Martes, 03 de Diciembre 2024
Entretenimiento | El concierto dejó dudas en cuanto a su preparación

Escamocha musical

La Filarmónica de Jalisco recibió como invitados al director italiano Giulio Svegliado y al violinista argentino Adejandro Drago.

Por: EL INFORMADOR

Si se tratara de decirlo amablemente, habría que hablar de “eclecticismo” (escuela filosófica que toma de las demás lo que le parece mejor); si se permite ponerle un ápice de ironía, varios de los programas confeccionados para la segunda temporada 2008 de la Orquesta Filarmónica de Jalisco (OFJ), merecerían la etiqueta de “escamocha (en el sentido de revoltura) musical”.

Botón de muestra: el programa del viernes -que se repite este mediodía en el Teatro Degollado-fue como un “buffet” en que cada quién toma lo que apetece, sin necesidad de respetar cánones.

Al margen de lo anárquico de la confección -lo que no es, por sí mismo, un demérito-, el concierto dejó dudas en cuanto a su preparación. No quedó claro qué tanto se integró Giulio Svegliado -director huésped- con la OFJ. La interpretación de las tres obras de repertorio incluidas en el programa fue sumamente irregular. A cambio de momentos muy logrados, exquisitos incluso (el solo inicial de violoncellos y el pasaje bucólico previo a la cabalgata de la obertura Guillermo Tell, de Rossini; el Oblivion de Piazzola, apacible como una canción de cuna; la desgarradora Muerte de Ases, de la Suite No. 1 de Peer Gynt, de Grieg; y, quizá por consabida, la Danza Ritual del Fuego, de El Amor Brujo, de Manuel de Falla), hubo otros en que las notas, por supuesto, eran reconocibles, pero el sentimiento -la vitalidad de Guillermo Tell, la dulzura de Peer Gynt, la sensualidad de El Amor Brujo: la esencia de la música, pues…- nunca apareció.

Rutinario en sus gestos, aparentemente más preocupado por la partitura que por la orquesta, Svegliado, más allá de los saltos de rana, tuvo poco impacto con el público y, por lo visto, poca influencia en el ensamble, que a veces sonó como banda de pueblo.En cuanto a los solistas, el joven violinista argentino Alejandro Drago cautivó por su virtuosismo en las obras de Astor Piazzola y en su versión de La Cumparsita, pródiga en filigranas, que obsequió como “encore”. Por cuanto a la mezzosoprano tapatía Mireya Ruvalcaba, entre sus limitaciones de volumen y eventualmente el descuido de la batuta, pocas veces consiguió proyectar la voz más allá de la décima fila de la sala.

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