Domingo, 06 de Octubre 2024
Entretenimiento | Por: Sara Núñez del Padro-Clavell

Análisis

El valor del símbolo

Por: EL INFORMADOR

MADRID, ESPAÑA (29/ABR/2011).- Tradicionalmente existía la convicción de que para ser rey había que nacer en una determinada familia y ser educado especialmente para ejercer como tal. El afianzamiento de los derechos fundamentales llevó a considerar la afirmación anterior un anacronismo de tiempos pasados, cuando imperaban más las ideas tendientes a la desigualdad que a la igualdad. Consecuentemente con el cambio, las familias reales fueron adaptando sus costumbres y “plebeyerizándose” con el fin de acercarse más a la sociedad, perder el “aura” y convertirse en uno más, aunque manteniendo vivo el concepto medieval primus inter pares, ya que si bien eran iguales al resto de los ciudadanos, seguían siendo los primeros entre ellos.

Uno de los cambios más notables que han vivido las casas reales en los últimos 40 años ha sido la pérdida de la costumbre de casarse entre ellos, para empezar a incorporar plebeyos entre sus filas. Muchos son los ejemplos y de todos conocidos. Pero con estas nuevas costumbres llegaron también las dificultades. Eran personas que no estaban acostumbradas desde el nacimiento a ser monarcas, que había que educarles de manera express y confiar en su capacidad de adaptación y sus deseos de interpretar adecuadamente el papel. En algunos casos salió bien, en otros regular y en otros rematadamente mal.

A la cabeza de las casas reales que han sufrido los estragos de los malos resultados matrimoniales y de los escándalos extramatrimoniales está la británica. La reina Isabel, que lo es también de toda la Commonwealth, ha visto como la personalidad intocable y “casi” divina que tradicionalmente había acompañado a sus ancestros, se diluía a pasos agigantados. Y no sólo porque su figura, consecuencia de la modernidad, fuese acercándose a los súbditos y se asemejara cada vez más a un ser humano, sino porque la institución iba perdiendo prestigio a pasos agigantados, víctima de las actuaciones de su propia familia. Y ello es así, porque en el fondo, las personas esperan de sus reyes que sean sus modelos, que representen a sus estados adecuadamente, que sus problemas los arreglen en casa y no públicamente y, en definitiva, que hagan adecuadamente el trabajo por el que se les paga.
A partir de aquí entra en juego otro factor que ha venido a aliarse en contra de las casas reales: los medios de comunicación. Cuando las sociedades eran en alto porcentaje analfabetas, los periódicos minoritarios y no existía la televisión, era muy fácil mantener una imagen ficticia y casi divina que pocos tenían la oportunidad de ver y menos de apreciar en su valor. El misticismo es mayor cuando el secretismo lo acompaña. Pero cuando pasa a ser de carne y hueso, deja precisamente de ser mito. Y nuestros reyes ya no sólo no son mitos, sino que a veces son personas que sucumben a sus pasiones, incluso, más burdamente que el ciudadano normal. ¿Dónde quedó el modelo a seguir?

Hay quien opina que los escándalos que acompañan a la familia real británica han hecho peligrar una institución hasta ahora intocable e incuestionable. Para otros, simplemente se ha adaptado a los tiempos y ha dejado de ser un anacronismo para convertirse en una realidad más política que social, aunque de momento no cuestionable. La responsabilidad que asume el hijo de Diana es la de no repetir los errores que cometieron sus padres, tener un matrimonio que al menos sea feliz públicamente y, en definitiva, comportarse como futuro rey. La cuestión es: si nuestros reyes ya no tienen funciones políticas efectivas porque mandan gobiernos y parlamentos, y a través de ellos los ciudadanos, y si ya tampoco pueden ser modelos a seguir ¿para que los queremos?

*Profesor titular de la Universidad Rey Juan Carlos, de Madrid.

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