* Cachondeo

Finalmente, bien vistas las cosas, quizá haya sido mejor así...

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Se trata de que no prosperaron las protestas elevadas por los dirigentes de los equipos América, Toluca y Cruz Azul ante la Comisión Disciplinaria, no tanto para inconformarse por las expulsiones de sus jugadores Nicolás Olivera, Horacio Cervantes y Alfredo Talavera, respectivamente --porque, después de todo, “palo dado, ni Dios lo quita”--, sino para tratar de impedir que dichos jugadores pudieran ser castigados por uno o varios partidos.
Esa posibilidad terminó por consumarse. Los solones del antiguo “Tribunal de Penas y Castigos” --una denominación que evocaba un tanto a la tenebrosa Inquisición-- desoyeron los alegatos y desdeñaron las supuestas pruebas de la inocencia de sus equiperos. Tampoco dieron oídos, por supuesto, a las “doctas” opiniones de antiguos árbitros (algunos de ellos de calidad bastante dudosa... tanto ayer para el arbitraje como hoy para la crítica) a favor de la inocencia de los reos. A despecho del consenso en el sentido de que Olivera, Cervantes y Talavera intervinieron en lances viriles, insospechables de la intención deliberada de lesionar a un adversario, los comisionados se optaron por respaldar a los silbantes que sancionaron esos lances, sin pensarlo demasiado, con sendas tarjetas rojas.

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Mejor así --decíamos arriba--... desde cierta perspectiva, por lo menos.
Con el antecedente de la reciente rectificación en el caso del “Cubo” Torres, expulsado durante el Clásico contra el Atlas por una señal que un juez de línea interpretó como ofensiva hacia la tribuna, pero a quien se liberó de la consiguiente suspensión por estimarse que el gesto era inocuo, cobijar con la benevolencia de la Comisión Disciplinaria a Olivera, Cervantes y Talavera representaba abrir de par en par el zaguán para que las reclamaciones a las decisiones arbitrales se volvieran la regla, y el sometimiento a las mismas, la excepción.

Un cachondeo, pues...
Por supuesto, una cosa es que tanto la Comisión de Arbitraje como la Disciplinaria aprieten las clavijas a los silbantes para que se esmeren en aplicar de la mejor manera posible las reglas del juego sobre la cancha... y otra muy diferente dar gusto a los cretinos que ejercen desde los medios como supuestas autoridades en la materia... o hacer el caldo gordo a los directivos que solapan las incompetencias de sus equipos --y las suyas propias-- en el complejo de eternas víctimas inocentes del arbitraje.