Viernes, 22 de Noviembre 2024
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Jalisco

A cinco años de la desaparición de Salomón, Marco y Jesús, estudiantes del CAAV

Un día como hoy, hace cinco años, Salomón, Marco y Jesús no regresaron de nuevo a casa. Un caso de injusticia e impunidad que marcó un parteguas en la historia reciente de Jalisco 

FaustoSalcedo

La tarde ingrata del 19 de marzo del 2018, tres estudiantes del CAAV, -una de las universidades privadas de Guadalajara- fueron detenidos mientras intentaban reparar su vehículo sobre la carretera, a las afueras de la ciudad, y abordados de imprevisto por supuestos miembros de la Fiscalía del Estado de Jalisco.

Faltaba apenas un día para que iniciara la primavera, y otros tantos para que la ciudad se sumiera en el sopor plácido de la Semana Santa: era una tarde como cualquier otra. Los estudiantes venían de un día de campo en el que trabajaron y planificaron un cortometraje para sus proyectos escolares, pero en su camino de regreso a casa tuvieron la desdicha de que el automóvil en el que viajaban sufriera una avería bajo la luz moribunda del crepúsculo remoto.

ESPECIAL

Un humo repentino brotó del capó del vehículo, y tras unos segundos dejó de responder. Los estudiantes se quedaron varados a un costado del camino. No se encontraban en una zona poblada, y ninguno de ellos esperó el desenlace que habría de tener aquel contratiempo en la carretera. Fue cuando estaban intentando poner el automóvil de nuevo en marcha que las camionetas inesperadas los cercaron de lado a lado, con la brutalidad de un relámpago, y los rodearon en un instante media docena de hombres armados. 

No fue un suceso clandestino. Los presuntos oficiales arribaron en vehículos blindados y con el logotipo de la Procuraduría General de la República, estaban armados hasta los dientes con un calibre temible, y se dirigieron a los estudiantes como si los conocieran desde siempre. Con una eficacia que no podía ser casual, les pidieron que los acompañaran a un viaje en el que no precisaron el destino ni tampoco los motivos.

Los muchachos, sin ninguna alternativa, obedecieron. Una amiga que los acompañaba en el mismo coche, y que no fue llevada por los oficiales subrepticios porque éstos le indicaron lo contrario, precisó que bastó un instante para que las camionetas, los hombres armados y los estudiantes atónitos desaparecieran en el horizonte del día que comenzaba a ensombrecer con la indiferencia del crepúsculo. Nunca más se les volvió a ver con vida. 

Los estudiantes desaparecidos del CAAV: un episodio de horror e injusticia en Jalisco 

EL INFORMADOR/ ARCHIVO

El caso conmocionó a la ciudad hasta el tuétano. Los tres estudiantes eran foráneos, llevaban ya algún tiempo viviendo en Guadalajara, y tenían el sueño común de dedicarse a las artes difíciles pero gratificantes de la cinematografía. Quizá su condición de provenir de otros rincones de la República los consolidó como un grupo de intereses afines, y cimentó sus amistades. Dirigían filmes juntos, proponían guiones, compartían su visión del mundo en redes sociales y ensayos visuales en los que sin proponérselo plasmaron su amistad para siempre, e imaginaban proyectos que la vida no les permitió concluir.

Eran esmerados en su labor, queridos por sus amigos, tenían claros sus propósitos a futuro, y suscitaban sonrisas dondequiera que fueran. Sus respectivas familias confiaban en que llegarían lejos. Los tres eran hombres: el mayor tenía 25 años, los otros dos, veinte. Se llamaban Salomón Aceves, Marco Francisco García Ávalos, y Jesús Daniel Díaz García. 

Una primavera que lo cambiaría todo

La primavera de aquel año marcó un parteaguas en la memoria colectiva de la tragedia. Apenas cuatro días después, cuando la ciudad ni siquiera había asimilado lo acontecido con los estudiantes de cine, en la Barranca de Huentitán apareció el cadáver de otro estudiante, pero esta vez de la licenciatura en medicina de la Universidad de Guadalajara (UdeG).

Aquellos precipicios de huizaches eternos, que comenzaban a florecer en su canícula indecisa, eran un sitio que el joven estudiante nunca frecuentaba, que no era usual en su rutina cotidiana, y que no correspondía con su vida diaria. La última vez que se le vio con vida fue en el municipio de Tala, el mismo lunes ingrato del 19 de marzo en el que, a muchos kilómetros de distancia, los autonombrados miembros de la Fiscalía de Jalisco se llevaron consigo a Salomón, Marco y Jesús.

La misma Fiscalía emitió un comunicado oficial en el que ofrecían un millón de pesos mexicanos a quien pudiera proporcionar información fidedigna sobre el paradero incierto de los cuatro estudiantes desaparecidos, días antes de que apareciera el cuerpo abandonado del estudiante de medicina en las inmediaciones de Huentitán. 

Se llamaba César Ulises Arellano Camacho, y tenía dieciocho años. Sus padres, su novio y sus amigos llevaban días buscándolo con desesperación, y por cuenta propia, pues las autoridades no les brindaron el apoyo necesario en las labores de búsqueda, y los dejaron solos. Este caso estuvo envuelto en inconsistencias y burocracia, pues los informes oficiales resultaron contradictorios entre sí, y finalmente la Fiscalía y el gobernador Aristóteles Sandoval dictaminaron, en un acto que fue más bien de lavarse las manos, que el estudiante perdió la vida por mano propia: se suicidó.

César Ulises Arellano Camacho. ESPECIAL

Justificaron el veredicto con una supuesta carta póstuma en la que César Ulises explicaba los motivos tras su determinación fatídica. Para la familia esto fue ridículo: era la salida más fácil. La carta repentina, atravesada de incoherencias, y que vino de ningún lado, les resultó infame, pues contradecía por completo al hijo, al amigo y al compañero que amaron, y de ningún modo le hacía justicia.  

El 23 de abril, treinta y cuatro días después de que Salomón, Marco y Jesús fueran raptados, veintinueve días después de que el cadáver de César Ulises apareciera en la Barranca de Huentitán, y apenas unas horas después de que los nuevos candidatos a la presidencia de México se atacaran los unos a los otros en una ceremonia a la que era imposible considerársele debate por sus características vergonzosas, la Fiscalía de Jalisco, de nuevo encabezada por el gobernador, dio a conocer al mundo el destino terrible de los estudiantes de cine.

Fueron encontrados, pero no del modo en el que sus familiares, sus amigos, todos los que querían y aguardaban con el desconsuelo del corazón, y aún la sociedad, esperaban. De acuerdo con la versión histórica y contrariada de los hechos, Salomón, Marco y Jesús fueron raptados por miembros del crimen organizado, quienes los confundieron con miembros enemigos del cártel contrario. Fueron conducidos a una casa de seguridad, donde los separaron y los sometieron a un interrogatorio, los torturaron, y acabaron con sus vidas. Aristóteles Sandoval finalizó diciendo que los cuerpos de los estudiantes fueron disueltos en ácido. 

Cinco años después, más de 15 mil desaparecidos en Jalisco 

EL INFORMADOR/ ARCHIVO

Nunca nada volvió a ser lo mismo en Jalisco. Cinco años después, ya no son solo tres, como en un principio de las protestas proclamaban las consignas de las multitudes enardecidas: No son tres, somos todos. No; ya no son solo tres, sino quince mil. Porque hay más de quince mil personas desaparecidas en Jalisco que no han regresado a casa. Quince mil hijos, hermanos, madres y padres, amigos.

Porque vivimos a diario en el vacío de los que ya no están, respiramos en la ausencia. Porque el Gobierno de Jalisco tergiversa las estadísticas de los desaparecidos, y en vez de crear mecanismos para encontrarles, para darles justicia, para atender el fenómeno, se enfoca en embellecer el Paseo Alcalde, gentrificar el Centro Histórico, crear días municipales a diestra y siniestra, y proponer cambiarle el nombre a la ciudad. 

Salomón, Marco y Jesús nunca regresaron a casa. Y hoy mismo, ahí afuera, y en ese instante, hay otros tapatíos que tampoco regresarán con los que aman.

FS