Sacude al público ''Todos eran mis hijos''

CIUDAD DE MÉXICO. Se estrenó en octubre pasado y el interés de los espectadores se mantiene intacto. Incluso la producción presume que el 90 por ciento de las funciones ofrecidas en el Centro Cultural Helénico, ubicado al Sur de la Ciudad de México, reporta localidades agotadas.

No es para menos, el elenco de la puesta en escena Todos eran mis hijos, de Arthur Miller, bajo la dirección del también cineasta Francisco Franco (Quemar las naves) y con la producción de Jorge y Pedro Ortiz de Pinedo, posee la fuerza necesaria para conmover con una historia que sacude y que confronta, que cala y que logra que el sufrimiento y la desesperación lleguen hasta los espectadores.

Fernando Luján y Diana Bracho hacen gala de su título de primeros actores, sin que ello signifique una menor entrega de Silvia Navarro, Mario Loría, Alpha Acosta, Osvaldo Benavides, Miguel Pizarro, María Aura y Martín Altomaro.

La tarde del pasado domingo, el elenco ofreció dos funciones. En la primera de ellas, en la que sólo unos cuantos asientos quedaron disponibles, la magia del teatro se hizo presente en un solo acto.

Con efectos audiovisuales arranca la historia, que situada en los años cuarenta se ostenta demasiado actual como para percibirse lejana. Joe Keller (Luján), un exitoso hombre de negocios que hizo su fortuna gracias a la venta de piezas para aviones en Estados Unidos durante la Segunda Guerra Mundial, de pronto ve ensombrecida su felicidad debido a una terrible acusación.

El primer planteamiento invita a no perder la fe ante la desaparición de uno de sus hijos, Larry. El perdón es una opción, pero también el odio, esto en una sociedad fragmentada por la guerra y sus secuelas. Chris (Loría), ahora el único hijo vivo de Keller, insiste en que la vida tiene que seguir a pesar de la muerte de su hermano, cuestión que Kate (Bracho), su madre, no está dispuesta a aceptar. La negación y la esperanza entonces se vuelven la constante en una casa donde los recuerdos no dejan de atormentar a quienes la habitan.

Negación o sufrimiento, las opciones
“Esperar a que vuelva Larry –expresa efusivo Chris– es como si esperáramos un tren que nunca va a llegar. No hemos podido rehacer nuestras vidas”, mientras Kate clama por no perder la fe. Y aunque la tensión se respira, tintes de comedia hacen lo suyo para menguar las pasiones y los dolores que ahí se exponen.

El público observa atento, aunque no falta el sonido de un celular que corta el encanto y regresa a la realidad rompiendo el pacto que la actividad teatral propone, sin embargo eso no merma el desempeño de los actores, pues sin perturbación alguna la historia crece y toma forma cada vez con más fuerza.

El espinoso camino está por develar el secreto que ahí se esconde, en los rostros de Luján y Bracho se vislumbra una tragedia, tal vez mayor a la que ya se padece por la muerte de Larry. Los enfrentamientos no se hacen esperar y las verdades salen.

La reflexión se da y el clímax se hace presente, los aplausos también. Poco falta para que culmine y el espectador lo agradezca con una ovación. Todos eran mis hijos cumple con lo prometido por su reparto. Sacude al público, y éste lo agradece.

Pronto terminará la temporada y comenzará la gira por el interior de la República, donde Guadalajara tiene confirmadas dos fechas, 9 y 10 de marzo, en el Teatro Diana. La invitación está hecha, el juicio ahora quedará en manos de los tapatíos que decidan ser parte del encuentro con Todos eran mis hijos.

EL INFORMADOR. Altagracia Lizardo Medina / Enviada