* La clave

Una de las claves -si no es que la clave por antonomasia- de la Selección mexicana actual, tiene nombre, apodo y apellido: Javier, “Chicharito” y Hernández, respectivamente.

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Hace un año, cuando Javier Aguirre barajaba sus cartas de cara al Mundial de Sudáfrica, el “Chicharito” se limitaba a ser una promesa que maduraba gradualmente, arropado por el entorno propicio del buen momento... y la popularidad del Guadalajara.
Ya en Sudáfrica, el joven sensación apenas si había hecho merecimientos para colarse en la lista. Incluso, el clamor generalizado que en un momento dado se levantó a favor de su inclusión en el cuadro titular, no surgió tanto de la corazonada de la “vox pópuli” de que el jovencito encarnaba la fórmula para subsanar las carencias que el “Tri” había evidenciado en sus primeras apariciones en el certamen, cuanto de la convicción de que el Guille Franco --desterrado y sin diplomas vigentes en ese momento--, a pesar de sus afanes y de la confianza que el técnico nacional le tenía, jugaba, en realidad, “de contrario”.

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El gol del “Chicharito” en ese Mundial, ante Argentina, fue clave en su carrera: aunque llegó tarde para revertir el resultado y para modificar la historia, llegó muy a tiempo para establecer, de cara al futuro, las nuevas jerarquías: Franco era el pasado; Javier, el futuro.
El proceso de maduración que el explosivo atacante ha tenido (llevado, sabiamente, de la mano por Sir Alex Ferguson) en el Manchester United, lo ha convertido en lo que es actualmente: un jugador que, en la cancha --como se vio en el partido del sábado pasado ante Paraguay--, hace diferencias.

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De hecho, de cara al partido amistoso de esta noche ante Venezuela, y, sobre todo, de los compromisos formales que vengan posteriormente, el interés, tanto de la crítica como de los simples aficionados, debe centrarse, en gran medida, en el peso específico que pueda tener en el funcionamiento colectivo un jugador que, por su intuición para moverse en el campo y por su aplomo para coronar, en la zona de definición, el trabajo realizado por todos sus compañeros en el resto de la cancha --un jugador del que podría decirse, sin ánimo de ofender ni de menospreciar a nadie, que “ni parece mexicano”--, aporta lo más importante en el apasionante juego de la pelota gallega: el gol.