Jueves, 26 de Diciembre 2024

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Cuidado con los nombres de las calles

Por: Juan Palomar

Cuidado con los nombres de las calles

Cuidado con los nombres de las calles

Es muy claro que cambiarle el nombre a las calles es un asunto delicado y casi siempre desaconsejable. Los nombres —contra lo que parece creer la generalidad de los políticos— son patrimonio de la gente. No son de ellos, ni debieran servir, por ningún motivo, para lambisconear a quien se les ofrece o para quedar bien con tal o cual grupo o persona. A tal efecto, tres argentinos ilustres escribieron a principios de los años sesenta una carta abierta en defensa de ese patrimonio de Buenos Aires: “Los escritores y pintores que firman esta nota solicitan del Honorable Concejo Deliberante que se mantenga la nomenclatura actual de las calles, plazas y demás lugares públicos de la ciudad de Buenos Aires. Muchas razones, sentidas por el pueblo en ocasión de los frecuentes cambios, justifican nuestro pedido. Bástenos señalar que cada nueva modificación rompe la continuidad histórica y nos separa del pasado y de nuestros propios recuerdos. Debemos respetar la tradición, que une al ayer, el hoy y el mañana y mantiene, a través del tiempo, el alma de las cosas.” Los redactores eran, nada menos, Jorge Luis Borges, Adolfo Bioy Casares y Manuel Peyrou. Viene esto a cuento por la iniciativa que algunas personas promueven ahora en Guadalajara para cambiar el nombre de un tramo de la calle Esteban Alatorre e imponerle el de una persona viviente y en activo. Más allá de los méritos o arraigos que un determinado personaje pueda tener entre ciertos grupos muy respetables, debe privar el bien común, el interés de toda la sociedad. Y este interés se ve lesionado, como claramente lo escriben Borges y compañía, por un número de razones, cuando las arbitrariedades toponímicas son toleradas. Líos y perjuicios postales, impositivos, de traslado de propiedades, de señalética, de referencia y ubicación, además del demérito del patrimonio intangible y de la memoria colectiva, son algunas de las consecuencias de las mudanzas arbitrarias de denominaciones de calles y espacios públicos (y aún de poblaciones enteras.) Sobran los ejemplos en el pasado mediato e inmediato que aconsejan la prudencia y la perspectiva histórica en estos campos que tienen directamente que ver con la vida de la gente. Obligarla a llamarle “Enrique Díaz de León” a una avenida que toda la vida se llamó Tolsa (sin acento) en un tramo, y Munguía en otro, es un inaceptable acto de autoritarismo e imposición. Y de empobrecimiento de algo indispensable: la memoria de la ciudad. En este ejemplo, tanto Tolsa (sin acento), como Munguía, eran referencias de personajes que vivieron en esa calle y pertenecen a la historia y a la crónica comunitaria. Hubiera habido muchas calles nuevas que pudieron haber recibido el nombre del señor Díaz de León, a quien —por otra parte— nadie le debería de regatear sus méritos. Pero este cambio fue una más de las componendas políticas que favorecieron a determinados grupos. No debe volver a pasar. jpalomar@informador.com.mx

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