Jueves, 26 de Diciembre 2024

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* Porfía charrúa

Por: Jaime García Elías

* Porfía charrúa

* Porfía charrúa

La coronación de Uruguay en la Copa América fue, por una parte, la reivindicación de la lógica; por otra, el premio a la tenacidad y la diligencia; por otra más, una dolorosa lección de humildad a los soberbios...
* Lo primero: aunque hubiera sido un accidente de los que ocasionalmente se dan en el futbol, la eventual coronación de Paraguay hubiera sido una ofensa a la máxima suprema del deporte, que se condensa en la consabida frase de “Que gane el mejor”. No podía ser el mejor, desde ninguna perspectiva, un cuadro opaco, avaro, que se aplicó más a destruir que a construir, y que llegó hasta la final arrastrándose, sin ganar un solo partido en tiempo normal, sin convencer ni a sus propios seguidores, y más por el infortunio de sus adversarios que por su propia capacidad. Lo segundo: Uruguay, en la presente era de Washington Tabárez como técnico, consiguió en el Mundial de Sudáfrica, el año pasado, la calificación más alta del último medio siglo. Los charrúas, con una generación en que la calidad de jugadores como Muslera, Suárez, Forlán y demás es indiscutible, reverdecieron añejos lauros; es decir, dejaron de ser la escuadra condenada a vivir de sus recuerdos. Y lo tercero: Brasil y Argentina, los grandes favoritos, claudicaron; se quedaron por debajo de sus teóricos alcances. Al margen de que las iras populares se orientan hacia las crismas de sus respectivos entrenadores —Mano Meneses y “Checho” Batista—, las federaciones harán bien en analizar si no hay, como premisa mayor de su fracaso, más allá del infortunio de los ejecutores de penales, una especie de complejo de superioridad que los ha llevado a enfrentar esos torneos con la mentalidad de la Liebre de la fábula, que perdió la proverbial carrera... más ante su propia suficiencia que ante la porfía de la Tortuga. * Por lo pronto, amén de que la incógnita de si ganaría el que debía hacerlo comenzó a despejarse pronto —Uruguay empezó a labrar el marcador a los 12 minutos de juego—, la final tuvo un digno corolario: el gol que cerró la cuenta fue de antología; fue una obra maestra de contragolpe; fue una perfecta demostración de lo que debe entenderse por Futbol Asociación —así: con mayúsculas— ante un adversario cuyos defensas hicieron el mismo papel que hubieran hecho sendas sillas desparramadas por la cancha.

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