Jueves, 26 de Diciembre 2024

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El Teúl, una joya de aquí cerquita

Por: Pedro Fernández Somellera

El Teúl es una hermoso pueblo colonial, que aunque está muy cerca de Guadalajara, es desconocido por los veloces viajeros que casi todos somos. Nos enfilamos directo a Zacatecas, Saltillo o Monterrey, por la carretera que va a Colotlán; pasamos San Cristóbal de la Barranca, donde cruza el Río Santiago, y más tarde saltamos olímpicamente El Teúl, echándole (si acaso) una fugaz mirada a la enorme iglesia que aparece frente al parabrisas de nuestra nave. No amigos… Teúl se cuece aparte y vale mucho la pena. Antes de entrar al pueblo, hay que seguir por la carretera unos 200 metros, en donde tendrán que hacer una parada para probar el excelente mezcal de don Aurelio Lamas: un probete de ese rico destilado nos hará sentir que casi ya llegamos a Teúl. Hacer una reservación en Los Jorges, el restaurante de enfrente, no es mala idea. Asegurando así que después de haber caminado las calles del pueblo que destilan paz y armonía, a eso del medio día tendremos en nuestra mesa un excelente chamorro de cerdo al vapor, que acompañado de unas chelas hará de su comida una verdadera celebración (no exagero). El pueblo y sus alrededores son tan bonitos que hace tiempo, no mucho, los principales del pueblo dijeron: “Es bueno que todo esto quede plasmado en papeles que hagan trascender nuestros valores”, y tuvieron la visión de llamar a quienes con agua, tinta, papel, alma y color, pudieran expresar el espíritu de cerros, arroyos, lomeríos y construcciones de estas tierras. Fue así que cuatro grandes acuarelistas: Cristina Partida, Jorge Monroy, Enrique Aguayo y Luis Eduardo González, llegaron con pincel en mano a expresar en lienzos sus impresiones del lugar. Además de haberse hecho en la Presidencia Municipal –bajo los auspicios de don Luis Sandoval Godoy– una gran exhibición de los trabajos realizados, decidieron imprimir un bonito libro con las acuarelas logradas, agregándole don Luis pulcros pensamientos y poesía al describir a cada una.  Ezequiel Ávila Curiel  (a) “Chéquelo”, querido personaje del lugar, con paciencia y filosofía logró el excelente prólogo. Algunos pensamientos de López Velarde le fueron agregados para redondear el documento, que siendo un tesoro, aún se puede conseguir en las tienditas del lugar. Calles empedradas, fincas de fachadas sólidas como de otros tiempos. Gárgolas de cantera auxiliadas por cornetas de hojalata, que tiran un poco más allá las lluvias de las azoteas. Faroles que se cobijan bajo los frisos labrados de cantera rosa. Fachadas pintadas con alegres y educados colores (sin graffiti). Un arco señorial enhiesto y sin sentido, que vigila el atrio de la iglesia. La gran palmera frondosa, sumergida entre las baldosas del piso dominando el entorno. Un  vendedor de tejuino, al que todo mundo quiere y admira, le agrega sabor pueblerino y familiar. La tiendita de ajuares para las monturas enfrente de la plaza, pudiera ser un pequeño museo de los trabajos campiranos. El vendedor de cocos, dicharachero y solícito, cuidándose del bombardeo de los pájaros que sestean en los árboles de la plaza. La cantina de enfrente, en donde al preguntar si tenían un baño disponible, el cantinero sin más ni más me dijo “pos ay stá” indicándome  una coladera con una llave al lado de la barra. Pequeñas cosas que hacen de Teúl un cautivador pueblo como los de aquellos tiempos. De esos que nos hacen  comprender que la vida hay que vivirla más despacio y en cachitos; saboreados claro con un poco de locura. “Más vale la cordura de sabernos locos, que la locura de creernos cuerdos”, dijo una vez  el Quijote a Sancho. Visitar la presa que está muy cerca, y quedarse a comer un pescadito frito en la cabaña de ahí arriba entre el lomerío, divisando el paisaje de los alrededores con las tormentas amenazando sobre los maizales es… dicha grande. El Teúl vale su peso en oro… ¡Y está muy a la pasadita! Vale la pena salir temprano; caminar por el pueblo; echarse unos buenos mezcales con don Aurelio; comer ya sea en Los Jorges un chamorro, o unos pescaditos en la presa, y volver a Guadalajara a eso de la media tarde…  ¡Chulada de domingo!

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