La aventura por el Pacífico Sur, día 26

Viernes 29 de abril.- Después de cuatro noches de permanecer en Nuku Hiva, partimos hoy por la mañana a las 5:00 am hacia la isla de Rangiroa; distancia a recorrer, 567 millas náuticas; el viento está soplando entre 13 y 15 nudos.

En nuestra estancia en la isla visitamos dos bahías: Taiohae y Taioa.

En Taiahoe rentamos un carro y salimos a conocer la isla. Subimos a lo más alto: encontramos un bosque padrísimo de pinos, en donde el piso estaba lleno de helechos: había de todo tipo, inclusive había áreas en que los helechos australianos medían como cinco metros; se veía muy padre.

Al bajar el extremo norte, el clima cambió, es mucho más seco.

Llegamos a la bahía de Taioa a las 3:00 pm. El mar estaba más tranquilo: la forma que tiene es de un corazón, con dos pequeñas playas. El primer día lo dedicamos a reparar la (vela) mayor, ya que nos teníamos que subir al mástil; para la hora en que terminamos, ya era demasiado tarde y nos quedamos todo el día en el barco.

Nos despertamos a las siete para salir a excursionar a una cascada que era el atractivo de esta bahía. Al principio salimos “Poli”, Ricardo y “Perico”; nos bajamos en una de las playas para buscar la vereda que nos llevaría a la cascada; no la podíamos encontrar y le pedimos a Javier que nos recogiera; “Poli” y Ricardo se aferraron a irse caminando. Yo regresé al barco y el “Patas” decidió que él también iba junto con Javier.

Nos fuimos en el dingy a la primera playa donde se veía que vivían unas familias y nos metimos por el río hasta que vimos gente. Amarramos el dingy a una palmera y preguntamos si por ahí era el camino hacia las cascadas; nos indicaron que siguiéramos la brecha: había dos carros, pero la brecha sólo medía 400 metros de largo; después había un río que tenías que cruzar. Conforme caminamos, la brecha se hacía más angosta y más difícil de caminar: eran puras piedras volcánicas, subidas, bajadas y más cruce de ríos.

Nos tomó dos horas y pico para llegar a la cascada, que era en realidad el final del valle donde se levantaban unos paredones impresionantes: parecía que estábamos rodeados de rascacielos, y que las paredes tuvieran pliegues ondulados, erosionados por los años expuestos a la intemperie.

Al regresar nos encontramos a los nativos de esta zona: viven cinco familias que en realidad son una, ya que todos son hermanos y hermanas. El jefe del clan y su esposa nos invitaron a pasar a su casa, muy amables; nos dieron agua y plátanos; nos platicaron que su familia está aquí desde antes de que llegaran los franceses a la isla. En nuestro camino vimos a uno de ellos en un caballo y con un rifle; le preguntamos qué cazaban y nos comentó que había jabalí, pero que a su sobrino no le gustaba ya cazar a la antigua, que era con una lanza; que, con el rifle, ya era muy aburrido. Nos dieron limones, naranjas, toronjas, plátanos, albahaca, cebollín y una fruta del árbol del pan. No nos querían cobrar, pero el “Patas” insistió en darles algo.

Son increíbles el lugar y la manera en que viven estas personas: en la escuela toman clases de español, inglés, francés y de su lengua nativa.

Bueno, saludos a todos.

“Perico”. Tripulación del Sans Souci II.