Miércoles, 27 de Noviembre 2024
Cultura | Así definió la ministra de Cultura portuguesa, Gabriela Canavilhas

Y Saramago se llevó todas las palabras

Reconocido por todos como gran escritor pero controvertido e inspirador de amores y odios políticos

Por: EFE

En la hora de su muerte, Saramago regresó a la ciudad en la que trabajó. AFP  /

En la hora de su muerte, Saramago regresó a la ciudad en la que trabajó. AFP /

LISBOA, PORTUGAL (20/JUN/2010).- "No hay palabras, Saramago se las llevó todas", así definió la ministra de Cultura portuguesa, Gabriela Canavilhas, sus sensaciones sobre el último adiós al premio Nobel portugués.

Reconocido por todos como gran escritor pero controvertido e inspirador de amores y odios políticos en su Portugal natal, la marcha definitiva del escritor también fue para muchos una mezcla de sensaciones encontradas.

El cuerpo de José Saramago se iba pero sus cenizas y su esencia permanecían para siempre en Lisboa, en la que hoy recibió el mayor homenaje popular al que un literato pueda aspirar.

El anuncio de que sus cenizas se quedarían en la capital portuguesa, hecho por el alcalde lisboeta, Antonio Costa, en la ceremonia institucional en homenaje al escritor, despertó los más encendidos aplausos entre los admiradores, que fuera de los muros del consistorio, aguardaban bajo el fuerte sol de junio para ver a Saramago.

Muchos de los que se acercaron levantaban sus libros al aire: "El Viaje del Elefante", "El Evangelio según Jesucristo" o "Ensayo sobre la ceguera" se convirtieron en observadores mayores de la despedida y bienvenida del "camarada".

Así lo sentían miles de personas que durante el fin de semana quisieron honrarlo en la capilla ardiente instalada en el Ayuntamiento de la capital portuguesa y en el cementerio donde el literato fue incinerado.

Muchos de los que se congregaron para pronunciar el adiós definitivo blandían claveles rojos, el símbolo de la Revolución del 25 de abril, aquella que el propio Saramago, militante comunista, calificó de "una promesa que no llegó a realizarse".

Sin embargo, entre los presentes no todos apoyaban la causa política, la ideología o incluso la forma de escribir del único Nobel portugués, Ana Rita Ribeiro, una vecina de Azinhaga, aldea natal de Saramago, estaba allí con su paisano pero lamentaba que "algunos de sus libros están sin puntuar y él era muy polémico y criticaba demasiado a la Iglesia".

Pero otros, los más en la tranquila concentración ante el Ayuntamiento, no podían creer que no se acercasen más portugueses a rendir homenaje al mayor intelectual del país.

"Obrigado" (gracias) gritaban muchos a la ya viuda del escritor, Pilar del Río, por apoyar tanto a su marido y dejar que las cenizas descansen en Lisboa.

La esposa del autor de "Caím" agradeció con dos gestos el abrazo caluroso de los portugueses, se asomó al balcón del consistorio, arrancó aplausos y se acercó a la multitud a la salida del crematorio.

Mientras los restos se convertían en polvo una y otra vez se oía corear "Saramago, la lucha continúa" a centenas de personas, rodeadas de banderas comunistas y con muchos puños en alto en el cementerio del Alto de San Juan.

"Las cenizas se quedan en Lisboa" ya era la frase protagonista, y casi de júbilo, que, unos a otros, se susurraban y anunciaban los lisboetas entre sí.

Y los aplausos, ininterrumpidos, no cesaban, animaban y emocionaban a muchos lectores y seguidores del escritor, que no podían ni querían contener las lágrimas.

En la hora de su muerte, Saramago regresó a la ciudad en la que trabajó, escribió, donde presidió la Asamblea Municipal, y en la que creó la sede de su fundación, como recordó el regidor lisboeta en uno de los muchos discursos que evocaron la figura del escritor.

Saramago, que se marchó a vivir a España cuando entendió que el Portugal oficial le daba la espalda, volvió a su tierra para siempre tras dejar, dentro y fuera de ella, el valor de sus palabras, una herencia universal que hoy llenó de orgullo a los portugueses.

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