Jueves, 09 de Octubre 2025

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- “Miones”

Por: Jaime García Elías

- “Miones”

- “Miones”

Hay una leyenda (negra) urbana, muy tapatía, acerca de las estatuas grecolatinas, representativas de Las Cuatro Estaciones, que desde hace poco más de cien años ornamentan la Plaza de Armas de Guadalajara: que sólo una de ellas, la correspondiente al otoño —y, por cierto, la “menos vestida” de todas—, es original, porque tiene la placa de la fundición de Nueva York en que fueron fabricadas. De las tres restantes, se afirma que fueron llevadas de manera subrepticia... a la casa —¡haga usted el c. favor...!— de un ex gobernador.

Misteriosamente, la malévola versión ha adquirido carta de naturalización en eso que los sociólogos denominan “el inconsciente colectivo”. Sin ponerle nombre y apellidos al autor de tamaña trapacería, sin aventurar ninguna hipótesis sobre el estatus actual de las hermosas piezas escultóricas, el vulgo necio —que dijera el clásico— sigue propalando alegremente el canallesco infundio... a despecho de las pruebas de honradez acrisolada que han dado los políticos profesionales oriundos de esta “tierra de Dios y de María Santísima”.

(¡Ah, raza de víboras...!).

                                                                                    -II-

Viene a cuento la anécdota —dejémosla de ese tamaño, a beneficio de inventario—, por la noticia...

Ésta se refiere a los individuos, “con apariencia de indigentes, alcoholizados y tal vez drogados”, que desprendieron, “a puntapiés”, al decir de los policías que los detuvieron, dos de las estatuas de “los niños miones” instaladas en la Plaza Tapatía (Paseo Degollado y Callejón del Diablo, para más señas)... para venderlas en una fundición.

                                                                                    -III-

Que algunos ciudadanos mancharan, con pintura roja, los bustos de dos ex presidentes, en el camellón de la Avenida Ávila Camacho, se explicaba —que no justificaba— por “razones ideológicas”. Que desapareciera el busto de Beethoven, en la Avenida México, se atribuyó a un posible arrebato de idolatría de alguno de sus fans...

El robo de “los niños miones”, en cambio, sólo se explica por una mezcla de indigencia económica con indigencia moral: la necesidad —o el hambre, si se prefiere— y el desprecio al patrimonio público, llevadas al extremo. Con dos añadidos: uno, la irresponsabilidad e impunidad sistemática de las fundidoras —¿en contubernio con alguien...?—, que compran lo que les lleven, sin comprobar la legítima propiedad de los objetos, simulando que no intuyen que se trata del botín de un delito; otro, el profesionalismo de los policías que —esta vez sí— atraparon a los ladrones y detuvieron a los cómplices.

(Colofón obligado: “¡Lotería...!”).

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