Miércoles, 27 de Noviembre 2024
Economía | Juan Palomar Verea

LA CIUDAD Y LOS DÍAS 9 DE MAYO 2008

De la isla de calor

Por: EL INFORMADOR


Esta geográfica expresión ha venido siendo utilizada para referirse a la condición que ahora guarda nuestra ciudad en términos de medio ambiente.

Una enorme concentración de asfalto y concreto, de automóviles, industrias y actividades diversas que provocan en su ámbito un aumento sensible en la temperatura, superior al de los espacios circundantes.

Los viejos ingenieros solían presumir de que, en Guadalajara, si se manejaban cuidadosamente los aspectos térmicos de una construcción, no era necesario el uso de medios artificiales para regular el clima de esa edificación. Unas cuantas reglas básicas que tienen que ver con los asoleamientos y los vientos dominantes bastaban para asegurar una permanente economía autosuficiente.

Lo anterior, ayudado por el uso atinado de la vegetación y del agua.
Ahora, no se conciben, aparentemente, construcciones "confortables" que no estén equipadas con el famoso aire acondicionado. Y menos automóviles.

Esto equivale a un sensible aumento en el gasto de energía, en los costos fijos de operación de los locales. Equivale también a un mayor grado de emisiones de CO2 a la atmósfera, lo que tiene como consecuencia -como es bien sabido- un mayor calentamiento global. Y así va el ciclo.

En muchos países del mundo existen estrictas normas oficiales para regular los aspectos térmicos de las construcciones. Si no se cumplen, es imposible edificarlas y habitarlas. Tienen que ver con el uso responsable de materiales, orientaciones, ventilaciones naturales y otros factores.

Entre nosotros falta aún mucho camino por recorrer en este sentido. Si alguien, por ejemplo, quiere utilizar en un proyecto superficies indiscriminadas de vidrio que absorben altas proporciones de calor, y luego enfriar los espacios con fuerte gasto energético utilizado en hacer funcionar los aires acondicionados, no tiene ninguna cortapisa.
Qué decir del uso indiscriminado y en continuo aumento del transporte automotor individual: la isla de calor recibe cotidianamente cientos de nuevos emisores rodantes sin que se haya encontrado alternativa para ello.

Hay un concepto básico que defiende a una ciudad como la nuestra de convertirse en una isla de calor: su cubierta vegetal. Si tuviéramos árboles y superficies verdes en cantidad suficiente éstos se encargarían de regular adecuadamente la temperatura. Sin embargo, por dondequiera que se mire, a diario, perdemos follajes y espacios dedicados a ser áreas verdes. Por múltiples razones: desde la poda excesiva para liberar cables e instalaciones aéreas hasta la pérdida de servidumbres en aras de destinar espacios para el estacionamiento vehicular.

Un problema que a todos atañe, como el del aumento del calor -que no es más que la inarmónica relación de la ciudad con el medio ambiente- requiere soluciones a todos los niveles. Desde medidas amplias hasta pequeñas acciones por cada empresa, cada construcción, cada ciudadano.

jpalomar@informador.com.mx

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