Lunes, 02 de Diciembre 2024
Entretenimiento | El efecto de Cannes

La vida Después de Lucía

El cineasta Michel Franco reconoce que su segundo largometraje le otorgó no sólo un premio, también crecimiento profesional

Por: SUN

Franco confiesa que su inquietud por el cine inició tarde, pero encontró su propia forma de narrar historias con imágenes. EL UNIVERSAL  /

Franco confiesa que su inquietud por el cine inició tarde, pero encontró su propia forma de narrar historias con imágenes. EL UNIVERSAL /

CIUDAD DE MÉXICO (14/JUN2012).- Michel Franco es un director atípico, contrario a muchos realizadores que desde niños ya tomaban una cámara. A los 18 años de edad él no sabía si se dedicaría al cine. Cuando pensó en intentarlo se fue a Nueva York a tomar un curso de dos meses, cuya única ventaja, considera, fue que le daban una cámara desde el primer día de clases.

Y regresó, entonces, a la Universidad Iberoamericana, donde no recibió gran ayuda académica. “Pedía (a los maestros) que me enseñaran a engarzar (unir) una cámara y nadie sabía, tampoco cómo usar la moviola. Fue la época en que comenzaron a salir los DVD’s y entonces podía comprar uno y escuchar los comentarios, ¡así fui aprendiendo!, ¡fui autodidacta!”, recuerda.

Pero no fue algo malo. Su nombre se dio a conocer hace casi tres semanas al mundo del cine, al ganar el premio Una cierta mirada, dentro del festival de Cannes con Después de Lucía, su segundo filme, donde toca el tema del bullying.

Ya el premio le ha traído momentos felices. La película se vendió a ocho países, entre ellos Rusia y Polonia, y hay ofertas en otros 30 más. En México, tentativamente, se verá en septiembre. Por si fuera poco el actor Tim Roth (Lie to me y Perros de reserva) que formó parte del jurado en el certamen, quiere trabajar con Franco, quien ya escribe el guión respectivo. “Cuando me dijo que hiciéramos algo, comentó que yo no debía demostrarle nada”, cuenta sin abundar en el tema.

—¿Por qué cineasta?


—Afortunadamente no vengo de una familia de intelectuales o artistas, no tenía que probarle nada a nadie, así que crecí de manera normal. Me empezó a gustar la música a los 12 o 13 años de edad; a los 18 no sabía si me dedicaría a filmar.

En la escuela empecé con foto fija, me interesaba muy poco la parte técnica y nos encargaron que contáramos una historia con seis fotos y yo entregué un trabajo con 55. El maestro me dijo que no me reprobaba porque sabía que le echaba ganas, pero que si quería hacer cine, lo hiciera.

—Siendo autodidacta, ¿de ahí que emplees no actores en algunos personajes?

—No es del todo cierto. En Después de Lucía está Hernán Mendoza (actor profesional) y, si metí no actores en los papeles de adolescente y niños, es porque no me gustan los actores de esa edad.

En A los ojos, que apenas va a salir (próximo filme) requerí a un doctor real, porque a veces me molesta cómo los actores actúan como ellos. Siempre debe haber buenas razones para usar un no actor.

También necesito actores aunque sea en papeles de apoyo como Marco Treviño y Carmen Beato, son tan importantes que sé que lo van a hacer bien. ¡Al final no importan las decisiones del director, si salen bien las cosas!

—Hasta ahora, ¿de qué ha servido el premio?


—En términos prácticos que se estrene en Francia. Pero para mí el saber que voy bien en mi forma de hacer cine.

Con Daniel y Ana (su opera prima) no disfruté del todo. Digo, se hizo como se supone hacer una película, con 60 personas y todos los sindicatos, la película funcionó bien y estoy contento con el resultado, pero es una forma antigua, obsoleta, de hacer cine. Lo que he aprendido es que es mucha gente.

Para Después de Lucía sólo fue la cantidad de gente necesaria, como se filma en todo el mundo. ¡En Francia, cuando hablas de un crew de 20 personas, se espantan!

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