Miércoles, 27 de Noviembre 2024
Entretenimiento | Guillermo Vaidovits

Kinetoscopio

Harto arte

Por: EL INFORMADOR

En Los bastardos si algo logra el director, con toda certeza, es aburrir de principio a fin; aunque a veces, entre esos dos puntos, con impactos de sonido y de violencia invita a despertar de la modorra.

La película responde a una serie de formulas propias del llamado cine de festival, que a su vez deriva de la práctica del cine de autor nacida en los años sesenta, y que por lo general parte de un desprecio acendrado a “los manipuladores convencionalismos comerciales o industriales” y confía que el público está dispuesto para experiencias más difíciles. Por lo tanto la estructura dramática tiende a diluirse en actos sin significado que parecen recrear la realidad. La apertura de la cinta ofrece un inmejorable ejemplo de este procedimiento.

Retrata un canal de aguas de temporal vacío, por el que vienen caminando dos tipos. Primero sus figuras aparecen imperceptibles en el horizonte y van creciendo en el cuadro conforme avanzan. Mientras se aproximan juegan con una pelota de fútbol que abandonan sin más cuando están cerca de donde la cámara toma la acción.

Para separar esa monotonía de la que sigue se introducen los títulos en rojo escarlata acompañados de unos guitarrazos cacofónicos a todo volumen. Esta técnica es compatible con la noción de que el cine como arte debe conmocionar la atención del espectador.

 La selección del reparto y la forma en que este se conduce en las escenas también manifiesta su apego a recetas de corte vanguardista. Se trata en el mejor de los casos de actores amateurs que tienen una apariencia aceptable, como para dar presencia especial a los personajes, pero que son incapaces de decir los parlamentos de forma convincente; asimismo es posible que el guión no ofrezca fuertes retos en ese terreno.

Lo que se podría decir es la trama, gira en torno a dos gañanes que deambulan como trabajadores ilegales en Estados Unidos. A no ser por una especie de epílogo en un campo de fresas, que se pretende catártico y moralmente conclusivo, los hechos ocurren a lo largo de un solo día. Por la mañana se les ve junto a otros en una calle esperando que les ofrezcan trabajo. Tras una jornada como albañiles, y un amago de bronca con unos rednecks, se les ocurre invadir una casa para robarla.

En esa última parte el director echa mano de todo lo que le parece escabroso y gratuito: drogas, tortura psicológica, violación, homicidio. Se dirá que intenta alguna clase de crítica o de análisis social de la situación contemporánea de la relación de Latinoamérica y los Estados Unidos, coartada intelectual simplista que poco ayuda a nutrir el espectáculo vacío que regala.

A pesar de que el realizador se impuso la alta misión de ser original, su película corre, con menos ventura, en la misma línea de montaje en la que se fabrican las cintas de Catherine Breillat, Gaspar Noé, Bruno Dumont, o Lisandro Alonso.

Los bastardos, México/ EUA/ Francia, 2008; Dirección: Amat Escalante; Guión: Martín Escalanta, Amat Escalante; Actuación: Jesús Moisés Rodríguez, Rubén Sosa, Nina Zavarin.

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