Lunes, 25 de Noviembre 2024
Deportes | Por Jaime García Elías

* “Nunca más...”

A propósito

Por: EL INFORMADOR

El cuadro rojinegro cuando ganó el campeonato del 51. FOTO ESPECIAL  /

El cuadro rojinegro cuando ganó el campeonato del 51. FOTO ESPECIAL /

Sobre el Atlas pesa, al decir de los entendidos, desde hace 61 años --cumplidos ayer, viernes 22--, una maldición: “¡Nunca más...!”.

La conquista del título que justifica la estrella solitaria sobre el escudo del club, estuvo contaminada, si no por la sospecha, sí, al menos, por la duda.

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Las crónicas de la época consignan, en ese orden, a los protagonistas del episodio...

El primero, Horacio (a “El Cuate”) Salceda, como el villano de la historia al abrir de par en par la puerta para que se produjera el resultado que consta en actas, al señalar un penalty que ha sido etiquetado como dudoso y discutible. Puesto que no había siquiera vestigios de la tecnología actual, y no hay, por tanto, testimonios gráficos del lance, habrá que esperar a que El Día del Juicio, cuando se llegue al punto de “Asuntos Generales”, Dios Padre, en persona, se pronuncie... (aun a sabiendas de que la mitad más uno de los presentes estará en desacuerdo).

A continuación, por haber fallado en una intentona de despeje de cabeza, con el resultado de que el balón le pegó en un hombro y Salceda lo sancionó con la pena máxima, Rafael (a “Rafles”) Orozco.

Después, porque él no estaba ahí para compensar la posible pifia arbitral con un gesto altruista de “fair play” sino para convertir en goles los penalties que se marcaban a favor de su equipo, Edwin Cubero.

Finalmente, Ángel Bolumar. Furibundo seguidor de las “Chivas”, cuando el trallazo de Cubero dejó viendo visiones --como decían los cronistas de la época-- al “Tubo” Gómez y produjo el correspondiente estrépito en las láminas con publicidad colocadas detrás de la portería, Bolumar se desplomó en su butaca, víctima de un mortal infarto.

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Propios y extraños coinciden en que el Atlas campeón --dirigido por el “Viejo” Eduardo Valdatti, que llegó de Argentina para cerrar su ciclo como futbolista precisamente con el Atlas-- honraba su mote: “La Academia”...

Para su desgracia, sus dirigentes jamás estuvieron a la altura de la grandeza futbolística de su equipo.

Bien intencionados, quizá, pero torpes, incapaces de manejarse con el profesionalismo que exigían las circunstancias, cometieron un pecado que se volvió sistemático: desarticular sus equipos, sin permitirles llegar a su punto de madurez.

Por eso, al decir de los entendidos, la maldición de los resentidos por su coronación sigue vigente: “¡Nunca más...!”.

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