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Kinetoscopio

Parábola desorientada

Por: EL INFORMADOR

Marcelino pan y vino, México, 2010, bajo la dirección de José Luis Gutiérrez. ESPECIAL  /

Marcelino pan y vino, México, 2010, bajo la dirección de José Luis Gutiérrez. ESPECIAL /

GUADALAJARA, JALISCO (19/DIC/2010).- Hace 30 años y más, cada Semana Santa
Marcelino pan y vino (1955) aparecía por la cartelera cinematográfica de Guadalajara y, posiblemente, de varias poblaciones del país. Ahora algún cálculo hermético persuadió a la distribuidora Quality Films para que estrenara una nueva versión durante la época de fin de año.

En ésta ocasión se trata, al mismo tiempo, de una aclimatación del relato a un entorno mexicano, y de una modernización de ciertos aspectos de la técnica fílmica. Los más notorios: el color y unos pocos efectos visuales. En cambio, desde mi punto de vista, la fábula y la moraleja siguen siendo una prédica melindrosa y deplorable, obra de un escritor encomiástico del franquismo.

Para situar en México los hechos que originalmente transcurren en España en las postrimerías del Siglo XIX, el director y el guionista imaginaron que no había marco más propicio que la Revolución. Entre otras cosas, en el segmento inicial se da a entender la movilización social reproduciendo en un plano la composición y motivos de la célebre fotografía de Agustín Víctor Casasola que muestra a un grupo de mujeres montadas en un vagón del ferrocarril y la que está subida en el estribo mira con insistencia a un costado hacia algo que se encuentra fuera de cuadro. La alusión se complementa poco después con un diálogo en la estación en el cual un fotógrafo encuentra la ocasión de revelar su conciencia histórica aseverando que a pesar del peligro hace su trabajo precisamente para dejar un testimonio a la posteridad.

El resto del entorno agitado no presenta novedades; hay revolucionarios bigotudos, seguidos de mujeres que hablan con un marcado acento a la
Tizoc (1957), y un batallón de federales con algún soldado adolescente en sus filas.

Por su parte, los frailes franciscanos que amparan al bebé abandonado son una comunidad de gente mansa y buena. El pasaje en el que deciden conservar al nene en el claustro parece escenificado a modo de comedia pero detenta rasgos equívocos al aflorar en ellos una urgencia maternal de atender y cargar en brazos a la criatura.

Cada personaje está dibujado con simplicidad. El prior mantiene una actitud severa, pero puede ceder sin reservas a un gesto de ternura. El monje que atiende la cocina es corpulento, el más viejo charla en tono paternal, y los que no alcanzan ni a decir una línea de todas maneras ponen rostro apacible cuando aparecen a cuadro. Todos tienen un momento de antología cuando cierra la historia, pues el director decidió presentar la reacción de ellos ante una aparición sobrehumana como una concurrencia de ademanes y muecas de admiración. Ese prodigio –del que sospecho que el realizador es un tanto escéptico- emite también unos sonidos bastante singulares. Mientras flota hace un rumor como de flama de gas de mechero Bunsen, y cuando se desvanece suena como una potente maquina succionadora.

Marcelino pan y vino, México, 2010. Dirección: José Luis Gutiérrez. Guión: Mikel García Bilbao a partir de un relato de José María Sánchez Silva. Elenco: Mark Hernández Mosqueda, Alejandro Tommasi, Jorge Lavat.

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