Miércoles, 27 de Noviembre 2024
Entretenimiento | Guillermo Vaidovits

Kinetoscopio

Pifia

Por: EL INFORMADOR

GUADALAJARA, JALISCO.- Puedo contar la trama completa de Australia y no revelaría nada diferente a lo que cualquier espectador puede imaginar de golpe con los primeros 15 minutos, con solo atender al estilo grandilocuente de las imágenes y a las actitudes acartonadas que perfilan a los personajes de esta película.

Los acontecimientos toman un rumbo muy obvio y no se desvían de él durante los 145 minutos restantes. En esencia se trata del viejo juego dramático de una bella muy resuelta, y algo reprimida, que conoce a un galán rudo, y en cierto modo liberal. El trato reporta por consecuencia transformaciones: él se vuelve un hombre responsable, y ella una mujer apasionada.  

El director Baz Luhrmann es conocido por otras historias de amor también desgastadas a las que suministró un modo de presentación que desea ser original y de mucha actualidad. El contraste más notorio lo consiguió en Romeo + Julieta (1996) donde deliberadamente conservó los parlamentos de la obra de Shakespeare mientras el entorno donde ocurría la acción era el mundo contemporáneo con automóviles y televisiones.

 Luego en Moulin Rouge (2001) siguió un procedimiento diferente; el ambiente correspondía a un emblemático París de fines del Siglo XIX, con sus artistas bohemios pasando penurias, pero las canciones que interpretan los personajes las extrajo del hit parade del pop/rock inglés. Ahora en su cuarta película renuncia a la fabricación de discrepancias notorias y prefiere un acercamiento más armónico e integral imitando un estilo de cine bien determinado, el de las grandes producciones del Hollywood de antaño que prometían romance, aventura y espectáculo. Pero esta vez los resultados son menos acertados e interesantes.

Luhrman demuestra cuanto puede agobiar a un relato la existencia de imágenes bellas que sólo buscan resaltar la fotogenia del paisaje, de los decorados, y del semblante de los actores. Incluso es posible que su interés en la historia que cuenta no fuera más allá de reproducir, con las perfecciones técnicas del momento, ciertos motivos visuales que inmediatamente asociamos con las emociones románticas; la contemplación de panorámicas imponentes, de las fuerzas naturales enmarcando los sentimientos de los personajes, y de las miradas que tratan de comunicar lo que no se dice.

Los protagonistas se besan con un atardecer en el fondo, bajo una lluvia torrencial, en el porche de un rancho ganadero rodeado de una planicie admirable, o mientras nadan en el estanque que se forma a partir de una pequeña cascada.

Del mismo modo la música va dictando los estremecimientos que corresponden, cuando se quiere dejar la impresión de que el episodio es agradable suenan los violines, pero cuando se necesita un sentimiento de epopeya que enaltezca lo que ocurre, entonces se escucha la orquesta completa.
Al final lo que se demuestra es que la vieja cursilería de Hollywood es susceptible de reemplazarse por una nueva cursilería con un sello globalizado.

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