Martes, 26 de Noviembre 2024
Entretenimiento | Por: Enrique Navarro

Visiones de Atemajac

Francisco Goitia (II)

Por: EL INFORMADOR

Es el mismo Francisco Goitia, quien en unos apuntes que escribió con sus datos biográficos, nos comienza diciendo:
 “Nací el 4 de octubre de 1882, correspondiéndome por la fecha el nombre de Francisco. Mi madre que no conocí, llamábase Andrea Altamira. Una buena mujer me dio el pecho. Otra, no menos buena, me tuvo a su cuidado. Las afiladas facciones de la que fuera mi segunda madre, Eduarda Velázquez, viven en mi recuerdo. Todo esto tuvo lugar en Patillos que era uno de los ranchos de la Hacienda de Bañón, municipalidad de Fresnillo, Zacatecas.

“Cuando estuve en edad de conocer las primeras letras, lleváronme a otro rancho de la misma hacienda llamado Charco Blanco. Fue mi primera sentida separación.

“En Fresnillo cursé posteriormente la instrucción primaria. Concluida ésta, una noche me anunció mi padre, caballero de cerrada barba y respetable continente, que por primera vez veía y de quien llevo el nombre, que sería conducido a la hacienda de Ábrego del mismo municipio de Fresnillo que él administraba y así se cumplió.

“Las labores de escritorio no fueron muy de mi agrado, prefiriendo corretear por los campos lo que me costó algunas reprimendas. Sin sospecharlo de mí parte, Patillos, con sus manantiales de agua rumorosa y la espesura de su bosque, había depositado en el subconsciente de mis primeros años el tesoro de un amor profundo a la naturaleza. Ábrego que poseía presas, corrientes con pececillos, matorrales guarida de conejos, lugares medio anegados, con altas hierbas de donde los patos silvestres al menor rumor levantaban el vuelo, me entusiasmó vivamente después del tiempo transcurrido en el pupilaje escolar…”.

La pasada cita textual, como ustedes podrán apreciar, nos ayuda a ir perfilando a nuestro artista con nitidez. En una prosa simple, fluida y manuscrita, en el original, con una letra hermosa, Goitia devela parte de su interioridad. Se trata de un hombre sencillo y amoroso. Paciente y ordenado. Sin rencor por la madre ausente o el padre (aparentemente) impositivo. Guarda, por el contrario, un profundo agradecimiento por las mujeres que lo criaron, así como un elemental respeto (y sutil admiración) por la figura paterna. Además, no es difícil adivinar al niño solitario y ensoñador profundamente enamorado del mundo natural.

Goitia, en efecto, había sido hijo natural de una mujer indígena de la región y del mestizo Francisco Bollaín y Goitia, por aquel entonces administrador de haciendas. La tradición familiar, como ya se apuntó, tendía a que el joven Francisco aprendiera los pormenores administrativos, una vez superada la crianza, las primeras letras y los regaños paternos. Ya siendo adolescente, tuvo que optar por algún futuro. En principio, influenciado por lecturas relacionadas con Los miserables de Víctor Hugo, o con hechos bélicos como la unificación italiana garibaldina, el joven se inclinó por la carrera militar. Su padre (afortunadamente) no muy convencido, se negó. Francisco, entonces, insistió que lo enviará a estudiar pintura a alguna escuela.

Surgió la posibilidad de matricularlo en 1898 en la Escuela Nacional de Bellas Artes de la Ciudad de México, dada la facilidad de encomendarlo a Pedro Galavíz, amigo de su padre y administrador de los bienes del Conde Rul. Es curioso que el plan “B” (estudios de arte), fuera una ocurrencia más bien casual. Es probable que el joven Goitia no sintiera vivamente el llamado de tal vocación, pero también lo es que su intuición le señalara que ese camino, como lo fue a la postre, fuera la ruta que le permitiría adecuar los rasgos de su temperamento y, en suma, le permitiera trazar un particular proyecto de vida.

navatorr@hotmail.com

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