De los toros con verdad por Francisco Baruqui

Madrid, España.- Las Ventas.  Décima octava de feria isidril.

Algunos nubarrones en tarde caliente, con lleno hasta la bandera y cartel de “No hay billetes” en taquillas, con público de domingo que disfrutó de la que, hasta el momento, ni con más ni con menos, puede ser la corrida de la feria, la de los Hijos de Celestino Cuadri.
Y escribo esto porque el encierro estuvo conformado por seis ejemplares, -- cinco con el tradicionalmente característico pelaje negro y un castaño oscuro que dio toque de contraste --, con una presentación estupenda, armoniosa en sus láminas de auténtico lujo.

Toros de gran envergadura e imponente trapío como alta romana, promediando los seiscientos kilos, agresivos de astifinas cuernas, de entre los que sobresalieron los corridos en segundo, tercero y quinto lugares llevándose carretadas de palmas de la afición en el arrastre.

Cumplieron bien acudiendo al castigo, peleando fuerte los más, metiendo los riñones y empujando, dejándose hacer sangre desmontando a los piqueros, y ofreciendo condiciones destacando gran nobleza, recorrido y son en embestidas claras con la cualidad de la fijeza, -- que no miraban más que la muleta y en donde les dejaban se quedaban esperando el cite para la siguiente serie --, resultando manejables, aunque alguno con el matiz de cierta sosería, pero con la importancia que daba en su conjunto, de la que satisfechos deben estar los hermanos Cuadri, con Fernando a la cabeza como criador, por haber venido a Madrid con lo que vino y con un resultado cómo el que salió.

¡Mi enhorabuena ganadero…!

Y lástima; verdadera lástima que los más sobresalientes se hayan ido al desolladero completos con las orejas puestas…

Que sí, toda vez que, sin dudar de la voluntad, el empeño, los deseos y, pues todos los conceptos que se utilizan a veces para solapar lo vulgar de la mediocridad que enmarcan la carencia de cualidades y condiciones para triunfar por parte de los toreros, se hicieron patentes en las actuaciones de la tercia del cartel.

Y escribo lo anterior porque los de Cuadri fueron toros con los que había que emplearse y poderles, poniéndose en el sitio y pisándoles el terreno una vez medida la distancia y la cadencia que traían.

López Cháves, el diestro de Ledesma, Salamanca, lució con el primero por el pitón izquierdo, que era el lado mejor del burel haciéndose aplaudir a momentos pero sin redondear, mirándose por debajo de lo que el astado pedía, escuchando un aviso.  Para con el cuarto estar a nivel dada la falta de transmisión de los dos, toro y torero para al final, silencio.

Por cuanto al sevillano Salvador Cortés, de Mairena del Aljarafe, llevándose un lote de triunfo grande, fracasó al estar medido, muy medido, medidísimo de valor como de ánimo, como impotente taurinamente para colocarse en el sitio que el toro le pedía, desarrollando dos trasteos por demás deslucidos cuando a cada muletazo sus toros iban a más, a mucho más y él…  Él a menos, a mucho menos…  Sus faenas carecieron de planteamiento, de estructura, vamos, sin plan, desarrollándose en una actuación dubitativa, sin la exposición mínima que le pedían los dos con los que resultó ¿favorecido..? – porque cómo le descubrieron --, en el sorteo.  Al final, silencio en uno y sonoros pitos en el otro.  Y dos, repito, para triunfar…  Se le fue Madrid.

Por cuanto al madrileño David Mora, al que de novillero le había reconocido un buen concepto, se ha dejado ir al tercero en una labor intermitente con algunos muletazos aislados que se le corearon, pero sin entender la condición que el de cuadri con sus cualidades le ofrecía.  Estuvo, como sus alternantes, también por debajo de sus ejemplares finalizando en un resultado de palmitas y silencio.

Bien dice un popular adagio que viene plenamente a significarse con lo visto hoy: “Cuando hay para carne…  es vigilia.”

¡QUÉ PEDAZO DE CORRIDA..!

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