Contemplaciones contra el tedio

I
La semana pasada asistimos, con la nada extraña mezcla de morbosidad e interés, a la presentación de la novela Pasto Verde, de Parménides García Saldaña, reeditada por el sello independiente tapatío de El Viaje, que lleva adelante Marco Antonio Gabriel (¡órale con el nombrecito telenovelero!), junto con otros jóvenes hartos de esperar de que la Revolución les haga justicia. Fuimos movidos por dos convicciones: la primera, reconocer que el único esfuerzo realizado en lo que va del año para conmemorar el 40 aniversario de la publicación de una novela que no es cualquier referencia haya venido del territorio de lo independiente, es para darle un coscorrón a la "inteligentsia" oficial; y, la segunda, que haya sido precisamente ese esfuerzo independiente local el que reeditó -ninguna editorial de respeto (¿?) lo hizo, por lo menos- una novela "sui generis" y al parecer los únicos en todo el escenario editorial mexicano que se atrevieron a hacerlo.

II
Nosotros tenemos los libros escritos por Parménides García Saldaña o al menos, los que se editaron y conocen públicamente: el divertidísimo volumen de relatos El Rey Criollo (el cuento que lleva el título del libro es de antología obligatoria), tanto el de Diógenes como el que salió en la serie de Lecturas Mexicanas y tiene el perfil de Elvis Presley en la portada; el laberíntico y sin desperdicio alguno En la ruta de la onda, también de la generosa editorial de Emanuel Carballo; el volumen de poemas netamente onderos (el constante latigazo de "nena, eres fresa, nena deja de ser fresa" revolotea en cualquier lector) Mediodía, con el cobijo de Joaquín Mortiz; y además de una novela medio chafona de nombre El callejón del blues, las dos ediciones de Pasto Verde, la de aquella portada mostrando una fotografía con un verde pachecón y alucinante, con el rostro de un tipo fumando tamaño marrote de mostaza sabor Dios guarde la hora, que sacó Diógenes como parte de un concurso de primera novela que lanzó en 1968 y en donde participaron, entre otros, Orlando Ortiz y Margarita Dalton. La otra edición también es de Diógenes, con una portada más cuidada, sin el diseño provocador de la anterior.

III
Al "Par", así llamado por sus cuates, lo conocimos leyéndolo (trompetilla). Nos gustó desde siempre el desparpajo, pitorreo, desmadre con el que entendía la literatura, no exenta de esa debida dosis de inteligencia, conocimiento, razonamiento, maneras de pensar, que también se agradece y reconoce en los autores que uno siempre recomienda. Es el caso de este escritor y periodista, colaborador de muchos rockeros -¡ahí mamí!-, nacido en Orizaba, Veracruz, en 1944 y fallecido el 19 de septiembre de 1982 (una década después moriría, el mismo día, Rockdrigo González, alumno saldañesco), pero del que se ha leído -y a veces distorsionado- más el entusiasmo de su vida desmadrosa que el análisis y difusión de la obra escrita por alguien que lo hizo por el mero gusto de hacerlo, riéndose de convencionalismos, fiel al cotorreo que traía y que terminó devorándolo, perdiéndose así a un autor que todavía tenía, y de sobra, como el propio José Agustín (Pepcoke Gin en Pasto Verde) siempre lo ha reconocido.

IV
Por lo tanto, la obra de García Saldaña ha quedado encerrada en el círculo de quienes todavía se alucinan y viven del llamado "movimiento de la onda" y en quienes reconocen en Parménides a un escritor serio y malogrado. Afortunadamente, en Tapatilandia se pusieron las pilas los compadres de esta joven editorial y sin pensársela mucho (se mencionó que con la reedición de Pasto Verde se lanzaba una colección dedicada a ese tipo de textos, corrosivos, de autores no solo contemporáneos, sino ya de algunos añitos atrás) le han dado una oportunidad a los muchos posibles lectores que todavía es capaz de atrapar el maese Parménides García Saldaña.

V
Ya viene Navidad. ¿Ya saben qué van a pedir?
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