Jueves, 26 de Diciembre 2024

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* Ochoa

Por: Jaime García Elías

* Ochoa

* Ochoa

Fue, durante años y felices días, un mito: “México es tierra de grandes porteros”.
Eran los tiempos en que —solía decirse— se amarraba a los perros con longaniza. Eran los tiempos en que el modelo perfecto de la plasticidad en una cancha era el portero, en pleno vuelo, descolgando, a dos manos, el balón que buscaba el rincón en que hacen su nido las arañas —como cantan los rápsodas— para anidarse. Eran los tiempos en que el aficionado, entre su propia ingenuidad y la influencia de las historietas de Supermán, tan en boga, atribuía poderes sobrenaturales a esos tipos que utilizaban indumentarias distintas a todos sus colegas, permanecían la mayor parte del tiempo parados en un extremo de la cancha, tenían el privilegio de jugar la pelota con las manos... y tenían, también, la facultad de volar, como si la naturaleza los eximiera de someterse a la ley de gravedad. * Bien. El caso es que ninguno de los porteros que, con sus vuelos inverosímiles y sus atrapadas espectaculares, alimentaron el mito —es decir, la mentira que crece— de que México era tierra de grandes guardametas, encontró admiradores de sus atributos allende las fronteras... Mientras hasta acá llegaba la fama de Lev Yachín (“La Araña Negra”), Ricardo Zamora (“El Divino”), Amadeo Carrizo o Antoni Ramallets, en México se quedaban inéditos, sepultados por su propia leyenda, los Antonio Carbajal, Raúl Córdoba, Manuel Camacho, Jaime “Tubo” Gómez, Jorge Morelos, Nacho Calderón... y todos los que siguieron, hasta cerrar la lista con Jorge Campos, a quien César Luis Menotti calificara en el Siglo XX como “El portero del Siglo XXI”. * Y es hasta ahora, cuando el modesto Ajaccio decide llevarse a Guillermo Ochoa, portero del América en los últimos años, a aportar su prestigio, su fama y su esfuerzo al afán de salvarlo del descenso en el futbol francés, que alguien, en ese mundo “ancho y ajeno” de que hablara el poeta, vuelve a sus ojos hacia el futbol mexicano. Por supuesto, es muy grande la tentación de creer que Ochoa demostrará que en el alma de cada mexicano hay un Volador de Papantla en potencia. Más grande, por supuesto, que los recuerdos de los episodios en que perdió la titularidad, antes del Mundial del año pasado en Sudáfrica, porque el sol de la fama pareció quemarle las alas... como al Ícaro de la mitología.

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