Vamos al cine

GUADALAJARA, JALISCO (09/JUN/2010).- De la Revolución y sus personajes, algunos productores y actores, intentan crear huella cinematográfica con diferente visión, uno de ellos: Damián Alcázar.

Alcázar no es galán de telenovela, aunque también ha incursionado en ese campo del arte escénico. Sin embargo, a su personaje le imprime algo particular, por lo que a pulso tiene ganadas siete estatuillas del cine mexicano, conocidas como Ariel.

Damián no es Pancho Villa, sino un héroe anónimo que salva la vida al Centauro del Norte, perseguido por los señores americanos de aquel tiempo; antes de que cayera en Parral bajo el fuego enemigo del régimen gubernamental mexicano. -Valga la experiencia para precaver hechos actuales-, pero eso es aparte.

Damián Alcázar está precedido de actuaciones en La ley de Herodes, Un mundo maravilloso e Infierno, de Luis Estrada; ésta próxima a estrenarse en las pantallas mexicanas.
Digno de resaltar es el tema envolvente de una realidad sólo parcialmente descubierta por el Centenario; misma que se ha prestado a interpretaciones carentes de congruencia entre historiadores, intelectuales y novelistas, sembrando mayor confusión acerca de quienes fueron auténticos idealistas o meros usufructuarios del movimiento iniciado en 1910, con todo su cargamento del siglo anterior.

En siete ocasiones, desde 1994 se le ha calificado: Mejor actor, al michoacano por nacimiento y veracruzano por adopción: Damián Alcázar, propietario legítimo de un sitio sólido que da la tenacidad en cualquier profesión y que ahora lo ratifica Chicogrande que con discreta ironía pone acentos oportunos sobre acontecimientos de la segunda década del Siglo XX.

Sin ser precisamente una cinta histórica y mucho menos crónica, Chicogrande deja motivos para pensar en aquellos días y los actuales, plagados  de necesidades e incertidumbre; entonces para menos de veinte y ahora más de cien millones mexicanos.
Dios nos guarde de la discordia.

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Carlos Cortés Vázquez