* Oprobio

Si es cierto, como dicen, que hay “derrotas honrosas” y “victorias pírricas” --tan paradójicas éstas como aquéllas--, habría que agregar al catálogo de los aparentes contrasentidos, a partir de la pesadilla de impotencia que vivió el sábado el Atlas, el género de los empates oprobiosos.

*

La interpretación ingenua --llamémosla así, a beneficio de inventario-- de la historia, fue ésta: “El Atlas, con once, no pudo ganarle al Guadalajara, con nueve”...
La versión correcta, estrictamente apegada a los hechos, tendría que ser ésta: “El Guadalajara, aunque se quedó con nueve, fue notoriamente superior al Atlas, que tuvo cuatro jugadores... y siete rotundos ceros a la izquierda”.

*

Mientras las “Chivas”, obligadas por las circunstancias, se dedicaron, desde el minuto 28, a defender con nueve guerreros la ventaja que les había dado el gol del “Cubo” Torres (quien manchó su desempeño con la majadería que le ganó la tarjeta roja), los Rojinegros dieron un lamentable --por no decir escandaloso-- “show” de inoperancia.
José Luis Real ordenó a sus unidades en dos líneas de cuatro aplicadas a defender, y encomendó a dos gacelas --Arellano y el “Venado” Medina-- la eventual aventura de algún contragolpe. No perder, en esas condiciones, era la consigna. Conseguirlo, por ende, fue meritorio.
Benjamín Galindo, por su parte, sacrificó --por innecesarios-- a tres jugadores de características defensivas (Paganoni, Ayala y Rodríguez), y puso otros tantos “atacantes”: Ortega, Lucio dos Santos y Costly. Los tres jugaron basura. Los tres naufragaron en toda la línea. Y no sólo: contagiaron de su inoperancia a Flores, Pacheco, Moreno y Flavio Santos. (De hecho, el gol de éste fue menos acierto suyo que pifia de Michel).
De ahí que la dosis de sudor y de materia gris estuviera a cargo de Pinto, Conde, Chávez, Espinoza... y pare usted de contar. ¡Muy pocos soldados para ganar la batalla!

*

Por cierto: ¿qué caso tenía, una vez logrado el tanto del empate, que el “goleador” rojinegro convocara a sus compañeros para celebrarlo junto a la línea de banda, cerca de la banca de su equipo, con un amanerado bailecito colectivo?... ¿No hubiera sido más digno --y, sobre todo, más propio de profesionales-- dejar esas ridiculeces para mejor ocasión, llevar al balón al medio campo y apremiar la inmediata reanudación del encuentro, para aprovechar todos los segundos de los 23 minutos de juego que aún quedaban?...