Vamos al cine

GUADALAJARA, JALISCO (17/NOV/2010).- Cuánta verdad y mentira se han dado a través de la pantalla, es inconmensurable. Del extranjero y nacionales, la Revolución iniciada en 1910 dejó una estela cual vigente testimonio de las luchas por la equidad.

La cinta El compadre Mendoza fue pionera en la década de los años treinta del siglo XX, y es quizá una de las narraciones más auténticas; no tanto por su veracidad como por la ideología, símbolo de la desigualdad.

La narración no habla del hombre maduro, comprador de favores incluyendo una dama, a quien el padre entrega y ella acepta por obediencia; pinta la omisión de la voluntad femenina en los albores del siglo pasado. Llega la Revolución, y la actitud de aquel hombre sin recato favorece y adula cualquier bando que consienta su poder a cambio de preservar la posesión de sus tierras.

El compadre Mendoza forma parte de una serie de películas con actores como Antonio R. Frausto, Pedro Armendáriz, Lucha Reyes y Emilio Fernández, que se sirvieron de relatos y luchas para darle al público una visión extensa y poco variada de la Revolución. Propósitos y senderos intencionales es cuento aparte.

El arte aportó el talento de Gabriel Figueroa, aún seguidor de la escuela rusa de Sergei Eisenstein, que dicho sea de paso, dejó inconclusa su obra sobre México. Los planos abiertos y los contrastes del drama con acercamientos, transformaron las tendencias hasta la integración de la llamada Época de Oro.
Como en toda revuelta de inspiración ideológica y transformación inicua, entran a escena personajes siniestros: gavillas de bandoleros sin credo y con el solo rito de tomar lo ajeno, al amparo de la lucha revolucionaria. De aquella época los temas, que a través del tiempo transcurrido han mudado sistemas y procedimientos, con nuevos personajes, que no son motivo de este espacio.

Los criminales intercambian posturas como los caciques espectadores de la venganza y usufructuarios de la sangre derramada.

Dios nos guarde de la discordia.