colgaba en el artilugio dispuesto para ese efecto en la entrada de su casa, pero ahí no estaban. Ni ahí ni en ninguno de los lugares que buscó en el resto de la casa. Ya notoriamente molesto, reunió a sus tres hijos para una sesión de interrogatorio digna de la KGB. A gritos y dando manotazos les exigió que soltaran la sopa ¿Dónde estaban las malditas llaves de su carro? Como era obvio, los tres hijos se hicieron mensos y dijeron que no las habían visto en ningún lugar. Él siguió buscando. Debajo de la cama, debajo de los sillones, en las bolsas de su pantalón y de su saco. Esto se hacía más molesto por la certeza de tener una cita a la cual sin duda llegaría tarde y tendría que brindar incómodas explicaciones. Las tragedias siempre se confabulan para ser lo más desastrosas posibles. Como ya de plano vio a su papá muy apurado, y aún a pesar del miedo de decir la verdad, Dany, la pequeña de 4 años, se acercó y le dijo -    Papi, no te enojes, pero yo sé dónde están tu llaves. Aunque no te conviene agarrarlas porque cuando las agarras sientes que los pelos se te hacen así – dijo mientras extendía completamente tensos los dedos de su manita. Al llegar a donde lo llevó su hija vio como su nenita había tenido la grandiosa idea de meter unas llaves de metal en un contacto eléctrico. Bendito progreso.

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