Viernes, 29 de Noviembre 2024
Deportes | Por Jaime García Elías

* Disparate

Por Jaime García Elías

Por: EL INFORMADOR

Jaime García Elías.  /

Jaime García Elías. /

Poner límites es una cosa; cerrar puertas, otra muy diferente... Lo primero, cuando se trata de establecer reglas para la convivencia de prensa y aficionados con un equipo de futbol, es válido; es lícito; es saludable... Lo otro, en ese mismo caso, para decirlo en una palabra, es un disparate.
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Al grano: la semana pasada que se anunció su designación como “presidente deportivo” del Guadalajara --el cargo por el que han desfilado, varios de ellos con más pena que gloria, y del que han salido con cajas destempladas media docena de personajes--, Rafael “Atotonilco” Ortega se trazó, de entrada, una meta: reconciliar al equipo más popular de México con los aficionados. Ayer se dio el primer paso en ese sentido, al franquearse, en beneficio de aficionados y reporteros, las puertas de la cancha de entrenamientos. Los primeros tendrán, así, el beneficio de la convivencia cotidiana con sus ídolos. Los segundos, la posibilidad de difundir información... en beneficio de los millares --o, quizá, millones-- de aficionados que quizá quisieran acudir a las prácticas, pero no pueden.
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Se entiende que, en el caso de las “Chivas”, por su popularidad, esa convivencia puede degenerar en intrusión. Se asume el riesgo de que esa relación incomode e incluso moleste a los jugadores, como sucedió en días pasados con el arquero del Monterrey, que calificó a los reporteros, en un mensaje de “twitter”, como “imbéciles”...
Precisamente por eso, porque la relación profesional exige la comunicación, conviene poner límites. Por eso mismo, casi todos los grandes clubes del mundo determinan fechas y horarios para entrevistas y demás, y se reservan el derecho de limitar o programar las propias entrevistas, y de realizar, habitual o excepcionalmente, entrenamientos “a puerta cerrada”.
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En el caso del Guadalajara, al margen del aparente declive del rendimiento del equipo, ha habido demasiadas señales equivocadas. Por arrogancia, quizá, de las dos partes, pero especialmente por la torpeza de quienes deberían facilitar y no entorpecer la comunicación, las barreras que se han puesto y las puertas que se han cerrado, de plano, en las narices de aficionados y comunicadores, han contaminado con el virus de la antipatía a un equipo que se significó, durante años y felices días, precisamente por la simpatía que lo convirtió, por aclamación, en el equipo más popular de México.

Rafael Ortega, como buen médico, comenzó, pues, por lavar la herida.

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