Sábado, 29 de Junio 2024

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El Casino de Monterrey

Por: Vicente García Remus

Frente a la plaza Zaragoza, en la esquina sureste de Abasolo y Zuazua se localiza el atractivo Casino de Monterrey. En la calle del Teatro hoy Escobedo, se encontraba el antecesor (respecto a los bailes) del Casino, el señorial Teatro del Progreso, su fachada principal mostraba dos niveles, rematados por un frontón triangular, con vanos arqueados en su primer piso. En mayo de 1864 se brindó un baile en honor al licenciado Benito Juárez, se desmontaron los asientos de la platea, se niveló el piso con un entarimado, quedando lista la pista para los valses y las polcas. La fachada se iluminó con cazuelas, conteniendo grasa y mecha, y el interior con candilejas. Para 1864, un grupo de señores y jóvenes, acariciaron con entusiasmo la idea de iniciar un casino, idea que cristalizaron al rentar un local y bautizar al casino, “Casino de Monterrey”. El 6 de agosto de 1866 entró a Monterrey, triunfante sobre los imperialistas, el general Mariano Escobedo, ese año el naciente casino se incendió, pero al año siguiente los ánimos de los socios volvieron a surgir para abrir nuevamente el casino. En 1870, su presidente era Valentín Rivero, año en que se nombró Socio Honorario al filántropo, José Eleuterio González. Para 1878, lo dirigía Antonio Lafón y se dieron comisiones de literatura, de diversiones y de ingresos, pues había que mejorar la finca que se había rentado al señor Antonio Vignau, localizada en la calle Escobedo 940. En 1879 se realizó una colecta para apoyar al regente y dueño del Hotel San Fernando, ya que accidentalmente, un fuego lo consumió, en su espacio se levanto el Hotel Colonial (esquina Noroeste de Hidalgo y Escobedo). Arreglada la finca, se celebraron inolvidables tertulias familiares los últimos sábados de cada mes, aparte del bailongo se realizaban obras de teatro. En 1883, el general Porfirio Díaz viajó a Monterrey para llevar a bautizar a un hijo de Bertha A. Ord y del general Gerónimo Treviño, los socios organizaron un baile en los primeros días de marzo. Para junio cayó en receso la sociedad del Casino, hasta enero del siguiente año, se rentó la casona de la señora Dolores Tamez, donde se estrenaron unas mesas de billa. En 1887 el Casino requirió de mayor espacio, los socios acordaron comprar el Hotel Zaragoza, de la señora Elena Espinoza, siendo su presidente Ramón Treviño. En 1914, lamentablemente se quemó el Casino. Para 1922, el arquitecto Alfred Giles proyectó el actual casino, siendo el responsable de la obra, José María Siller. Luego de haber admirado la catedral, dimos unos pasos rumbo al norte y fuimos cautivados por una preciosa edificación de antaño, de color azul pastel, era el fabuloso Casino de Monterrey, ecléctico, con cierta influencia neoclásica, delimitado por una barbicana con balaustres, la fachada principal ostenta de un hermoso y elegante portal, consistente en un techo flotado, conformado por una estructura de fierro con vidrios, sostenida por brazos de fierro anclados al muro, con un arco en el eje de la puerta principal, insólito techo que contadas edificaciones lo conservan. La puerta principal fue rematada por un arco escarzano, con una forja que abraza dos hojas en arco de medio punto, con cuatro ventanas verticales por lado. El segundo nivel muestra una bella terraza techada, con altas columnas pareadas, sumando cuatro, redondas, y estriadas, con capiteles dóricos, una balaustrada por barandal, tres ventanales en arco de medio punto al fondo y uno por costado, hay un ventanal aledaño a la terraza, y se repiten en las fachadas laterales, cobija varios salones, de juego, de baile, de reinas y al comedor, con su barra. Del casino, recorrimos pausadamente unas cuadras del Barrio Antiguo, apreciando hermosas casonas coloniales y porfirianas, con bizarros zaguanes, hechizantes corredores, animados por patios, ventanas arqueadas,  románticos balcones con elaboradas forjas, sobre las cornisas, señoriales remates, unos circulares con volutas y almenas, otros con balaustradas. Nos detuvimos a mirar la bonita capilla de los Dulces Nombres de Jesús, María y José, con puerta en arco de medio punto, sostenido por capiteles dóricos, enmarcada por columnas dóricas, data de la década de 1830, el recinto se abre para eventos culturales. En las cercanías estuvo la Alameda Porfirio Díaz, que se pavoneaba de un estanque poblado por cisnes y de prados con venados pasteando, algo increíble, los domingos se realizaban paseos, unos parroquianos a pie, otros en corceles o en elegantes carruajes. La Presa Grande motivó el crecimiento al oriente. En la calle Real (Hidalgo), una preciosa casona se distinguía por un alto torreón, conocido como el Mirador, Juárez pernoctó en una de sus habitaciones, en aquel 1864.

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